Hace dos meses atrás decíamos nosotros en ésta entrada a propósito de los anuncios presidenciales sobre las sucesivas prórrogas de las medidas para enfrentar la pandemia: "...en los últimos tiempos hay en el núcleo de esos anuncios una incoherencia indisimulable, que pasa por el hecho de advertir por un lado que la cosa se está complicando, y concluir por el otro que las medidas seguirán igual o más flexibles, no más restrictivas. Y la presentación de ayer no solo no escapó a ese concepto general, sino que lindó en lo bizarro, si se nos permite el término: el presidente reconoció con franqueza -palabras más palabras menos- que la cuarentena de hecho no existe, porque no se cumple; y que de esos incumplimientos devienen los contagios.
No lo dijo, pero la conclusión lógica flotaba en el aire: no está dispuesto a hacerla más rígida para disminuir los contagios, porque la sociedad (o buena parte de ella) le terminó torciendo torciendo el brazo a la racionalidad, y él no está dispuesto a apelar a estrategias de represión, en un sentido amplio: no se trata de salir a cagar a la gente a palazos porque se reúne a comer un asado, pero existe la clara percepción de que pueden hacerlo, sin consecuencias. Lo transmitió el propio presidente ayer, cuando por ejemplo ni siquiera alertó por posibles sanciones a los que están organizando una marcha anticuarentena para el lunes, en las redes sociales.
Lo que supone que -como dijimos en otro post- en el preciso momento en que sería necesario endurecer más que nunca la cuarentena, es inviable hacerlo, en términos políticos y de consenso social. No hay consenso, y tampoco margen para ejercer la legítima coerción estatal, para hacer cumplir las normas.
Por necesidad económica, porque los instrumentos compensatorios como la ATP o el IFE son insuficientes, por bombardero mediático, por neurosis social, por cansancio y deseo de "vuelta a la normalidad", o por todo eso junto, hemos perdido la partida, la -si se quiere- "batalla cultural" en torno a la pandemia, y los cuidados que demanda: la gente, sencillamente, no le da pelota a los cuidados y recomendaciones, como tampoco a las presuntas exigencias.
Si hasta la propia ministra de Seguridad de la Nación justificó las marchas anticuarentena y su inacción al respecto, en el ejercicio de un derecho constitucional; o el propio presidente escuchó a Larreta ayer decir que había coordinado con el Ministro de Educación el retorno a las clases en la CABA, sin contradecirlo. Cuando desde la máxima conducción del Estado se termina apelando a la responsabilidad individual de cada miembro de la sociedad se está confesando al mismo tiempo impotencia política, y una derrota conceptual: al fin y al cabo, la responsabilidad individual es el eje de los discursos anticuarentena, y lo que el macrismo propuso como solución a la pandemia, desde el principio.
De modo que aun con prórroga formal de la cuarentena hasta fin de mes, si las cosas no cambian, no cambiarán los resultados, que tenderán a agravarse, y el costo -nos guste o no- lo terminará pagando el gobierno. Lo que supone asumir con hidalguía que perdimos en términos conceptuales, de planos de discusión y de consenso social en torno al modo de manejar la pandemia, incluso teniendo claramente la razón, desde el principio. Y ver como se puede hacer control de daños, no solo en términos estrictamente sanitarios (lo que de por sí es suficientemente grave, porque hablamos de vidas humanas), sino eminentemente políticos, medidos en deterioro de la autoridad presidencial, y de la capacidad del Estado de regular aspectos esenciales de la vida en sociedad, y hacer cumplir esas regulaciones en beneficio del conjunto. ".
Dos meses después, el post tiene tanta actualidad que duele, y nos ahorra texto: hoy se harán los anuncios -¿volverá a hacerlos el presidente o será una locutora, como la última vez?-, el lunes está anunciada otra marcha opositora publicitada en las redes sociales, los contagios, las muertes y los porcentajes de ocupaciones de camas críticas crecen en casi todo el país, y el gobierno nacional -dicen- descargaría en los gobernadores la responsabilidad por el desborde; y los instaría a restringir actividades. Al mismo tiempo, se anuncia para dentro de dos semanas la vuelta de fútbol, el posible retorno de los vuelos de cabojate, el Jefe de Gabinete autoriza el turismo en Bariloche "como prueba piloto" y -la última novedad- el retorno de las clases presenciales; algo que hace apenas 10 días el ministro Trotta dijo que no era viable, pero que ahora y luego de que lo pidiera Massa, parece que sí, y tanto es sí que él aprobó el protocolo y lo somete a la discusión del Consejo Federal de Educación.
La desorientación, las contradicciones y las idas y vueltas en la administración de la pandemia tienen transversalidad política: todos los gobiernos, de todos los colores, parecen no tener muy en claro como seguir, y la opinión de los expertos se vuelve casi inaudible en medio del griterío reinante, entre los que piden abrir todo de un lado en nombre de las libertades, y los que desde el otro alertan sobre los riesgos. Eso, sin contar con que algunos que piden lo primero, se quejan por lo segundo, o intentan sacar rédito político de los contagios y las muertes.
Pero más allá de esa "transversalidad" en la desorientación y reconocido el hartazgo social con la pandemia, la responsabilidad primaria en la conducción de la emergencia sigue siendo del gobierno nacional, donde el tema tampoco parece estar muy resuelto que digamos: todos queremos salir de esta situación incómoda, lo necesitamos tanto como retornar a la "normalidad", como sea que éste se exprese más allá del virus.
Pero parece que no todos tenemos la misma visión de como se sale, ni plena conciencia de lo que está en juego: Trotta no puede cambiar de opinión ya no en días sino en horas, ni Massa salir a construir una agenda de posicionamiento propio (en espejo con la de Larreta) marcándole la cancha al gobierno, que para peor responde a eso, anunciando el retorno a clases. Y en el medio Ginés, los epidemiólogos y el celebrado Ministerio de Salud que recuperamos, en un rol cada día más secundario, y con una opinión cada vez menos tenida en cuenta, mientras los que querían aplicar "la solución Bolsonaro" desde el principio le facturan el fracaso: todo pérdida, digamos.
Coincido. Lamentablemente
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