lunes, 25 de julio de 2022

HELICÓPTEROS

 

Al calor de la crisis financiera y la suba de los dólares financieros y "bleu",  se escucha y se lee -con total naturalidad- hablar de renuncias y elecciones anticipadas, y una mediocre historiadora cuyo gorilismo fue premiado con una banca de diputada por "Juntos por el Cambio" verbaliza el deseo de que todo termine de estallar por los aires, para que el peronismo quede sepultado luego de conducir al país a una crisis terminal.

Pulsiones gorilas aparte, lo que está sucediendo es muy claro, y bien lo explica acá Guillermo Wierzba en "El Cohete a la Luna": el fracaso estrepitoso del modelo "consensualista" encarnado por Alberto Fernández, para gestionar las relaciones de la política y el Estado con las distintas fracciones del capital concentrado, para garantizar -en teoría- la gobernabilidad.

Modelo que -a fuer de ser sinceros- fue en parte "comprado" por Cristina al elegir a Alberto como candidato en 2019, precisamente por sus puntos de contacto con el círculo rojo: como diría Tu Sam, puede fallar. Desde 2020 estamos viendo la verbalización de su arrepentimiento, mientras asistimos al fracaso de la experiencia.

Cualquier lectura más o menos profunda de nuestro devenir histórico post dictadura revelará que nuestra democracia nació débil frente a los poderes corporativas, en perpetua transición y frágil construcción, y no ha sido mucho lo que ha hecho la política para fortalecerla para dar en mejores condiciones esa disputa, desde 1983. Más bien la regla fue que esos poderes no electos se fortalecieron con cada crisis -que por eso provocan y fogonean-, mientras el Estado, las instituciones y los mismos poderes formales electos por el voto popular deben dejar en el camino jirones de su legitimidad de origen, para calmar a las bestias ofrendándoles sacrificios que nunca son suficientes, ni siquiera a los fines de sostener la gobernabilidad.

Lo que estamos viendo estos días no es sino otro capítulo más de la misma saga, en torno al precio del dólar ("el" precio de nuestra economía, que disciplina al resto de los precios) y la forma como se reparten socialmente los costos y los beneficios que genera el contexto internacional. Claro que el modo como se salda esa disputa (es decir, quienes ganan y quienes pierden en ella) no es igual no solo en términos sociales, sino hasta institucionales: en democracias frágiles como las latinoamericanas, las crisis económicas no tardan mucho en convertirse en crisis institucionales.

Que al relato antiperonista le convenga -a modo de módico consuelo- sostener que Alfonsín y De La Rúa no pudieron concluir sus gobiernos por conjuras golpistas orquestadas desde el peronismo no convierte a esa visión en la verdad de los hechos históricos: en ambos casos, el antiperonismo fue eyectado del poder por las mismas fuerzas sociales y políticas cuyos intereses tutela en forma permanente, y más acentuada desde entonces, como si hubieran aprendido la lección de lo que deben hacer para perdurar.

Prueba de su autoindulgencia revisionista, es que también eligen olvidar lo que ocurrió en el final del gobierno de Macri, cuando el fracaso de otro experimento neoliberal era ya inocultable: tras su derrota por 15 puntos en las PASO presidenciales, el ex presidente decidió forzar una devaluación para castigar a los argentinos "por votar mal", y ya fuera del gobierno, declaró que su mandato terminó, en términos estrictamente económico, en agosto de ese año, o sea cuatro meses antes de lo establecido por la Constitución; para endosarle al peronismo y sus votantes las consecuencias de su decisión. 

El plan "consesualista" de Alberto para garantizar la gobernabilidad fracasó, como fracasó la estrategia "fiscalista" de Guzmán para calmar a los mercados, estabilizar la economía, bajar el riesgo país y sostener el precio de los bonos, por las mismas razones: cuando el poder real huele sangre y debilidad del poder político, siempre va a redoblar la apuesta, e irá por más; porque sabe que a la corta o a la larga, lo puede obtener.

De modo que la única forma de garantizar la gobernabilidad hasta el final -en tiempo y forma- del mandato de Alberto Fernández es tirar por la borda el plan político seguido hasta acá, haciendo lo que hicieron las únicas experiencias exitosas de sostenimiento de esa gobernabilidad, por otras vías, desde 1983 para acá. Que fueron los gobiernos de Néstor y Cristina, en contextos bien diferentes, claro.

Porque si alguien dijera -y tendría razón- que Néstor tuvo la suerte de andar de picos pardos con Clarín y no sufrir sus embates, mientras disfrutaba del margen de maniobra que daba una sociedad que quería ser gobernaba después del desastre de la Alianza y la implosión de la convertibilidad, habría que matizar la afirmación diciendo que también tuvo la virtud de decidir que la crisis no la pagarían los mismos de siempre, y sostenerla. De allí nacieron la pesificación de las tarifas y la política de subsidios que ahora se quiere desmantelar, y el canje de deuda con quita sustancial del capital, y prolongación de los plazos de pago, ésta última viga maestra del despegue económico posterior.

Ya para Cristina no hubo luna de miel alguna: a los tres meses de haber asumido, los mismos sectores que hoy especulan con una devaluación incluso al precio de voltear al gobierno, cortaban rutas en contra de las retenciones móviles, apostando a su renuncia anticipada y a la entronización del vice traidor en el sillón de Rivadavia. De allí en más y hasta diciembre de 2015, debió gobernar ocho años en medio de embates de todo tipo, que ni siquiera cesaron cuando se consagró reelecta con el 54 % de los votos en el 2011.

Y sin embargo, cuando debió dejar el poder -un día antes, por un insólito mandato judicial- no se fue en helicóptero como muchos ansiaban, y dejó un país creciendo, con los salarios más altos de América Latina y desendeudado. Datos, no opinión.

Habrá que ver si el presidente aprende las lecciones de la historia, y deja a un lado su ego para asumir que su lectura de la experiencia kirchnerista cuando él se bajó de ella, fue tan errada como la que hizo del modo en el que podía gobernar el país, después del desastre macrista. Su suerte y la de todos se juega en eso.  

1 comentario:

  1. En èste momento difìcil, el que podría transmitirle al Presidente la lucidez necesaria, es el PJ Capital.
    PJ Capital, expertos en triunfar en circunstancias adversas. Ûltimo triunfo electoral, Siglo X antes de Cristo.
    El Colo.

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