Por Raúl Degrossi
Ayer se cumplió uno de los ritos medievales que aun subsisten en la Argentina: la "inauguración oficial" de la muestra de la Rural en Palermo, con el discurso del primate de turno -en este caso Biolcatti- que pueden ver acá.
Lo de siempre: el Estado es corrupto, un depredador insaciable, hay que dialogar, apostar a la convivencia -mientras los insultos y descalificaciones se atropellaban en su boca-, está en riesgo la libertad de expresión -se ve que él no le tiene miedo a los riesgos-, volver a los principios republicanos de la Constitución.
Y Sarmiento, mucho Sarmiento.
Hace bien Biolcatti en reivindicar a Sarmiento; lo ridículo es que lo pinte como un hombre de diálogo y consenso: el mismo sanjuanino se descompondría de la risa si escuchase esa pintura suya.
Por no mencionar que -garca y todo como fue toda su vida- de su boca y pluma salieron dardos envenenados contra lo que llamaba "la oligarquía con olor a bosta de vaca"; porque muchos -como el insoportablemente bruto de Biolcatti- no lo saben; pero fue "el padre del aula" el que acuñó esa expresión, cuando en el ocaso de su vida política los hacendados que impulsaban a Roca lo cagaron en una rosca, y sepultaron su sueño de volver a ser presidente.
Claro que Biolcatti admira al Sarmiento que escribía en El Mercurio afirmando los derechos chilenos a la Patagonia; al que apoyó la intervención anglofrancesa contra Rosas, al que aplaudió el asesinato y decapitación del Chacho Peñaloza, al que contribuyó a masacrar el Paraguay, o probó personalmente las ametralladoras a repetición contra las paredes de la Escuela Normal de Paraná.
O aconsejaba no economizar sangre de gauchos, frase que debe sonar como música celestial a los oídos de Biolcatti.
Pero eso sí: todo en nombre del diálogo, el consenso, la convivencia entre los argentinos, la tolerancia y el respeto por los principios republicanos de la Constitución.
Pasó otra inauguración del cónclave bovino y pastoril de Palermo sin la presencia presidencial: Néstor y Cristina podrán añadir a sus múltiples méritos como gobernantes, no haberse prestado nunca a esa farsa de cartón pintado.
Farsa en la que un empresariado tosco, primitivo, evasor, explotador y golpista -sí, sempiternos y consecuentes golpistas, aunque ahora llamen a cambiar la realidad con el voto, creyendo que estamos en el 2008- pretende erguirse desde un imaginario púlpito -como Bergoglio entre los muros de la catedral en el Te Déum, otra rémora medieval- para darnos lecciones de moral y democracia a los argentinos.
Afortunadamente y mal que le pese a Biolcatti, algunas cosas están cambiando desde el 2003 para acá, y esa triste imagen de la apertura de la Rural transmitida por los medios privados -los mismos que cuestionan el uso de la cadena nacional por Cristina- en cadena, como si el que hablase allí representase a alguien más que a sí mismo, o a los escasos dueños de la Argentina; ya no suscita fervor, ni interesa a nadie más que a ellos.
Y habrá que recordar que a ese lugar, a esa tribuna y con ese orador fueron -una vez más- a rendir pleitesía todos los dirigentes de la oposición, empezando por el oscuro y tristísimo Ricardito Alfonsín, que calificó a la Rural como "una entidad al servicio de la patria", olvidando que su propio padre -cuyo recuerdo borroso usufructúa políticamente- fue estruendosamente abucheado allí por primates iguales a Biolcatti; si no por el mismo oligarca de apellido de choricero.
París bien vale una misa, dicen; lo debe pensar Ricardito, lejos del axioma de Alem: que se rompa, pero que no se doble.
Pero el consuelo es que todo -la escena, el lugar, los personajes, el libreto, repetidos todos los años como un rito vacío y sin sentido- forma inexorablemente parte del pasado de la Argentina; de un país que, con avances y retrocesos, con dificultades e interrogantes, pugna por dejar de ser definitivamente el granero del mundo, apenas una granja apéndice de un esquema diseñado por otros.
Un país con muchas voces y muchos ruidos, que tapan los bramidos estériles de un gorila furioso.
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