Acá está enfocado desde la perspectiva de género, pero es real y más grave aún: la pandemia agravó la desigualdad, o si alguien lo quiere ver desde otro lugar, la expuso con más crudeza, en todos sus aspectos. Incluso en la visibilización de los reclamos, o las aperturas. https://t.co/oG7zkmwIMv— La Corriente K (@lacorrientek) August 30, 2020
El tuit de apertura corresponde a esta nota de Diario Bae, en la que se detalla desde una perspectiva de género como impacta la pandemia en la desigualdad en perjuicio de las mujeres, y cuáles son algunas de las medidas compensatorias que el gobierno tomó para atemperar los efectos sociales de la crisis, que pueden contribuir a reducir la brecha de ingresos en ese aspecto. También es cierto que el aislamiento consecuencia de la cuarentena agravó las situaciones de violencia de género, en tanto muchas mujeres se vieron forzadas a permanecer aisladas con sus agresores.
Ni la pandemia ni el virus, claro está, crean por sí mismos la desigualdad social, ni en la Argentina ni en ningún lugar del mundo: en todo caso la agravan, o contribuyen a visiblizarla en mayor medida, exponiendo con crudeza carencias, precariedades, falta de acceso a bienes esenciales (como el agua potable) y también -como no- la insensibilidad social y la crudeza del capitalismo salvaje, que están en la base de esas desigualdades. Es bueno entonces que, ahora que empezamos a pensar en una agenda de la post pandemia, estos temas estén en el tape, y formen parte de la discusión pública.
Si miramos en retrospectiva, el "diario de la pandemia" es el registro de la desigualdad: un virus que vino del exterior, traído por quienes pueden viajar porque tienen excedentes económicos, que pasó de estar encapsulado en lugares residenciales de clase media/alta de la CABA, que comenzó a expandirse a los barrios populares de la ciudad primero, y de allí al conurbano y al país, después. En los barrios populares, fueron frecuentes los casos de contagios entre quienes trabajan como personal de casas de familia, que volvían contagiados por sus patrones/as y, en condiciones de hacinamiento, sin agua potable ni condiciones de vivienda adecuada, .
El virus no discriminó, pero la cuarentena sí: apenas estallada la crisis, el gobierno hubo de restringir la circulación e impedir el uso masivo del transporte público; asestando así un duro golpe a los sectores de la economía informal en sus más variadas formas, y dificultando el medio de desplazamiento por excelencia de las clases populares. Paradójicamente, esos mismos sectores populares nutrían las filas de los que eran considerados trabajos esenciales (y hasta el día antes estaban invisibilizados, cuando no despreciados), y debían permanecer trabajando con riesgo de contagio: enfermeros y personal de la salud, camioneros, recolectores de residuos, policías, entre otros.
El avance del virus impuso restricciones, y estas se llevaron los consumos culturales y no esenciales de las clases medias: el cine, el teatro, los bares y restaurantes, la peluquería, los deportes. Claro que en muchos casos esos mismos consumos son la fuente de trabajo de otros, que vieron afectados sus ingresos por la cuarentena: adivinen ustedes por cual de los dos lados del tiento vino la presión de los medios para habilitar actividades. El propio "servicio doméstico" fue el arquetipo en ese sentido: el problema no era que la mucama se pudiera contagiar y contagiar a su familia, sino que la señora de la casa no tenía quien le limpiara.
En paralelo fue creciendo la presión del capital reclamando su libra de carne, en forma de habilitar actividades aun a riesgo de contagio, presuponiendo y aceptando un número "tolerable" de contagios y de muertes para mantener la rueda funcionando, y sostener sus ganancias. El Estado respondió con un mix de medidas, tratando de preservar el empleo y aliviar la carga de las empresas que podían tener dificultades para el pago de los salarios, al mermar la actividad: aparecieron el IFE y la ATP, cuyo diseño o alcance pueden discutirse, pero permitieron que la Argentina sufriera menos que otras países la pandemia, medida en términos de destrucción de empleo.
Claro que los millones de personas que accedieron al IFE no hicieron más que poner de manifiesto, como decíamos antes, los altos niveles de informalidad que tiene nuestra economía, y los bolsones de pobreza que aumentaron durante el macrismo,y volvieron a crecer como consecuencia de la pandemia. Y aun para los sectores de empleo formalizado, las paritarias estuvieron planchadas, el salario real retrocedió, los aumentos de precios de los alimentos siguieron aun con retroceso de los índices inflacionarios y congelamiento de tarifas, y el gobierno habilitó un trámite express para los acuerdos de reducción salarial a cambio del sostenimiento de los puestos de trabajo.
Si algo no modificó la pandemia, fueron las relaciones de fuerzas sociales preexistentes, para imponer o bloquear determinadas políticas: mientras la reducción salarial del 25 % anduvo sobre rieles o el Estado absorbió con recursos fiscales parte de las nómina salariales en su mayoría congeladas y sin paritarias, la fracción más concentrada del capital logró ejercer el lobby suficiente para dilatar por meses el llamado "impuesto a las grandes fortunas", que recién acaba de aterrizar en el Congreso.
Y eso no es todo: algunos de los sectores que más ganaron durante la pandemia (como las empresas de comercio electrónico, los bancos o las telcos) resisten toda regulación estatal que vaya en contra de sus beneficios, como el DNU que declara servicios públicos esenciales a las TIC's y la telefonía celular; servicios críticos en circunstancias normales, imprescindibles en las actuales y que demostraron lo profundo de las brechas de desigualdad, como sucede por ejemplo en materia de conectividad con fines educativos.
En ese marco, veamos ahora la discusión instalada en el debate visible, la protesta en el espacio público o la agenda que imponen los grandes medios: se puede ver allí claramente lo que se muestra, pero sobre todo lo que se oculta. Nos saturan con las angustias y los problemas de ciertos segmentos de la clase media, generalmente adversa en términos políticos y electorales al gobierno nacional; mientras nos ocultan los padecimientos de los sectores populares, agravados por la pandemia, aunque no chillen, ni armen marchas anticuarentena, ni cacerolazos, ni banderazos. O precisamente por eso.
Como se ve, si hubiera que ponerle un título a la agenda de la salida de la pandemia -cuando sea que esta sea parte del pasado-, pero para empezar a construir desde ya la salida- sería la lucha contra la desigualdad, en todas sus formas. Que para eso llegamos al gobierno, al fin y al cabo.
Mientras la "lucha de género" opaque a la "lucha de clases" los grandes capitales campan a sus anchas.
ResponderEliminar