viernes, 9 de septiembre de 2011

CULTURA Y DESARROLLO ECONÓMICO


Por Diego Rubinzal (*)

La Argentina es un país condenado al éxito” declaró Eduardo Duhalde a los pocos meses de asumir su interinato presidencial.

Esas desatinadas declaraciones contrastaban con el desquicio económico-social que se abatía sobre el país.

Por el contrario, algunas voces repetían la vieja frase de que la única salida era el aeropuerto de Ezeiza.

Ese daño a la autoestima nacional llegó a límites insospechados durante la crisis del 2001.

Por esos días, el Premio Nobel de Economía Rudiger Dornbusch señaló que “los argentinos deben humildemente darse cuenta de que sin un masivo apoyo e intromisión extranjera no podrán salir de este desastre. ¿Qué clase de ayuda financiera? Ésta va más allá del financiamiento. En el corazón de los problemas argentinos está una crisis de confianza como sociedad y de confianza en el futuro de la economía. Ningún grupo está deseando resolver las quejas y arreglar el país para entregar el poder a ningún otro grupo local”.

El economista alemán propuso que el gobierno argentino resignara -por cinco años- el manejo de su política monetaria, fiscal, de manejo regulatorio y de activos.

Las palabras de Dornbusch, lejos de provocar oleadas de repudio, encontraron cierto eco en algunos sectores vernáculos.

La recuperación económica-social argentina evidenció la insensatez de esa fallida iniciativa.

A pesar de eso, algunas voces continúan señalando que las pautas culturales argentinas obstaculizan el desarrollo económico.

Esas concepciones imbuidas en la idea del determinismo cultural provienen de larga data.

Por ejemplo, es muy conocido el desarrollo teórico del sociólogo alemán Max Weber, en su libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, acerca de que las pautas culturales introducidas por el protestantismo favorecieron el desarrollo económico.

Si bien el ocaso del colonialismo clásico contribuyó a desacreditar esas concepciones, el culturalismo determinista goza de buena salud en algunos círculos académicos.

En cambio, el coreano Ha- Joon Chang es uno de los economistas que combaten esa visión.

En su obra “¿Qué fue del buen samaritano?”, Ha – Joon Chang relata que en 1915 “tras visitar multitud de fábricas en un país en vías de desarrollo, un consultor en gestión de empresas australiano dijo a los funcionarios de gobierno que le habían invitado “mi impresión con respecto a su mano de obra barata se desilusionó enseguida cuando vi trabajar a su gente. No hay dudas de que se le paga poco, pero su rendimiento es igualmente bajo; ver trabajar a sus hombres me hizo pensar que son ustedes una raza muy acomodadiza y conformista que reconoce que el tiempo no es un objetivo. Cuando hablé con algunos gerentes me informaron de que era imposible cambiar los hábitos de legado nacional.”

La nación visitada por el consultor australiano tenía un nivel de ingresos inferior a la cuarta parte de Australia y no era otra que la tercera potencia económica mundial actual: Japón.

Ha – Joon Chang demuestra, a través de la divulgación de una serie de documentos, que la calificación de los japoneses como “seres holgazanes” era una práctica común por aquellos tiempos.

Asimismo, los británicos sostenían que los alemanes  eran demasiados individualistas, poco honrados e incapaces de cooperar entre ellos, a comienzos del siglo XIX.

Por su parte, los coreanos eran criticados por su falta de puntualidad. A tal punto llegaba ese atávico incumplimiento, que se popularizó la irónica expresión “hora coreana”.

Como señala Ha – Joon Chang “si el éxito económico está realmente determinado por “hábitos de legado nacional” algunos pueblos están destinados a ser más prósperos que otros y no se puede hacer gran cosa al respecto. Algunos países pobres no tendrán más remedio que seguir siéndolo”.

La pasada debacle o la actual recuperación económica argentina, no fueron resultado de ninguna causa imputable al “ser nacional”.

Lejos de ser un destino manifiesto, el relativo éxito o fracaso económico-social fueron consecuencia de la aplicación de determinadas políticas.

En ese sentido, las posturas culturalistas intentan exculpar a las recetas neoliberales como causante de los males que todavía aquejan a la Argentina.

(*) Economista de cabecera de este blog, autor de la frase: "El que apuesta al dólar, pierde"

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