jueves, 1 de agosto de 2024

¿LA ÚNICA VERDAD ES LA REALIDAD?

 

La frase es conocida y Perón fue de los que más contribuyó a difundirla, aunque no le perteneciera. Complementándola, también le gustaba decir con frecuencia que la verdad hablaba por sí misma, sin artificios. Ambos apotegmas se correspondían con lo que enunciaba la marcha, aquello de "la realidad efectiva que debemos a Perón".

El peronismo en tanto proyecto político construido desde el Estado y la gestión, se apoyaba en sus realizaciones concretas y no es que no tuviera "relato" como decimos hoy: sucedió que la doctrina y sus formulaciones -y hasta las 20 verdades-, vinieron después de las realizaciones concretas que le cambiaron la vida a millones de argentinos, no antes. Y sin esas realizaciones ni Perón ni el peronismo hubieran sido lo que fueron, ni hubieran persistido solamente con formulaciones doctrinarias. 

Cuando fue desalojado del poder y ya no contaba con las herramientas que éste provee, en la proscripción y la resistencia se sostuvo, y las razones de su persistencia -que causaban perplejidad a la Argentina gorila, que lo había reducido al simple producto fortuito de una coyuntura feliz- hay que buscarla en el recuerdo de esas realizaciones, contrastado con los fracasos de los gobiernos que lo sucedieron: cuando a Perón le preguntaban que haría para regresar al poder contestaba que nada, que todo lo harían sus enemigos. Y en buena medida fue así, aunque él mismo desplegara los hilos desde el exilio, o intentara capitalizar los acontecimientos que no generaba. 

Eran otros tiempos, otra sociedad y, si se nos permite, otras verdades. Otro modo de conocer el mundo y relacionarse con él, una sociedad más cohesionada y, aunque injusta, ni por asomo con los niveles de injusticia que conocemos hoy. Imperaba con mucho más fuerza la lógica de los intereses de clase, y el voto era más coherente con el status social real, más allá de la propia percepción de cada uno. Tanto que en los 70' el peronismo pudo ampliar su base social, incorporando a sectores de las clases medias que le habían sido esquivas en sus orígenes.

Los actuales son tiempos de posverdad:, en los que es verdad aquello que cada uno cree que lo es. Tiempos en los que se afianzan las incertezas y las incertidumbres reales, al tiempo que también se afianzan los prejuicios, el núcleo duro de las convicciones íntimas, incluso en contra de los hechos comprobados y comprobables: eso explica el voto errático, los disparos al propio pie electoral, la disociación del status social y las preferencias políticas tanto como el desempeño de los diferentes gobiernos, e incluso más.

Al tiempo que se vuelve cada vez más injusta y desigual, la sociedad se fragmenta en mil pedazos, y cada uno de esos pedazos no se coagula con los otros, y no tiene con ellos contacto ni comunicación: el fracaso de las terceras vías hay que buscarlo allí, en tanto intentar unir lo que no quiere unirse. La persistencia de la polarización política, también, de allí que sea una necesidad ignorarla a la hora de diseñar estrategias electorales y de construcción.

Además y a diferencia de aquel primer peronismo, hoy no tenemos las herramientas del Estado y la gestión para sostener un proyecto político con encarnación electoral, salvo el caso de Axel Kicillof que está sustentando su ambición presidencial en su desempeño en el gobierno de la provincia más grande del país. De modo que un proyecto político que pretenda tener solidez electoral -no hay otro modo en democracia de intentar construir hegemonía- tiene que tomar nota de ello, y actuar en consecuencia.

Porque además tampoco es cierto que -como se suele decir de ambos lados de la grieta- dato mata relato. Y si no ahí tienen a mano el caso de la pobreza, y sus generadores: en sus gobiernos el kirchnerismo sacó de la pobreza a una cantidad de gente igual a la de la que habita la provincia de Buenos Aires (la más poblada del país), pero para muchos argentinos fueron sus políticas las que aumentaron la pobreza, y no hay dato que los convenza de lo contrario.

De allí que en la praxis política sea imprescindible registrar las nuevas lógicas quebradas y no lineales de la sociedad, y sopesar el valor concreto que tienen los hechos en la percepción social de las cosas. Entendiendo también que no es tampoco que los hechos son por completo ajenos a las percepciones de la sociedad, porque de lo contrario Macri (que contaba con todos los resortes del poder nacional y extranjero a su disposición) no hubiera fracasado en su intentona reeleccionista, ni Alberto hubiera tenido que bajarse del suyo por inviable, o no hubiera sido una mochila de cemento para las aspiraciones electorales de "Unión por la Patria". 

Que la sociedad haya cambiado y sea distinta, no significa que haya que dejar de hablar de los viejos problemas, que son los actuales: la pobreza, la desigualdad, la precariedad laboral, el modelo de desarrollo productivo. Pero habrá que hacerlo con otros lenguajes, decir lo que no está dicho ni puesto en agenda, con los modos y las formas que el tiempo reclama. Lo que nos lleva al problema de darse una política para los dispositivos de construcción de sentido, desde las redes a los medios.

Pero no poniendo el carro delante de los caballos, privilegiando las formas por encima de las sustancias. Porque esa estrategia -que presidió el fallido gobierno del "Frente de Todos"-  además de haber demostrado sus limites y su impotencia, no da con el registro general de la sociedad. Que la patria sea el otro, no implica ignorar que a veces el otro nos pone una pistola en la cabeza; y que la sociedad está polarizada más por creencias o prejuicios, que por sistemas organizados de ideas, status social o intereses de clase como en la sociedad del primer peronismo. 

Solo entendiendo eso se puede entender el ensanchamiento electoral del antiperonismo, cuando las políticas que ejecutan las fuerzas que lo expresan electoralmente son cada vez más excluyentes y minoritarias: ya no se habla de "mantener lo bueno y cambiar lo malo" como Macri en el 2015, sino de liquidar la Argentina que parió el peronismo -y que lo parió a él- con la motosierra, rápido y sin contemplaciones, ni medir costos ni consecuencias.

Y finalmente hay que abordar la problemática del poder, y su ejercicio; sin complejos ni ataduras derivadas más de la mirada del otro (que no vacila en utilizar las mismas herramientas con audacia y sin escrúpulos cuando le toca gobernar) que de la propia, y tomando nota de un proceso sostenido y consistente hace años: la licuación del poder político, de los partidos políticos y de las instituciones democráticas sustentadas en el voto popular va en absoluto paralelo con el fortalecimiento del poder económico para poder imponer su agenda o vetar otras, y una cosa está directamente relacionada con la otra.

3 comentarios:

  1. Muy buen post.

    "Que la sociedad haya cambiado y sea distinta, no significa que haya que dejar de hablar de los viejos problemas, que son los actuales: la pobreza, la desigualdad, la precariedad laboral, el modelo de desarrollo productivo".

    El modelo de desarrollo productivo sí es de los viejos problemas, el que estaba en vías de solución a mediados de los '50 con el segundo plan quinquenal, que quedó sin efecto con el golpe de Estado gorila.

    La pobreza, la desigualdad y la precariedad laboral son, en rigor, consecuencia de los problemas verdaderos que son, además del modelo productivo, la fuga de capitales permanente, vía saqueos de distintas clases: comercio exterior, finanzas, remisión de utilidades, subfacturación, sobrefacturación, etc., etc., etc., etc.

    Este es el problema de la dependencia de lo que JDP denominaba la "férula imperialista". Desde su desaparición física muy poco se hizo por liberarse. Lo poco que se hizo fue durante el segundo mandato de Cristina, que fue fácilmente revertido en 6 meses de gobierno de MM y destruido en los 3 años y medio restantes.

    La obra de gobierno de Cristina fue relativamente importante respecto a las consecuencias que dejó el desastre del colapso de la convertibilidad de los años '90 y la salida devaluatoria a principios del 2002.

    Pero el declive de las condiciones sociales acumulado desde el golpe de Estado de 1976 hasta el 2002 no fue revertido porque no se logró la solución del problema principal que era la dependencia de la férula imperialista.

    Creo yo que este problema se prefirió ignorar y no profundizar por una cuestión generacional. Los protagonistas de la era K y varios de sus simpatizantes maduros de alrededor de 50 y pico de años, más o menos formados políticamente, habían experimentado, en su juventud, la frustración del último gobierno peronista de breve duración tras la muerte de Perón y el golpe de Estado posterior.

    En aquellas épocas, la mayoría de la juventud y sus dirigentes no pudieron valorar con justeza la importancia de la obra de Perón ni de lo que se proponía con su vuelta del exilio. Todo era medido sobre la base de axiomas ideológicos preconcebidos. El clima de época permeaba mucho más que la palabra y las enseñanzas de un viejo en el exilio.

    A la recuperación de los resortes y recursos fundamentales (sistema financiero, comercio exterior, etc.) le llamaban "nacionalismo burgués". El pacto social con Rucci y la CGE para neutralizar a la UIA y la SRA, etc., era la "burocracia sindical" + el "nacionalismo burgués". El primero se convirtió en enemigo mientras el segundo permaneció aliado. Los fetiches a los que se les daba el estatus de verdaderos "cucos" (López Rega, etc.) contribuían a reforzar y autojustificar los errores de apreciación una y otra vez.

    Esa generación tanto en su juventud como en su madurez falló en identificar la importancia de los resortes y recursos fundamentales para hacer transformaciones destinadas a resolver los problemas sociales. Cuando eran jóvenes por las pasiones y/o ambiciones recubiertas de ideologismo socialista. Cuando fueron maduros, ignoraron el asunto.

    Son muchas cosas de las que hay que hacer el balance, tanto en el plano intelectual como el afectivo. Estoy tratando de hacerlo porque alguien tiene que llenar ese vacío, en beneficio de las generaciones que vendrán en el futuro. Pero hay que tener mucha delicadeza porque a mucha gente se le fue la vida o la salud en toda esa historia. Pero si uno, en ese balance, es sincero consigo mismo, tratando de mantener la coherencia y la univocidad, puede resultar en el mejor homenaje que le podríamos hacer a todos los que no están pero que debieran estar, porque ellos hubieran visto con buenos ojos el esfuerzo por clarificar al pueblo para que encuentre el camino de su liberación.

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  2. muy interesante análisis de OTI, sería mas interesante si puede poner un ejemplo de los ítems que desea clarificar
    en cuanto a:
    ...ni Alberto hubiera tenido que bajarse del suyo por inviable, o no hubiera sido una mochila de cemento para las aspiraciones electorales de "Unión por la Patria".

    Que la sociedad haya cambiado y sea distinta, no significa que haya que dejar de hablar de los viejos problemas, que son los actuales: la pobreza, la desigualdad, la precariedad laboral, el modelo de desarrollo productivo. ese período no fue tan desastroso como se pretende, a pesar de las intervenciones de los distintos sectores del FxV, con ese alberto no solo se navegó la pandemia y la sequía, tmb se lograron leyes inclusivas, a pesar de que hubiera metas aparentemente vedadas... ¿tendremos futuro con lo que va quedando?

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  3. Anónimo 2:50.

    El problema con Alberto es que quiso gobernar a su manera para lo cual tuvo que soslayar a Cristina. Ese fue un error grande porque Alberto nunca había estado en el lugar de la responsabilidad de tomar decisiones y Cristina sí.

    Esa experiencia fracasó con la crisis financiera de mediados de 2022. Si Cristina y Massa no intervenían todo conducía a una catástrofe electoral mucho peor que el balotaje de 2023. El narcisismo de Alberto y su núcleo Guzmán-Kulfas fue muy perjudicial políticamente.

    Los problemas de las grandes masas humildes y postergadas de la Argentina que son unas 25 millones de personas distribuidas en diversos estratos socioeconómicos, no se va a resolver si no se encara el problema de la dependencia y el saqueo de recursos físicos y monetarios.

    Después de la dictadura los gobiernos democráticos dieron por sentado al saqueo y la dependencia. Lo tomaron como un dato o paisaje inmodificable al que tenían que adaptar cualquier intención o plan o política pública. Esto empezó con Alfonsín pero con Menem se hizo mucho peor.

    En el único momento en que se empezó a pensar que eso no era un dato inmodificable, sino que se podía cambiar, fue a partir de 2011 cuando empezaba el segundo mandato de Cristina. Entonces el establishment se dio cuenta y le declararon la guerra que dura hasta ahora.

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