lunes, 25 de julio de 2011

QUE SE VAYAN ESTOS



Por Raúl Degrossi

Hace unas semanas atrás escribíamos algo respecto a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias que se vienen el 14 de agosto, y a las elecciones provinciales que se avecinaban en distritos complicados para el kirchnerismo.

Con los resultados de la primera vuelta de las elecciones porteñas y de la elección santafesina a la vista, podemos decir que no estuvimos muy errados: el dispositivo mediático instaló desde la noche misma del triunfo de Macri la idea del derrumbe del mito de la invencibilidad de Cristina, con la estrategia de la profecía auto-cumplida: tratar de que haya balotaje, diciendo que es seguro que lo habrá, y los resultados recientes lo demostrarían.

Pero en todo caso eso apunta una estrategia, que paradójicamente se refuerza con algunas incertezas que han empezado a campear en las filas propias. El asunto es detenerse a indagar un poco más allá de las perspectivas electorales inmediatas; que siguen siendo alentadoras si se las compara -distrito por distrito- con las del 2007, ni hablar si el cotejo es con las legislativas del 2009. 

Y en esa búsqueda de las tendencias más profundas del proceso, una breve -brevísima- referencia la crisis del 2001: la fragmentación política en que sobrevino, y el abismo institucional que abrió -cerrado con un ensayo de gobierno parlamentario a partir del acuerdo entre el PJ y la UCR bonaerenses- fueron el telón de fondo de las drásticas medidas con que se abandonó la Convertibilidad, que generaron una brutal transferencia de ingresos hacia los sectores más concentrados de la economía, tan brutal que aun no se ha terminado de revertir del todo.

El reclamo estentóreo del "que se vayan todos" (fundamentalmente verbalizado por las clases medias con ahorros incautados por el ´"corralón", aunque no sólo por ellas) expresaba un infantilismo inviable, porque su necesaria contracara era "que venga cualquiera", lo que implicaba pretender instalar la idea de que las soluciones jamás podrían provenir de la política. 

Esa percepción social era ciertamente funcional a los intereses de los verdaderos dueños de la Argentina, dado que, cuando la sociedad se siente acorralada ante situaciones límites sin respuestas desde la mediación política, suele aceptar con naturalidad las terapias de shock: de la hiperinflación del 89' se salió con las leyes de emergencia y las privatizaciones del menemismo, y de la implosión de la convertibilidad en el 2001, con la devaluación con pesificación asimétrica.

No es para nada casual que esas terapias de shock sean siempre favorables a los mismos intereses: es la consecuencia de que estos encuentran en el sistema politico permeabilidad a sus demandas, como presunto reaseguro de una salida viable a los procesos de crisis.

Sobre esas certezas trabajó Nestor Kirchner a partir del 2003, buscando con obsesión construir poder desde otra lógica de gobernabilidad: en ese contexto deben leerse la depuración de la Corte Suprema, la política de derechos humanos -clausurando las presiones de Duhalde para un nuevo punto final- y la reestructuración de la deuda externa; transfiriendo a los acreedores parte del costo de la crisis, y sentando al mismo tiempo las bases para el despegue económico.

El bloque de poder dominante aceptó a regañadientes el intento kirchnerista de recomponer la autonomía de la política y el rol del Estado, sobre todo porque durante mucho tiempo gozó de importante aceptación social. Puestos a pensar cuando comenzaron a mostrar los dientes, algunos señalan la despedida de Lavagna después de las legislativas del 2005, otros estiran la cosa hasta el anuncio de la candidatura de Cristina para el 2007; lo cierto es que para el conflicto con las patronales del agro las líneas de fuerza ya estaban tendidas.

Para entender esto hay que tener en cuenta dos lógicas contrapuestas: cuando se señalan los defectos del kirchnerismo por la lentitud de los avances en una materia o la reticencia a incursionar en otras, se pierde de vista que lo que para algunos (los que formulan ese tipo de críticas) es insuficiente, para otros -como la Asociación Empresaria Argentina, o la Mesa de Enlace- es intolerable.

Y hablando de la AEA: hegemonizada por Clarín y Techint expresó siempre la porción del empresariado dominante más dispuesta a jugar decididamente en el terreno político, como que también tenía intereses lesionados por el kirchnerismo y otros amenazados y que pretende resguardar.

Intentaron entonces varios ensayos de encontrar la esperanza blanca que contendiera con Cristina, que se vieron frustrados como consecuencia de la fragmentación opositora y de la escasa densidad de los postulantes: el caso más sonado -pero no el único- fue la fugaz candidatura de Sanz; hasta llegar al momento actual que es el de la irrelevancia del candidato opositor; ya que cualquiera da lo mismo.

Esta estrategia conecta con el silencio y la ambigüedad de todos los candidatos opositores sobre su eventual programa en caso de llegar al gobierno: lo que dicen nunca supera un conjunto de huecos lugares comunes, cuando no se limitan (como hacen la mayoría de las veces) a replicar el pliego de demandas del poder económico; en cuyo caso el dispositivo mediático lo amplifica al infinito.

Si dijeran otra cosa nadie los podría tomar realmente en serio, porque no hay construcción política atrás que lo respalde, construcción política que sería -en términos teóricos- tanto más necesaria cuanto más profundos fueran los planteos de una fuerza política; pero la escasa densidad -política, no electoral, que es otra cosa, aunque en algunos casos coincidan- de las alternativas opositoras hace que ni siquiera planteen desmesuras a nivel de propuestas, a las que cuestionar desde el famoso teorema de Baglini.

Un ejemplo para que se entienda: ya que estamos bajo el influjo de los resultados de Santa Fe, ¿alguien podría decir que ha escuchado definiciones contundentes de Binner que expresen un verdadero programa "progresista" de centroizquierda, capaz de erizar la piel de los poderosos?

Como contracara de la consigna callejera del 2001, la actual que dispara el sistema de medios hegemónicos pareciera ser "que venga cualquiera", con tal que sea alguien capaz de forzar la polarización que conduzca al balotaje, es decir "que se vayan estos", o si quieren, "que se vaya ésta". Terminar con la anomalía kirchnerista es el objetivo, cerrar el ciclo abierto en el 2003 y volver al país "normal" en el que un De La Rúa pudo ser presidente, votado por casi la mitad de los argentinos y con chapa de progresista.

En tanto la lógica política que el kirchnerismo expresó desde el 2003 ganó autonomía para la política y mantiene bajo control las principales variables macroeconómicas, alejó el fantasma del golpe de mercado; lo que implica que una nueva reestructuración de esas variables  a favor de los intereses más concentrados del poder económico, requeriría como condición indispensable un cambio de gobierno, para volver a la vieja idea de gobernabilidad.  

Para que eso sea posible, debe tener algún anclaje social que se traduzca en opciones electorales que limen la cosecha de Cristina en agosto y en octubre, y desemboquen en el balotaje, y allí la estrategia conecta con algunas ideas que puedan prender en las clases medias; siempre dispuestas a ver el progreso como la mera resultante de su esfuerzo individual y el aprovechamiento inteligente de las oportunidades, algo así como bajarle el precio a la influencia de la política.

Cualquier incertidumbre sobre el "después" del kirchnerismo (que se vayan estos) intentarán disiparla con la idea del "viento de cola": es decir, en un contexto favorable cualquiera puede gobernar, pero lo cierto es que no cualquiera gobernaría igual; aspecto éste cuidadosamente ocultado.

El contundente triunfo de Macri en Buenos Aires -con seguridad replicado en el balotaje- y la gran elección de Del Sel en Santa Fe ponen de relieve cierto éxito de la estrategia, que no se termina de afianzar porque seguramente existirán muchos votos cruzados de esos electores hacia Cristina en agosto y en octubre.

Pero dije al principio que había que intentar ver más allá de las elecciones de este año, y en ese sentido las perfomances de Macri y Del Sel son preocupantes en tanto expresan una brutal despolitización o en todo caso, repolitización de signo inverso a la instaurada por el kirchnerismo desde el 2003; y hay allí una pelea que todos los que bancamos el proyecto nacional tenemos que dar, para que se entienda claramente que los avances conseguidos son fruto de la política y no del azar, así como de decisiones sustentadas en un cúmulo de ideas puestas en práctica, y no de una mera eficacia tecnocrática.

Del mismo modo que la nueva idea de gobernabilidad impulsada por Kirchner dio los resultados que hoy podemos palpar -imaginemos por un momento sin esa idea cual hubiera sido la salida de la crisis luego del 2003-, en un clima social en el que prosperase la idea de que la gestión del Estado y la cosa pública no son asuntos de la politica ni de las ideologías, el proceso sería del signo inverso: la traducción del pliego de demandas corporativas en medidas de gobierno sería vista como un resultado natural e inevitable, por caso liquidar los subsidios a las tarifas de los servicios públicos, o eliminar las retenciones. 

¿Qué mejor que anatemizar el conflicto planteando una utópica sociedad que vive en un eterno pelotero feliz con globos de colores, y con gente buena onda que viene a sumar su aporte -como Miguel Del Sel- para "mantener todo lo bueno" logrado por el kirchnerismo y "cambiar todo lo malo" hecho desde el 2003 para acá, sin que nunca nos digan con todas las letras que fue lo bueno y qué lo malo?

A propósito: tanto Macri en Buenos Aires como Del Sel en Santa Fe evitaron en los tramos finales de su campaña toda crítica a Cristina, y todo cuestionamiento puntual a las políticas nacionales. Incluso Del Sel personalizó en Agustín Rossi (con marcado éxito) la crítica a la política agropecuaria agitando el fantasma del conflicto por la resolución 125.   

Más allá de los desafíos electorales cercanos, el kirchnerismo tiene ante sí el dilema de romper un círculo vicioso que ya padeció el primer peronismo: con diferencias de escala y profundidad, ambos generaron políticas que promueven una intensa movilidad social, que se traduce en mejores perspectivas para la clase media, y a medida que ésta saca la cabeza del agua luego de la crisis -con las excepciones que todo trazo grueso del humor social impone-, comienzan a militar en la más cerril oposición al gobierno, lo hagan o no desde una opción política formal. 

Creo personalmente (y las encuestas lo dicen hoy por hoy) que Cristina ganará en octubre en primera vuelta, pero con buena parte de los famosos "votos cruzados" (vuelvo a los ejemplos de Macri y Del Sel), de cierta clase media volátil en sus preferencias políticas y conservadora en sus opciones, cultora del "vamos más o menos bien, no toquen nada, dejen todo como está"; tal como sucedió en el 2007.

Coincidencia casi exacta del humor social de parte de la población, con los intereses más concentrados de la economía: hasta acá llegamos, no vamos a consentir repartir o ceder más que esto; un clásico de la política argentina remixado a través de la historia. Mucho menos esos sectores van a poner el cuerpo en defensa de lo logrado -que la mayoría siente fruto exclusivo de sus condiciones personales, o de una coyuntura internacional favorable-; a menos que nos demos una práctica política concreta para que así sea. El ejemplo del conflicto con las patronales del campo sirva para entender este punto.

Ese voto conformista -o conservador si quieren- que integrará el caudal de Cristina es altamente inestable al calor del conflicto; y a poco que se desee verdaderamente profundizar el rumbo en un segundo mandato, yendo por las transformaciones pendientes, habrá conflictos, que duda cabe: está en la ley de los procesos sociales y políticos.

A lo que hay que sumar que personajes como Macri o Miguel Del Sel expresan cierta derecha populista (o populachera) capaz de captar -en un marco de despolitización- votos también en la base electoral tradicional del peronismo en los sectores populares: allí también habrá seguramente votos cruzados en agosto y en octubre, lo que no implica en modo alguno quedarse de brazos cruzados dando por sentado que son seguros para Cristina: todo lo contrario, hay que consolidarlos con políticas y política. 

Se suele decir con frecuencia que hoy no existe un clima social parecido al de la asonada agrogarca del 2008, y que desde entonces Clarín, Techint y sus satélites buscan afanosamente el sujeto social en el cual enancarse para intentar consumar lo que allí no pudieron: intentos frustrados fueron la estatización de las AFJP, el Fútbol Para Todos, la ley de medios y hasta el culebrón de Redrado con las reservas.

Pero eso no significa que no lo logren en algún momento, sobre todo cuando apelan a la estrategia de la despolitización, y tienen a la mano un prospecto ideal a futuro como Macri para corporizar esa idea; máxime cuando cuentan con una dirigencia opositora -en especial el radicalismo y su rosca con Duhalde y el peronismo federal- igualmente dispuesta a aplicar sin reservas el mismo programa, ya en este turno electoral.  

Circunstancias que facilita además los eventuales acuerdos de cara a un balotaje: hoy por hoy por ese lado hay más incertidumbre para la oposición por el lado de las encuestas, que por el de las supuestas "diferencias programáticas", que fueron por ejemplo el telón de fondo del culebrón Binner-Alfonsín.

La algarabía pavotona de todo el arco opositor por los resultados de Capital Federal y Santa Fe -de los que todos se hacen dueños, hasta Carrió y Duhalde- demuestran donde fueron a parar las interminables peleas por la posesión del evanescente "ser progresista".

Estos son los verdaderos desafíos que se vienen de cara al 14 de agosto y al 23 de octubre, y sobre todo después, si se gana.

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