Por Raúl Degrossi
Si uno quisiera ensayar una breve historia del pensamiento político y cultural de la "Argentina oficial" en nuestros doscientos años de historia, los escritos de Rogelio Alaniz podrían encontrar un destino útil, más que estar destinados a envolver los huevos, o prender el fuego para el asado.
Desde Sarmiento a Martínez Estrada, pasando por Mitre, Ingenieros, Gino Germani o Sebrelli, todos hablan a través del plumífero alquilado por la familia Víttori; una especie de perro rabioso al que sueltan a decir -con esa verba inflamada que lo caracteriza- lo que ellos piensan íntimamente, pero se abstienen de poner en papel y con firma, por razones de pudor o corrección política.
Porque habrá que decir que Rogelio puede ser muchas cosas, menos original: es difícil encontrar en el espacio de columnas como ésta, un rosario tan compacto de lugares comunes del gorilismo argentino; ni una convención de señora gordas del barrio norte porteño condenadas a vivir eternamente tomando el té juntas, podrían repetirlos y encadenarlos a todos, con un zurcido casi invisible.
O en todo caso muy visible: lo que hilvana los vómitos de Alaniz es un profundo, visceral y arraigado antiperonismo de la mejor cepa, reivindicador del cáncer, si cabe: cuando habla de Cristina se refiere a ella como "la señora", como lo hacían las damas de la Sociedad de Beneficencia con Evita. Suponemos que también al igual que ellas, en privado utilizará expresiones menos amables.
Tomando como excusa las elecciones porteñas, Rogelio retoma su eterna recapitulación de un mismo tema: el movimiento fundado por Juan Perón, sus seguidores y continuadores son el origen y la explicación de todos los males de la Argentina; una especie de piedrazo que destruyó desde el 17 de octubre del 45' el cristal del país soñado por Sarmiento y Mitre, consolidado por Roca y la generación del 80'.
La emprende (como otras veces) contra Aníbal Fernández, sabedor de que el Jefe de Gabinete no esquiva enredarse en polémicas, y si lo hace, nuestro escriba ganará en una notoriedad que -por sus propios méritos- difícilmente podría alcanzar. Años atrás hacia lo mismo con Lanata, cuando éste decidió incursionar en la historia, hoy no puede repetir el desafío: ha dejado de ser un adversario porque los dos están en el mismo bote.
Y acto seguido encara contra el muñeco de feria de turno, Fito Páez y sus declaraciones contra el electorado porteño. Dice del rosarino (y de Aníbal): "piensan con el bolsillo. En todos los casos, nunca hacen nada gratis." Curioso argumento para quien se las da de analista político: debiera saber -por sus lecturas de la historia- que hasta regímenes oprobiosos como el nazismo tuvieron sus seguidores fanáticos, convencidos de la justicia de la causa que abrazaban.
Al peronismo en general -y al kirchnerismo como su actual encarnadura en particular- les niega Alaniz hasta esa cualidad: nadie puede adherir a ellos o respaldar sus políticas por propias convicciones; y además él mismo se contradice en el resto de su libelo: si Páez sólo actúa movido por plata y la ciudad de Buenos Aires es la que mejor le paga, ¿por qué razón "de peso" como él dice, diría que los porteños que votaron a Macri le dan asco?
El músico rosarino es frecuentemente contratado por el gobierno de Binner al cual él adhiere con fervor, pero parece que sólo el dinero de Cristina envilece y compra las conciencias. Flojito el argumento en éste punto, y en todo caso revelaría que él practica la fellatio política con sus patrones, de puro gusto nomás.
Y la emprende de soslayo contra Pino Solanas, por un único pecado: ser o haber sido peronista; olvidando (a propósito de su crítica a Fito Páez) que el referente de Proyecto Sur no despreció a los porteños, sino a los salteños cuyo voto (dijo) era de baja calidad. Como Alaniz coincide con él en el punto, lo pasa por alto; Dios no permita que algo tan endeble como la realidad, se interponga entre él y su obsesión monotemática con el peronismo.
Curioso: en un punto él mismo me recuerda a Solanas, cíclicamente rodeado de jóvenes incautos a los que atrae con su eterna promesa de construir una nueva estructura política alternativa al bipartidismo; así como Alaniz congregaba allá en la primavera alfonsinista a los militantes de la Franja Morada que veían en él, al sucesor del Che Guevara.
El paso del tiempo los llevó a él a escribir en el diario de Víttori; y a ellos al gabinete de Barletta a reciclar limpiavidrios como "promotores turísticos" para esconder la pobreza de la vista de los turistas mientras dure la Copa América, pero eso sí: ninguno cometió el pecado mortal de volverse peronista.
Puesto a expresar una alegría orgásmica por cualquier derrota política del peronismo, Alaniz no vacila en congratularse de la victoria de alguien como Macri, dice: "El problema que los populistas tienen con Buenos Aires es la modernidad. Una ciudad con buenos niveles de integración, con excelente calificación de sus recursos humanos, con insumos tecnológicos disponibles genera una interacción social intensa y compleja que da nacimiento al ciudadano reacio a dejarse manipular por los caciques o los caudillos carismáticos que tanto ponderan los populistas..."
Curiosa forma de demostrar la "excelente calificación de los recursos humanos" y la existencia del "ciudadano reacio a dejarse manipular": votar a un sub producto de la alfabetización como Macri, que constituye la peor propaganda viviente de la baja calidad de la educación que su familia le pagó; alguien incapaz de leer de corrido, o expresar un pensamiento complejo.
Hablando del conurbano bonaerense (el último círculo del infierno imaginado por nuestro Dante de cabotaje, donde habita la bestia), dice: "El infierno en la Argentina, las injusticias más alevosas, las afrentas más ofensivas a la condición humana, las lacras políticas y sociales más detestables están en el Gran Buenos Aires. Es allí donde la explotación y la dominación exhiben sus rostros más perversos y siniestros."
No hay allí gente que trabaja, jóvenes que estudian, ni muestras de solidaridad, y no debemos olvidar lo que subyace en el texto: desde allí se vomitó a las hordas que tomaron por asalto la ciudad el 17 de octubre (el "aluvión zoológico" del diputado radical Sanmartino), como años antes los gauchos zaparrastrosos que habían partido desde Santa Fe y Entre Ríos ataron las riendas de sus caballos en las rejas de la pirámide de Mayo.
Y sigue Rogelio, criticando a los intelectuales oficialistas (con los que tiene un doble entripado: ¿cómo alguien, diciéndose intelectual, puede ser oficialista si el oficialismo es peronista?, crímen sacrílego en su religión personal): "Tampoco se les ocurre pensar que si las provincias pobres no estuvieran gobernadas por señores feudales como los Insfrán, Beder Herrera o Alperovich, sus habitantes preferirían quedarse en sus patria chica que marchar a un destino incierto, a un desarraigo seguro que pareciera que siempre es preferible al infierno de desolación y desesperanza, hambre e ignorancia que les ofrecen los “compañeros gobernadores” de la causa nacional."
Pero hete aquí que esos señores feudales ganan las elecciones por amplísimas mayorías electorales, que al parecer no son tan merecedoras de respeto para Alaniz como los votos de los porteños que eligieron a Macri, por lo que se indigna con Fito Páez. Cualquier parecido con el despotismo ilustrado del "Dogma socialista" de Echeverría, o la "legitimidad segmentada" de Lilita Carrió, no son mera casualidad.
Y termina Rogelio a toda orquesta: "Las cloacas políticas y sociales de La matanza-Riachuelo. Ese es el eje de dominación que hay que derrotar en la Argentina. Ese es el eje de dominación que fue golpeado pero no derrotado en el 2008 en lo que se conoce como la batalla del campo. Allí la historia desplegó una puesta en escena que nos permitió registrar las dos argentinas: la del progreso y la del atraso; la de cultura del trabajo y la subsidiada; la de la riqueza bien ganada y la de la riqueza obtenida con negociados; la Argentina de los ciudadanos y la de los capangas y sus súbditos.
En la ciudad de Buenos Aires, con las mediaciones culturales del caso, estas fueron las opciones que estuvieron presentes el pasado domingo. Las elecciones de Buenos Aires no aseguran la derrota del populismo en octubre pero modificaron el humor social, rompieron con el mito de invencibilidad de la señora y pusieron punto final al luto político más prolongado de nuestra historia. Algo parecido ocurrirá en Santa Fe el 24 de julio y en Córdoba la primera semana de agosto."
A ver, repasemos: queda claro entonces -porque el propio Alaniz lo dice- que la asonada agrogarca del 2008 no fue un reclamo corporativo sectorial sino un intento destituyente (calificación acuñada justamente por los intelectuales de Carta Abierta que el tanto detesta); a punto tal que él se lamenta que todo haya acabado con la derogación de la resolución 125, y no se haya llegado por ejemplo, a la renuncia de Cristina.
Si de expulsar al peronismo se trata, Rogelio no vacila (pocas veces lo hace) en marchar del brazo con Biolcatti y la Rural, o en considerar que un empresariado primitivo, explotador a carta cabal de sus (pocos) trabajadores, rapaz como el que más y experto en evadir impuestos, puede representar el progreso social en la Argentina.
Y ahora resulta que nos cuenta que los capangas no estaban en la Mesa de Enlace, sino en quienes defendían al gobierno, un sociólogo de fuste el hombre; que titula "mediaciones culturales del caso" (pretendiendo remedar a Germani) lo que sabe bien fue una red de complicidades mediáticas tejidas en torno a la gestión de Macri, para encubrir sus desastres de gestión, a cambio de pingües negocios.
Sabe lo que hace: trabajando en El Litoral, no es bueno mentar la soga en casa del ahorcado.
¿Qué nos querrá decir Rogelio con que las elecciones porteñas "pusieron punto final al luto político más prolongado de nuestra historia"?
¿Se referirá a los meses que lleva Cristina vistiendo de negro tras la muerte de Néstor Kirchner, o (como parece surgir del contexto en que la frase fue puesta) a su propio luto ante la seguidilla de victorias electorales del peronismo hasta el triunfo de Macri?
Porque si fuese éste último el sentido de sus palabras, Alaniz mostró una vez más la hilacha: para él ni siquiera una dictadura de verdad, es comparable a la perpetuación en el poder por el voto popular -el de todos, el que hay que respetar aunque no sean porteños- de una fuerza política a la que odia con todas sus vísceras. Si así fuera, viene flojito de papeles democráticos el hombre.
¿Qué humor social cambió con el triunfo de Macri, el de los argentinos o simplemente el de Rogelio Alaniz y sus círculos más frecuentes de contactos? Gran dilema tendría entonces el 24 de julio: optar entre Bonfatti o Torres Del Sel.
Porque con tal de derrotar al peronismo cualquiera le cabe, hasta el "milico" Aguad, el amigo de Menéndez, cuya victoria en Córdoba podría celebrar; lo mismo que la de De La Sota con esqueletos en el placard de los tiempos del "Navarrazo" (cualquiera, con tal que el resultado cordobés sea leído como una derrota de Cristina); con lo cual fíjense por que curioso camino vendría a coincidir con López Rega.
No sólo creo sino estoy seguro que Alaniz dice lo que dice porque verdaderamente lo piensa, no por plata ni otras razones: escribe lo que escribe y -sobre todo- dónde escribe, porque le gusta y se siente cómodo, como Beatriz Sarlo cuando llegó a las columnas de La Nación.
A menos que en El Litoral estén otra vez en problemas para pagar los sueldos de los empleados (pese al oxígeno que vienen recibiendo del gobierno de Binner), y estos deban extremar sus muestras de obsecuencia para ganar un lugar en la fila.
Aun así, creo que para recitar su catecismo gorila, para vomitar su bilis antiperonista, Rogelio Alaniz sería capaz de pagar, si hiciera falta.
El mucamo de Vittori repite lo que escucha mientras sirve la cena.
ResponderEliminarSirviendo a su patrón, Alaniz sigue acumulando alcohol y el fuego del resentimiento que lo quema por dentro.
En Octubre, cuando gane la Presidenta, el gordo va a explotar por los aires en un big bang de fuego y ginebra.
Por eso, gracias al primate,en Santa Fe no va a hacer falta gastar en fuegos artificiales para el festejo.
El Colo