De todo el asunto del fallo de la Corte ésta cuenta opina que de una buena vez hay que tirar a la mierda la horrorosa reforma constitucional de 1994 y empezar de nuevo. Y si en el camino le damos la independencia a la CABA y que se mantenga sóla, mejor.
— La Corriente K (@lacorrientek) December 24, 2022
Ojo, teniendo en cuenta que la reforma del 94' fue una poronga no estaría nada mal, eh.
— La Corriente K (@lacorrientek) December 23, 2022
La reforma constitucional de 1994 fue el resultado del Pacto de Olivos entre el menemismo entonces triunfante -en el fulgor de la convertibilidad- que hasta logró que Erman González ganara una elección en la Capital Federal, y el radicalismo menguante tras el desastroso final anticipado del gobierno de Alfonsín, en medio de la hiperinflación.
Así las cosas, no pudo sorprender que mientras uno conseguía el objetivo de contar con el instrumento para sostenerse en el poder (la reelección presidencial), el otro se contentara con diseñar instrumentos de presunto control de ese poder, del que se sentía lejano por muchos años, y sin condiciones de disputarlo.
En ese contexto surgieron el Consejo de la Magistratura, el tercer senador por la minoría de cada provincia, la Auditoría General de la Nación en manos de la oposición al Poder Ejecutivo y la autonomía porteña para crear en el corazón político y económico del país una ínsula antiperonista, todos engendros que padecemos hasta el día de hoy, como podemos comprobar amargamente por estos días. Hubo también, es cierto, el propósito menos elevado de preservar ciertas prebenda y pitanzas en forma de cargos públicos, para sostener a una burocracia partidaria (la de la UCR) que se imaginaba entonces eyectada de la Casa Rosada por décadas.
La consolidación económica del Pacto y la reforma (que conllevó además la provincialización de los recursos naturales estratégicos, como los hidrocarburos o ciertos minerales) fue el intento del gobierno de la Alianza de sostener el modelo de la convertibilidad más allá de su vida útil, hasta que implosionó en la crisis del 2001; generando un terremoto institucional del que emergió el kirchnerismo, como salida inesperada a la crisis. Tan precario era todo que, en aquellos tiempos en los que tuvimos cinco presidentes en una semana, hubo de improvisarse una reforma a tambor batiente de la ley de acefalía para cubrir el bache, y llegar a "completar" el mandato trunco de De La Rúa.
A diferencia de otras experiencias populares de los primeros años de éste siglo como las de Ecuador, Bolivia y Venezuela (con suerte diversa en cada caso), el kirchnerismo eligió transitar la salida de la crisis sin siquiera ensayar una propuesta de reforma constitucional que avanzara sobre el texto consagrado en el 94'. Podría decirse -no sin razón- que fue una elección realista, dadas las circunstancias: nunca hubo en la oposición, en todos esos años, la menor predisposición a discutir el asunto, y el gobierno tenía ciertamente otras urgencias más apremiantes.
Como decíamos hace unos meses acá, Néstor y Cristin eligieron poner el foco en recuperar la gobernabilidad general del sistema bajo la conducción de la política tanto como fuera posible, recomponiendo la autoridad presidencial, la solvencia del Estado (fiscal y en las reservas del Banco Central) y su poder arbitral en la puja distributiva, tratando de ponerse del lado de los trabajadores como el peronismo clásico; ensayando además una política exterior pragmática e independiente y apuntando a resolver el nudo gordiano del endeudamiento, para ganar márgenes de autonomía en el diseño de las políticas económicas.
Los números (económicos, sociales y sobre todo, electorales) indican que mal no les fue, pero a fuer de ser sinceros, los problemas cuya solución se pospuso porque había otros más urgentes subsisten hoy, y están en el primer plano de las dificultades. Más cuando entre los gobiernos de Macri y Alberto hemos retrocedido en todos esos avances que más arriba reseñamos, con consecuencias funestas en nuestro presente y -sobre todo- en nuestro futuro.
Hoy la Corte Suprema, como instrumento togado del poder real, ejerce de facto el gobierno del país, se mete con las directrices de la política económica, se apropia del Consejo de la Magistratura, cree poder disponer -y lo hace- sobre la organización de las fuerzas políticas en el Congreso y resuelve según su antojo las disputas entre el gobierno nacional y el (en palabras de Asís) artificio porteño; con el definido propósito de ayudar a financiar otro experimento por el cual un jefe de gobierno de la CABA llegue a la Rosada en representación de la Argentina antiperonista, tras los estruendosos fracasos de De La Rúa y Macri.
El propio balotaje presidencial diseñado en la reforma del 94' (alabado por los realpolitikeros como una muestra de la sagacidad menemista) es hoy un instrumento útil a los fines de cerrarle el paso al peronismo, tal como lo pensó Lanusse cuando lo introdujo en el Estatuto Fundamental de 1972. Si entonces no funcionó fue pura y exclusivamente por el enorme volumen político y electoral de Perón, del que hoy carecemos. De hecho, la única vez que se lo puso en práctica desde 1994 para acá, sirvió para que la "nueva derecha" que soñara Natanson y es la misma y vieja de siempre, llegar al poder ganándole al candidato del peronismo, por escaso margen.
El actual texto constitucional era viejo e inadecuado para dar respuesta a los problemas del país ya en 1994, y la reforma producida entonces no encaró a fondo ninguno de ellos, porque sus propósitos fueron otros. De hecho, la mayoría de las reformas que entonces se introdujeron los han agravado, como que se trató y se trata de una Constitución pensada no para garantizar derechos y un desarrollo nacional autónomo e inclusivo, sino para preservar los privilegios de un modelo de país en el que sobramos la mayoría de los argentinos.
Se podrá argüir que en la actual "correlación de fuerzas" (palabrejas tan de moda en estos tiempos) y con los niveles que ha alcanzado "la grieta" no existe la más mínima posibilidad de arribar a ciertos consensos entere el oficialismo y la oposición como para poder alumbrar otra reforma constitucional, y es estrictamente cierto. Tan cierto que allí reside precisamente la trampa de esta democracia condicionada en la que nuestro voto vale cada vez menos, porque hay estructuras reales de poder (en las instituciones políticas, en la estructura económica) con poder de veto sobre las decisiones populares.
Independencia de CABA ya. Urgente.
ResponderEliminarLa ciudad parásito que durante 200 años vivió del esfuerzo y la riqueza generada en todo el país.
Solo 3 millones de habitantes que viven con un altísimo presupuesto que sale del esfuerzo de los restantes 45 millones de Argentinos.
Basta de saqueo institucionalizado. Independencia ya (a ver como sobreviven).
La ciudad de Bs As es el lastre que hace inviable al país.
El Colo.