sábado, 13 de agosto de 2022

¿Y?

 

La asunción de Sergio Massa en el Ministerio de Economía absorbiendo otras áreas para unificar en un solo mando la política económica estuvo rodeada de la expectativa más propia de un recambio presidencial, que de gabinete. Como un virtual jefe de gobierno, el flamante ministro copó la comunicación oficial, y el presidente quedó a un costado, más desdibujado aun de lo que ya estaba; o dedicado a lo que parece gustarle más: comentar la realidad, sin especificar como piensa transformarla.

Como ocurrió por ejemplo cuando ayer se conoció el índice de inflación de julio, el más alto desde abril de 2002, que llega el acumulado del año a más del 46 % en solo siete meses, y a un 71 % interanual. Por supuesto que el índice refleja un período en el que Massa aun no era ministro y por ende no cabe atribuirle responsabilidad en él. Pero Alberto sí ya era presidente, el mismo presidente que prometió una guerra contra la inflación, que nunca llegó siguiera a que -de parte del gobierno- se disparara el primer tiro.

Y para completar el panorama, tampoco se sabe que piensa hacer al respecto el nuevo ministro de Economía, más allá de las concesiones conceptuales al discurso monetarista que subyacen en la idea de que creer que el problema se puede resolver (o empezar a resolverse) cortando la asistencia financiera del Banco Central al Tesoro, o ajustando el gasto público.

Para peor -o no casualmente-, entre los que más contribuyen a incrementar la inflación están los principales sponsors de Massa. Su propio secretario de Producción (De Mendiguren) viene de la industria textil, que lidera las remarcaciones; y el nuevo ministro festejó como un éxito la renovación de deuda en pesos con los bancos, con una tasa efectiva anual superior al 90 %, casi 20 puntos por encima de ya alta inflación.

El gobierno podría también -sin que sea excluyente- abordar el problema de la inflación vía la política de ingresos, pero hasta acá lo único parecido a eso son los anunciados (y aun no concretados) bonos a los jubilados que complementarían el aumento trimestral derivado de la aplicación de la ley de movilidad, que se financiaría con un anticipo de Ganancias a cuenta de lo que deben ingresar el año próximo las empresas que más han ganado. 

Antes de festejar a cuenta de la medida (que ciertamente no compensa el deterioro salarial), téngase en cuenta que esos recursos faltarán el año que viene (porque las empresas lo deducirán de lo que pagan éste año), que la fórmula de actualización de los haberes previsionales se alimenta (entre otros componentes) de la parte del producido de la recaudación impositiva destinado a la ANSES y por ende esa circunstancia tirará a la baja futuros aumentos trimestrales por movilidad, y que la solución que ideó Massa fue, en rigor, para archivar definitivamente el impuesto a las rentas inesperadas que Guzmán y Alberto anunciaron, pero jamás apareció por el Congreso.

No hay bonos especiales para los trabajadores registrados -insólitamente la CGT rechazó la alternativa al mismo tiempo que lo hizo la UIA-, el Consejo del Salario se reunirá recién la semana que viene para ver como queda el SMVM, y lo que sí se está poniendo en marcha -porque lo anunció Massa entre sus primeras medidas- es un aumento de tarifas mayor aún que el que había diseñado Guzmán, porque se dejará de lado la "segmentación" por ingresos, y se promete una baja más sustancial del gasto en subsidios: que no se diga que de ese modo se compensa el efecto inflacionario de la suba de las tarifas, porque eso ya se lo oímos a Sturzenegger en tiempos de Macri, y sabemos como terminó la cosa.

Concluyendo: los cambios detonados con la llegada de Massa al gabinete, hasta acá. no modifican el panorama conocido en tiempos de Guzmán, antes bien parecen agravarlo, en términos sociales. Y si no se van a tomar medidas para cambiar eso -cosa que a ésta altura parece que será así-, no es demasiado pedir que se dejen de comentar la realidad, diciendo que les preocupa.

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