lunes, 3 de febrero de 2020

CONCESIONES


Una gran diferencia de la situación actual en torno a la deuda externa respecto a la del inicio del kirchnerismo en el 2003, es el FMI: entonces el país había defolteado formalmente sus pagos al exterior, y afrontaba una deuda con el organismo, pero que no se compara con la que contrajera Macri en su gobierno; ni por volumen ni por velocidad de endeudamiento.

El desesperado pedido de auxilio a Macri al Fondo en 2018 tuvo que ver con que los mercados de capitales le cerraron el grifo (tras algo más de dos años de prestarle irresponsablemente y a manos llenas, luego del acuerdo con los fondos buitres), y el FMI accedió gustoso a otorgarle uno de los préstamos más grandes de su historia, por dos razones: la presión política de la administración Trump para sostener a un gobierno de la región aliado con sus objetivos estratégicos, y las necesidades políticas de la propia burocracia del Fondo de intentar recomponer su prestigio, deteriorado aun en los países centrales, tras una serie de innumerables fracasos de sus planes de ajuste.

Y así como Trump no pudo conseguir el objetivo de prolongar la permanencia de Macri en el poder político en la Argentina, el FMI tampoco pudo perder el invicto: volvió a pifiarla en grande, financiando con generosidad un plan económico inviable, que terminó en un desastre, como era de esperar.

Hoy la situación encuentra al gobierno de Alberto Fernández teniendo que renegociar la voluminosa deuda externa engordada por Macri con los acreedores externos, y teniendo que afrontar además (no este año, pero si los venideros) los vencimientos del stand by acordado por el Fondo; con el cual no hay quitas ni defaults posibles. Pero como toda deuda grande (y vaya si esa lo es) es un problema del deudor, pero también del acreedor.

De modo que así como los "libertarios" y afines están planteando acá que con Macri fracasó el ejecutor instrumental y no el modelo y las ideas, el FMI trata de instalar la idea de que la relación con el nuevo gobierno argentino será buena y la negociación más sencilla, porque este hace en realidad lo que el Fondo dice y quiere: tal es la premisa de ésta nota, a la que corresponde la imagen de apertura. La nueva conducción del FMI trata de construir una imagen "autocrítica" para disimular su enésimo fracaso, y de allí que -por ejemplo- hable de quita a los acreedores privados, o subirles impuestos a los más ricos.

El presunto giro es, por supuesto, falso: a poco que se le pregunte al Fondo (si el gobierno argentino le preguntara) cuales deberían ser las bases de un plan económico a mediano y largo plazo, repetiría el mismo libreto de siempre, que fracasó cuantas veces fue ensayado y el gobierno de Macri lejos estuvo de ser la excepción. Y si hoy el FMI no insiste -por ahora- en las famosas "reformas estructurales", es simple y sencillamente porque también salió chamuscado del incendio macrista, y el horno no está para bollos, también en Washington.

Entre los temas que la nota dice que AF hace "porque el FMI lo pide", o para darle el gusto, aparece primero el superávit fiscal: no escapa a nadie que es uno de los caballitos de batalla del Fondo y del pensamiento económico tradicional, tanto como del primer kirchnerismo e incluso fue planteado como meta en campaña por el entonces candidato, hoy presidente: más precisamente hablaba de los superávits gemelos (incluyendo el comercial); porque en rigor de verdad el problema estructural de la economía argentina es la restricción externa, y el déicit de cuenta corriente de la balanza de pagos.

Claro que el mismo artículo señala que el actual gobierno encaró el problema del déficit por el lado de incrementar los recursos (aumentos en Bienes Personales, retenciones y Ganancias, marcha atrás con la rebaja de impuestos provinciales), más que por el tradicionalmente sugerido por el FMI del recorte de los gastos: es curioso que la nota diga que el gobierno complació al Fondo suspendiendo por 180 días la fórmula de movilidad jubilatoria aprobada por Macri bajo sus auspicios, y por lo menos prematuro suponer que las jubilaciones perderán frente a la inflación, cuando aun no se sabe que fórmula la sucederá.

Otro tanto pasa con otra supuesta "concesión" del gobierno al FMI, como sería la quita a los acreedores privados externos del país, algo que el kirchnerismo ya hizo en los canjes del 2005 y 2010, con dura oposición del FMI en el primer caso, y sin tomar en cuenta su opinión en el segundo, por el simple y sencillo hecho de que Néstor Kirchner había cancelado de un solo pago la deuda del país con el organismo, y ya podía prescindir en consecuencia de sus opiniones. Lo que sucede es más sencillo, y es el único aspecto en el que la nota no miente: lo que trata de hacer el FMI es, simplemente, asegurarse de cobrar primero y en su totalidad, su voluminoso préstamo, porque de lo contrario rodaría más de una cabeza en Washington.  

Y finalmente queda referirse a la decisión de Alberto Fernández de no pedir al Fondo el giro de los 13.000 millones de dólares remanentes del stand by firmado por Macri: lo anunció en campaña antes de ser presidente, y es perfectamente lógico: sería insensato seguir endeudándose cuando no se tiene asegurada la capacidad de pago. El populismo fue entonces, una vez más, más racional que la ortodoxia dadivosa para dar préstamos a deudores insolventes, aunque ahora quieran contar la película al revés.

Por ende es más lógico decir que, obrando de ese modo, el nuevo gobierno evitó endeudar aun más al país, y de paso les salvó el pellejo a los burócratas del FMI que se verían en figurillas para explicar como seguir prestándole a un país que -bajo el gobierno de Macri- no cumplió ninguna de las metas previstas en un acuerdo renegociado cuatro veces en un año y medio, salvo la del superávit fiscal, y en ese caso gracias a la "contabilidad creativa" de registrar como recursos utilidades extraordinarias e irrepetibles, como la venta de ciertos activos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de ANSES, o de inmuebles del Estado.

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