lunes, 27 de abril de 2020

CODO A CODO


Meses atrás y a propósito del golpe de Estado en Bolivia y las convulsiones sociales que sacudían a América Latina, reflexionábamos en ésta entrada sobre el rol de las Fuerzas Armadas en los Estados democráticos, en éstos términos: "Más allá de las disquisiciones teóricas que alguno pueda hacer sobre el origen de clase de sus miembros (en especial de las fuerzas policiales), lo cierto es que en América Latina las fuerzas armadas y de seguridad (instrumentos indispensables de todo Estado moderno, casi sin excepciones, no es esa la discusión), pese a los roles constitucionales que tienen asignados para defender las instituciones democráticas o el orden público, en tiempos en que la doctrina de la seguridad nacional de las dictaduras es revisitada bajo la forma de las “nuevas amenazas” diseñadas por el dispositivo militar de Estados Unidos, terminan siendo en la mayoría de los casos guardianes de un determinado orden político, social y económico, que puede o no coincidir con la orientación política del gobierno al cual en teoría sirven; con roles claves (repetimos, por acción u omisión) en el control de la protesta en el espacio público, la arena en la que se dirimen los conflictos en la región, casi con más frecuencia que en las urnas.

Con dispares avances en los diferentes países no puede decirse que, a la vista de los hechos, se haya avanzado mucho en la efectiva democratización de las fuerzas armadas y de seguridad, si se entiende por tal su pleno acatamiento a las órdenes de las autoridades civiles en cualquier circunstancia, y una aceptación sin fisuras de las doctrinas, objetivos y estrategias definidos para sus instrumentos armados por el poder político, incluso en leyes y constituciones: la penetración ideológica de la agenda de los Estados Unidos por diferentes vías en las fuerzas armadas y de seguridad, introduce una tensión permanente hacia su interior, pues tiende a incrementar su pulsión (que viene de los tiempos de las dictaduras) a operar con agenda propia, desvinculada de la que fijan los gobiernos elegidos por los pueblos. Y cuando ambas agendas entran en conflicto, por regla general atienden sus propias prioridades, más allá de sus obligaciones legales o constitucionales.

Y en circunstancias críticas como las que está viviendo Bolivia, esa “doble dependencia” o “doble comando” (el formal legal por un lado, el real conceptual por el otro) hace crisis, y los resultados son más o menos previsibles: que un gobierno sea ungido por los votos no quita que en determinadas circunstancias deba sostener su legitimidad mediante el uso legítimo de la fuerza monopolizado por el Estado, pero si no tiene un control político efectivo sobre el instrumento que lo debe desplegar (sean las fuerzas armadas o de seguridad), se verá amputado de una parte esencial de sus facultades, y corre el riesgo de ingresar en zona de inestabilidad permanente, o caer.

Lo cual no es poco en un contexto en que los Estado nacionales (más allá de la orientación política de sus circunstanciales gobiernos) ven restringida su capacidad de decisión soberana por el peso del endeudamiento, y adoptan o les son impuestas políticas de desregulación del flujo de inversiones o los movimientos de capitales que los ponen a tiro de los “golpes de mercado”, con eficacia desestabilizadora más poderosa que un regimiento de tanques desplegado en la calle; y en el que los grupos económicos más grandes acumulan un poder efectivo mayor que el de muchos de esos propios Estados.

Sumemos a eso la prédica disolvente, golpista y antidemocrática de conglomerados de medios hegemónicos que representan los intereses de las fracciones más concentradas del capital y obran en consecuencia socavando la legitimidad de los gobiernos electos cuando no les responden, los poderes judiciales reproduciendo comportamientos de casta que los aíslan de la sociedad mientras vehiculizan estrategias de “law fare” para intervenir decisivamente y con un sentido bien definido en las disputas política, y servicios de inteligencia que travesaron indemnes años de democracia operando con agenda y conexiones propias; y tendremos un combo explosivo que mina desde adentro la fortaleza de los Estados democráticos, con tanta mayor velocidad si sus gobiernos deciden imprimirle a su gestión un rumbo hacia la ampliación de derechos de los sectores populares, lo que supone necesariamente avanzar sobre las minorías del privilegio. He allí un inmenso desafío no solo para la gobernabilidad presente, sino para la subsistencia futura de la propia democracia en América Latina que, más temprano que tarde, sus gobiernos deberán afrontar porque está en riesgo su propia supervivencia.".

La Argentina tuvo como particularidad positiva que la distinguió del contexto regional, que la enorme crisis económica y social legada por la derecha neoliberal en su expresión macrista fue zanjada en términos electorales con una contundente victoria opositora, luego de haber construido una coalición lo más amplia posible. Y desde que el gobierno así electo asumió en diciembre pasado, tuvo que atravesar múltiples dificultades, pero entre ellas, no estuvo en zona de zozobra institucional, con participación de las Fuerzas Armadas, como por ejemplo pasó y pasa en Brasil.

Pero además de eso, el instrumento armado de la defensa nacional tiene (bajo la conducción del Ministerio de Defensa por Agustín Rossi) un claro sentido político: tiene que estar integrado a la sociedad civil, bajo el mando de las autoridades electas, y al servicio del pueblo como cualquier servidor público. 

Desde esa óptica y pandemia mediante, los militares (estos, los nuestros, los actuales, no los que cargan en sus espaldas con las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura), reparten alimentos, montan hospitales móviles y cocinas de campaña, fabrican alcohol en gel y barbijos, van a buscar argentinos varados en el exterior, se suman a toda la logística de los operativos necesarios en el marco de la cuarentena, en síntesis: no están por fuera de la sociedad o al costado de ella, sino codo a codo, aportando lo suyo para que salgamos todos juntos adelante, en un momento difícil.

Y eso, mal que les pese a algunos antimilitaristas bobos o algún despistado que recela de la actitud de los hombres de armas porque "les permite relegitimar el día de mañana su rol represivo" y paparuladas por el estilo, es, en términos de construcción democrática, una excelente noticia; que merece celebrarse. Sin modificar un ápice lo dicho en su momento acá, en cuanto a las tareas pendientes para desandar el camino transitado por el macrismo, respecto al rol de las Fuerzas Armadas, o en todo caso: se lo está haciendo en la práctica, con hechos.

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