jueves, 1 de diciembre de 2011

COBOS, O EL EXILIO DEL QUE FUE GARDEL


Cuando en pocos días concluya el actual mandato de Cristina, también lo hará el de su tristemente célebre vice, Julio Cleto Cobos.

Y lo hará -como dice la nota de La Capital- lejos del fulgor de su momento de gloria cuando el "voto no positivo" en medio de la asonada agrogarca; y en medio de la indiferencia general, que él intenta revertir haciendo todo un tema de si le toma o no el juramento a la presidenta en el inicio de su nuevo mandato.

El caso Cobos es un espejo en el que mirarse para reflexionar sobre unas cuantas cosas.

En primer lugar, sobre las precariedades de la construcción política en que el kirchnerismo sustentó el ciclo abierto en el 2003 (lo cual visto de otro lado, realza algunos logros): el intento de la Concertación se reveló más eficaz electoralmente, que como sustento político real del gobierno, y para colmo de males, en ese marco fue que el mendocino llegó a la vicepresidencia porque no tenía reelección en su provincia; sin que se calibraran debidamente sus dotes y su confiabilidad.

En segundo lugar la figura del propio Cobos: puesto por el azar de la historia en la encrucijada de tener que decidir con su voto el destino de las retenciones móviles en aquella fatídica noche, demostró que no estaba a la altura de las circunstancias, y prefirió traicionar el mandato popular (al cual acudiría como argumento socorrido para no abandonar su poltrona, desde la que imaginaba un venturoso futuro político), cediendo en toda la línea a las presiones de los intereses que se veían lesionados por la resolución 125, y a los que querían infringirle una derrota decisiva al naciente gobierno de Cristina.

Sus actos en los días y meses posteriores no hicieron sino confirmar la catadura moral del personaje, desde aquel bochornoso raid en auto atravesando el país hasta su provincia natal para ser saludado a la vera del camino, o en las tranqueras de las estancias; hasta su obscena puesta en escena de una especie de gobierno paralelo en el Senado, recibiendo a cuanto dirigente opositor deseara la foto con él (ésa que hoy deben haber destruído escrupulosamente) para hablar de la agenda del país, como si él estuviese al mando.

El fulgor de la estrella de Cobos en su ascenso todo lo podía: alimentaba los sueños húmedos de un golpe institucional de Grondona y Biolcatti, lo convertía en el candidato indisputado a la presidencia de los dueños de la Argentina y le abría las puertas del regreso al radicalismo, donde la traición que lo hizo réprobo (haber integrado la alianza con el kirchnerismo), era perdonada por la traición que lo hizo nuevamente elegido: toda una metáfora sobre el valor de los valores en política, y del respeto a las instituciones.

Claro que la pequeñez del hombre era (paradojalmente) tan grande, que nada -ni siquiera su elevación mediática a la categoría de héroe civil de la clase media, media pavota- pudo disimularla; y esa misma cobardía congénita que lo llevó al voto no positivo, se convirtió en su más grande limitación para pegar el salto para el que los acontecimientos le pintaban propicios.

Con el paso del tiempo y profundizado su declive, ni siquiera pudo protagonizar la interna del radicalismo, y su vertiginoso ascenso sólo fue superado por su más acelerada caída desde el cielo de las encuestas, al piso de la indiferencia por el que transita por estos días.

Pero cuidado que Cobos expresa también muchas zonas oscuras de la sociedad argentina, en especial su voluble clase media, que lo trastocó de héroe a villano sin que el propio mendocino dejara de ser nunca él mismo, el que siempre había sido, y que cualquiera podía observar, si se sacaba las anteojeras.

El parecido con De La Rúa se acentuó entonces, y quedó claro que para muchos, la lección del helicóptero y los 39 muertos no fue debidamente aprendida; y -si las circunstancias se repitieran- podrían repetir los mismos errores.

Cuando Cobos volvió a traicionar el mandato popular que lo depositó en el sillón del Senado en la discusión del absurdo proyecto opositor del 82 % móvil para los jubilados, su actitud no sólo pasó desapercibida para la opinión pública, sino que generó el más profundo rechazo.

Su cálculo especulativo (apostando a reverdecer los laureles de la madrugada de las retenciones) se reveló errado entonces, como el del resto del conglomerado opositor que gastó esa bala de plata para afectar a Cristina, jugando con las expectativas de los jubilados.

Pero la movida fue un boomerang: los mismos sectores de la opinión pública que juzgaron como heroico que traicionara al gobierno del que formaba parte para favorecer a multinacionales exportadoras y millonarios primitivos locales, entendieron que era inaceptable que lo volviera a traicionar, ni siquiera con el pretexto de mejorar la suerte de los jubilados.

Todo un fresco de la volubilidad política de cierta veleidosa clase media, que habrá que tener en cuenta sobre todo ahora que se ponen sobre el tapete temas como la eliminación de los subsidios,  porque -en no pocos casos- votó por Cristina en el 2007, y lo volvió a hacer el 23 de octubre.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario