martes, 6 de diciembre de 2011

AYER UNA TRAICIÓN, EL SÁBADO UN JURAMENTO


Evidentemente el caso Cobos y el juramento de Cristina este sábado revela que hay muchos -en la política y en los medios- que siguen funcionando todavía con la lógica previa al 23 de octubre, y les va a costar bastante reacomodarse a que las cosas son distintas, si es que algún día lo logran.

Desde el momento mismo del triunfo de Cristina, los medios empezaron a batir el parche con la ceremonia de su asunción, si Cobos estaría o no presente, si le tomaría o no el juramento: un tema absolutamente menor por donde se lo mire, en el que no pocos compañeros -habrá que decirlo- se prendieron.

No interesa aquí discutir si el vicepresidente traidor a su mandato tiene o no que estar, sino de poner las cosas en su justa perspectiva: una formalidad, necesaria y prevista en la Constitución Nacional, pero simplemente una formalidad.

No hay que perder nunca de vista que Cristina seguirá gobernando a la Argentina por otros cuatro años porque casi doce millones de argentinos la votamos, no porque Cobos o cualquier otro le tome el juramento.

Y tampoco hay que perder de vista en que contexto llegan los dos (Cristina y Cobos) a la ceremonia del sábado.

Una respaldada por ese 54,11 % de los votos, construído a pura gestión y por sobreponerse a múltiples adversidades, entre ellas la defección del vice en un momento crucial de la gestión, repetido cuando se discutió en el Congreso el 82 % móvil con el sólo objeto de asestarle un golpe a la credibilidad del gobierno.

El otro (doble tránsfuga, en un caso por falta de coraje y convicciones, en el otro, por puro oportunismo) desaparecido del radar electoral desde mucho antes de que el cronograma de las elecciones llegara a sus horas claves, caído estrepitosamente desde el cielo de las encuestas a la indiferencia general; y destinado a ocupar un lugar incómodo en los libros de historia (a menos que los  escriban Romero o Halperín Donghi), a cuyo juicio él mismo se remitió en la madrugada fatídica del voto "no positivo".

La instalación por los medios de la polémica por el juramento y la ceremonia tiene por propósito oscurecer esos hechos tan claros, que marcan la diferencia sideral de estatura política que hay entre Cristina y Cobos; en la misma línea de la "legitimidad segmentada" de la que habló Carrió en las elecciones del 2007, para minimizar el resultado adverso.

Es como si nos dijeran que el 54,11 % no es nada si no se cumpliera la formalidad prescripta por el artículo 93 de la Constitución, obviando que el primero en no respetar la investidura del vicepresidente (como lo reclaman a coro en esta nota de La Nación los opositores) fue el propio Cobos; y de un modo bastante más grave que estando o no presente en una ceremonia. 

Y hablando de la nota de la tribuna de doctrina: desde Patricia Bullrich a Graciela Camaño, pasando por Ernesto Sanz y Gil Lavedra, ninguno se priva de opinar sobre el asunto: la tránsfuga política serial habla de respetar la opinión del otro, y la cacheteadora de Kunkel considera al caso una grosería.

El senador autor del célebre exabrupto sobre el destino de los fondos de la asignación universal pide respeto por el rol institucional de Cobos, y Gil Lavedra -para variar- se asume como el albacea testamentario de Alberdi y la Constitución Nacional; un rol para el que nadie lo eligió, ni a él ni a los radicales, que creen que está escrita sólo para ellos.

Gil Lavedra precisamente transparenta las intenciones cuando dice "Esto va a desprestigiar el juramento de Cristina"; con ese obsesivo apego radical por las formas que -por ejemplo- llevó a Moisés Lebensohn a levantar al bloque de la Convención Constituyente de 1949, objetando que no se habían alcanzado los dos tercios de los votos en la Cámara de Diputados para promover la reforma.

Con los reflejos espasmódicos del fenecido Grupo A (como si no hubieran terminado de asimilar el mazazo del 23 de octubre, o peor aún: haciendo como que no ocurrió), siguen haciendo lo mismo que todos estos años: Clarín y La Nación dicen que llueve, y ellos salen corriendo a buscar el paraguas aunque el sol esté a pleno.

No entienden ni encuentran otra forma de hacer política que aparecer en los medios, hablando de lo que los medios quieren que hablen, y diciendo lo que esos medios quieren que digan.

Y cuando Horacio Verbistky dice del asunto lo que dijimos todos cuando acompañábamos los restos de Néstor Kirchner, reaccionan airados en defensa de no se sabe que: al fin y al cabo a Cobos, los radicales lo expulsaron de por vida primero, y lo condenaron al ostracismo después, sin obviar que en el medio lo fueron a buscar con los brazos abiertos como salvador electoral providencial.

La reacción de los medios ante los dichos del Perro obligan a Kunkel (en nombre del oficialismo) a aclarar lo obvio: no es el gobierno ni el kirchnerismo, ni expresa su opinión; aunque la inmensa mayoría de los funcionarios y votantes de Cristina compartimos de cabo a rabo lo que dijo.

Es tan estúpido el planteo, que hay que hacer ese tipo de aclaraciones, y aun así siguen por la huella: el tema es desteñir lo que va a pasar el sábado, a como dé lugar.  

La reacción institucional del gobierno (para ustedes, La Nación, que hablan todo el tiempo de instituciones) la dio Cristina al pedir que Cobos le tome el juramento, como manda la Constitución; y asunto terminado.

Ahora hablemos de las cosas que importan, que de pavadas tuvimos bastante estos últimos cuatro años. 

1 comentario:

  1. Los expertos aseguran que las ranas, una vez muertas, pueden ser inducidas a mover sus músculos usando corriente eléctrica. Podemos ver aquí el mismo experimento, pero llevado a cabo con gorilas.

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