lunes, 14 de septiembre de 2020

DEJÁ DE ROMPER


Cuando allá por el 2008 y en plena "guerra gaucha" contra las retenciones móviles apareció Carta Abierta como colectivo de intelectuales que apoyaban al gobierno de Cristina, en su primer documento acuñaron la expresión "clima destituyente" para referir al cariz que tomaba la oposición al gobierno nacional.

Muchos -incluso desde el "campo propio"- los cuestionaron por exagerados, aunque a los pocos meses el país inauguraba una categoría inédita de la ciencia política: el vicepresidente opositor que votaba en contra de su propio gobierno; al que los medios y la oposición social y política convertían en héroe, y veían como una posible salida para una crisis institucional que culminara con el fin anticipado del mandato de Cristina.

Entre los que desacreditaron la expresión de Carta Abierta, estuvieron los que planteaban que surgía en el país una "nueva derecha moderna y democrática", y hasta escribieron libros sobre eso. Pensemos en los hechos transcurridos desde entonces, en el país y en toda América Latina, y veamos quien tuvo razón.

Ayer la "tribuna de doctrina", que ha sido el "house organ" de todos los golpes de Estados habidos en el país menos el de 1943, publicó una carta que le escribieron a Macri para que le ponga la firma, cuyo propósito primordial es recordarles a los actores internos de la derecha política y económica del país que el domador de reposeras ha vuelto de sus vacaciones en Europa, y tiene intenciones de seguir participando en política en el futuro, que no se librarán tan fácilmente de él.

La carta en sí tiene escaso valor conceptual, y es un refrito de lugares comunes que mezcla el discurso tradicional de la derecha liberal antiperonista con los discursos de autoayuda; carente además de todo contexto o referencia temporal o histórica: el problema no es que Macri no hable siquiera de su gobierno, sino que parece hasta ignorar que -por ejemplo- el mundo es asolado por una pandemia, expresión que no aparece ni una sola vez en todo el texto.

Aunque en rigor si hay referencias en la carta a ciertos hechos del pasado: los piquetes agrogarcas, las marchas por la muerte de Nisman, los cacerolazos y las movilizaciones más actuales -como la que lanzaron ayer en algunos lugares- contra la cuarentena: confesión explícita de que la única "gente" que cuenta cuando se moviliza en el espacio público, es la que ellos representan, o la que los vota.

Porque la carta está dirigida a los convencidos, a los propios, al núcleo social duro de apoyos del antiperonismo de derecha del país, un sector que va perdiendo cada vez más la posibilidad de hablarle a otros, de interpelar socialmente a alguien más allá de eso. Precisamente ese tono y ese protagonista (Macri) son dos errores de la oposición, que el gobierno debe saber aprovechar.

La carta podría haber sido escrita en 1930, 1955 o 1976, y no desentonar: su semejanza con cualquiera de las proclamas golpistas hechas para justificar las rupturas democráticas y la posterior violación de derechos esenciales con una presunta defensa de la Constitución, las instituciones y las libertades públicas, es impresionante.Tan poco así ha renovado la "nueva derecha moderna y democrática" su arsenal conceptual, y sus métodos de acción política, y eso obedece a una razón muy sencilla: no ha renovado sus propósitos de conservar el poder en todas sus formas, aun si eso incluye no aceptar la regla de juego elemental de la democracia, que es que el que gana las elecciones gobierna, con su propio programa.

Al mismo tiempo que desliza de antemano un posible fraude en elecciones para las que aun falta un año, Macri (o los que escribieron por él la carta que firmó) llaman a la "resistencia civil" ganando la calle en plena pandemia, con el propósito de restarle al gobierno legitimidad social presente, y legitimidad jurídica y política futura: en términos de oposición política, ya llegamos a Venezuela. 

Claro que no destituye quien quiere, sino quien puede, y es un error caer en confundir las posibilidades de que haya en el país un golpe de Estado o maniobras desestabilizadoras que tengan éxito, con la persistente intención de llevarlas a cabo de ciertos sectores, como principal método de acción política. 

Hay quienes creen -como creían en 2008, cuando Carta Abierta acuñó la expresión de marras- que denunciándolo el gobierno aparece como débil; cuando en rigor de lo que se trata es de que se mantenga alerta y actúe en consecuencia, por ejemplo sin llamarse a engaños sobre el tipo de oposición a la que se enfrenta, y las posibilidades reales de alcanzar ciertos acuerdos o consensos, por lo menos con una parte de ella.

Por otro lado el "clima destituyente" no se instala -como en otros tiempos- solo desde afuera del Estado, en la sociedad, sino también minándolo desde adentro, en su capacidad de acción y de control de ciertas estructuras, como las fuerzas de seguridad o el Poder Judicial; bolsones en los que hay sectores dispuestos a marcar su propia hoja de ruta, y declararse exentos de las normas que rigen para el común de los mortales. 

En los tribunales (porque llamarlos "justicia"sería una exageración), por ejemplo, hay sectores que se comportan como un Estado independiente, con sus propias reglas, dedicado exclusivamente a sostener sus propios privilegios; y son al mismo tiempo un aliado decisivo del poder económico, para frenar cualquier iniciativa "peligrosa" del gobierno, como el impuesto a las grandes fortunas, el recorte de la coparticipación a la CABA o el DNU que regula los servicios de Internet, cable y telefonía celular.  

Al mismo tiempo la oposición "institucional" intenta por todos los medios deslegitimar al Congreso -es decir, el ámbito en el que debería ejercer la representación que le fue conferida- en la medida en que no puede imponerle su agenda, lo que va en espejo con la denuncia del fraude futuro de la carta de Macri: la idea es deslegitimar la importancia del voto popular del año pasado, cuya estricta aritmética que distribuye roles y responsabilidades entre oficialismo y oposición debe ser reemplazada por imaginarias "Moncloas" criollas, con los "tres o cuatro puntos en los que nos tenemos que poner de acuerdo todos los argentinos".

Pero también se apunta a deslegitimar el voto futuro, el que ya se denuncia prostituido por el fraude: confesión implícita de impotencia política de una derecha que no ha hecho la lectura autocrítica de su desastroso gobierno (tanto así que sugiere en el hoy, las mismas recetas que acaban de fracasar estrepitosamente, hace apenas nueve meses), que no acierta a encontrar un discurso que pueda calar más allá de los "convencidos" y que -al mismo tiempo- enfrenta una crisis y disputa por el liderazgo.

Por otro lado, la idea de que el voto popular del año pasado y sus consecuencias políticas pierdan peso específico como factor de importancia para ordenar la situación política, es música para los oídos de los que nunca se someten a las urnas pero siempre conservan el poder, en todos los gobiernos, como el empresariado nucleado en la AEA.

O los que quieren aleccionar a la Argentina por la "excepcionalidad" -en el contexto regional- de haber encontrado una salida a su crisis por medios electorales, para desplazar a la derecha en el poder: allí andan los Estados Unidos, que en plena pandemia y proceso electoral interno, se hicieron tiempo para entronizar en el BID al "broker" del gobierno de Trump que le consiguió a Macri el gigantesco préstamo del FMI, como aporte de campaña para su fallido intento de reelección.

2 comentarios:

  1. Buenos Aires y la Real Audiencia son el principio y el fin de la Argentina, y el error de todos quienes han tratado de cambiar las cosas ha Sido siempre no atender a esos dos temas centrales con la urgencia necesaria.

    Argentina tiene una guerra civil trunca, inconclusa. Hay un Versalles que se dibuja sobre nuestra proyeccion histórica esperando resolución.
    Federales y unitarios, tan vigente como hace 150 años.
    Y la Real Audiencia, salteada por la "revolución" de mayo, construyendo poder en las sombras con el mismo gobierno paralelo que tienen desde Castilla.

    Por lo demás, la calle debe ser ganada en el momento que resulta oportuno a los intereses que motivan la toma. No se toma la calle para tomar la calle simplemente. No es una demostración de fuerza sino una acción directa destinada a ejercer la fuerza, a disputar un territorio y demarcar soberanía. Y a establecer relaciones de poder, que serán base de negociaciones pacíficas siempre que la relación de fuerzas lo demuestre efectivo.

    Una plaza llena en apoyo a Alberto y a Cristina, y a ver quién dice que después

    Malón del Norte

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  2. Carta Abierta se autocensuró cuando impusieron a $cioli cómo candidato.

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