martes, 10 de marzo de 2020

CRISIS SIGNIFICA OPORTUNIDAD


El relato instalado por el sentido común gorila presenta al peronismo como el resultado inesperado (por ellos) de una coyuntura económica feliz (la de la segunda post guerra), que fue desperdiciada por políticas populistas. Y persiste: el kirchnerismo en su hora fue definido como un "veranito" posibilitado por los altos precios de los comodities, en especial la soja y sus derivados; que de haberlo tenido De La Rúa (dicen) otra hubiera sido la historia de su gobierno.

Ahora mismo, frente a las dificultades con las que se encontró Alberto Fernández al asumir el gobierno, el latiguillo es "no hay populismo sin chequera", o cosas por el estilo. Como hemos dicho otras veces, si eso fuera cierto, y a ellos les toca gobernar en circunstancias difíciles, habría que dejar de votarlos, porque son mufas.

La realidad, por supuesto, es otra: en política no hay coyunturas felices, a menos que uno las sepa aprovechar, o que las cree desarrollando políticas al efecto; cosa que nuestros liberales -al parecer- no saben hacer: se empecinan siempre en desplegar políticas que nos hacen más vulnerables a las crisis externas, aumentando el poder de daño que tienen sobre nosotros.

Por estas horas no son pocas las voces que alertan  sobre un conjunto de factores que se precipitan sobre la economía mundial para crear la tormenta perfecta, en forma de una nueva crisis financiera internacional: desde el impacto del coronavirus en el comercio internacional, hasta la "guerra del petróleo" desatada por Arabia Saudita con su decisión de incrementar la producción causando un desplome de los precios del crudo,  se sacudió el tablero en una suerte de "efecto mariposa"; con consecuencias que hoy por hoy son aun imprevisibles.

En ese marco, la situación nos encuentra con un gobierno que lleva solo tres meses en el poder, e intenta acomodar las cargas, mientras cierra con sus acreedores externos una reestructuración de su deuda que, lo hemos dicho ya, en las condiciones actuales es impagable. 

Para peor, la baja de los precios internacionales del petróleo torna incierta la apuesta por el desarrollo de Vaca Muerta como fuente de dólares genuinos para atender los pagos de la deuda, y las demás demandas de divisas que requiere la economía para funcionar; y la sicosis mundial por el coronavirus está impactando en los niveles del comercio internacional, y disminuyendo los precios de algunos de nuestros principales productos exportables, afectando también por ese lado la disponibilidad efectiva de dólares para sortear el cuello de botella de la restricción externa.

Por contraste, la caída de los precios del petróleo podría darle al gobierno de Alberto Fernández un respiro en las presiones del sector para aumentar los combustibles, o facilitar su estrategia de pesificar las tarifas de los servicios públicos, para disminuir la inflación. Del mismo modo, el desplome general de los activos financieros (incluyendo el precio de los títulos de deuda a renegociar) podría acelerar la reestructuración de la deuda externa con los acreedores privados, que estarían más dispuestos a aceptar quitas de capital e intereses, y a estirar los plazos de cobro.

Hasta aquí, solo especulaciones que deberán ser corroboradas con el tiempo; pero lo que sí podemos decir es que la crisis en ciernes es preferible afrontarla con un gobierno que no tenga miedo de apelar a precisas regulaciones públicas cuando sea necesario, o a sostenerlas para evitar males mayores, como el mal llamado "cepo" o los controles a los movimientos de capitales: pensemos por un momento este mismo contexto difícil, con el macrismo en el poder, y su modelo de desregulación financiera para la valorización y fuga de capitales, funcionando a pleno.

El cambio de escenario posiblemente obligue al gobierno a revisar algunos de los supuestos de su plan económico (ése que "los mercados" le exigen conocer), como poner el énfasis en las exportaciones para salir de la recesión y el estancamiento, profundizando aun más las políticas tendientes a reactivar la demanda agregada y el consumo interno, dentro de las restricciones existentes.

Y hacia el interior, el nuevo contexto le imponen también a AF y su administración revisar ciertas premisas políticas de la gestión, porque si la hora impone acentuar un modelo de desarrollo "autocentrado" (es decir, "vivir con lo nuestro"), es clave el modo en el que el gobierno reparta las cargas del peso que la crisis en ciernes pueda descargar sobre el país.

En ese sentido, el conflicto que plantean los sectores más intransigentes de las patronales del campo privilegiado supone menos un trastorno económico, que un desafío a la autoridad política del gobierno elegido en las urnas, como lo demuestra el inadmisible intento de poner "aduanas" privadas en las rutas, controlando los movimientos de carga para asegurar el resultado de un lock out que carece evidentemente de consenso social.

Un sector (el agroexportador) que tradicionalmente piensa en términos de su inserción económica en el mercado mundial y se maneja exclusivamente en divisas, no parece advertir que las circunstancias internacionales podrían estar cambiando drásticamente en su contra, y continúa replicando comportamientos del pasado, como si las cosas fueran iguales: en 2008 el alzamiento agrogarca fue espoleado por una coyuntura excepcional de alza de los precios internacionales de las materias primas, cuyos beneficios quisieron capturar en exclusividad, sin que la sociedad en su conjunto participara de ellos, a través del Estado.

Frente a esa exacerbación peligrosa de las lógicas corporativas, se requiere que el gobierno actúe con decisión, transmitiendo claramente el mensaje de que, por contraste, entiende perfectamente lo que está en juego; y no le tiembla el pulso para ejercer la autoridad legítima de la que está investido. Porque como dicen que dicen los chinos (los portadores originales del coronavirus que tiene en vilo a millones), crisis significa oportunidad.

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