sábado, 14 de enero de 2012

BEATRIZ SARLO, UNA ENFERMA DE ESTUPIDEZ


Por Raúl Degrossi 

No parece haber otra conclusión posible, leyendo esta columna que escribió en La Nación; y repasando las que fue publicando antes también en la tribuna de doctrina:



En el marasmo intelectual que hay en el pensamiento de derecha en la Argentina (porque ahí hay que ubicar a Sarlo: escribe en el diario por excelencia de la derecha conservadora, y acaba de ser excomulgada por sus colegas de izquierda o centroizquierda en el lanzamiento de Plataforma 2012, básicamente por escribir allí), hay que reconocerle a Beatriz que en un momento dado intentó el esfuerzo por comprender al kirchnerismo; escapando a los clichés y lugares comunes de los anti.

Pero también habrá que decir que queda claro que el esfuerzo no estuvo a la altura de la capacidad, y al final terminó sucumbiendo: hoy se ha convertido -parafraseando a Jauretche en "Los profetas del odio", cuando calificaba a su tocaya Beatriz Guido como "una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo"- en una especie de Corín Tellado sofisticada; que sobreactúa el pacto implícito con los lectores que hay que sellar  al escribir en un diario como La Nación; y da siempre de ella, lo que esos lectores esperan.

Esa cómoda ubicuidad en un lugarcito al sol del aparato cultural tradicional seguramente encontró un motivo más hace poco, cuando como dije algunos de los miembros de Plataforma 2012 se apresuraron a sacar los pies del plato, apenas advirtieron que el establishment mediático les daba prensa poco menos que como pajes de Beatricita: al fin y al cabo -habrá pensado- los liberales, conservadores, oligarcas -nuevos y viejos- no me rechazan, y ya ni me recuerdan mi pasado en la izquierda; al que deben considerar como las transgresiones de Victoria Ocampo, cuando en su época fumaba o manejaba autos: apenas un sarampión juvenil, que con los años se desvanecería dando paso a la sensatez.

Sarlo acomete con decisión el análisis político, pero despojada de herramientas más sofisticadas que las que le dieron su paso por la crítica literaria y teatral; de allí que en su lupa todo quede reducido a puestas escenográficas, libretos prolijamente interpretados por los protagonistas del escenario nacional, preocupaciones por el maquilaje o los decorados, como le atribuye a Cristina en su última columna.

Cuando intentó zambullirse en vivo en la realidad circundante al kirchnerismo (como al asistir a aquel acto de Huracán, o al ir a presenciar los funerales de Kirchner en Santa Cruz) lo hace desde la óptica del "espectador privilegiado", cuya contacto personal con el fenómeno en estudio (en este caso el kirchnerismo) le permitiría un juicio certero, superando las mediaciones interesadas -a favor o en contra- de lo que se publica o discute en el ágora.

Pero lo que natura non da Salamanca non presta, y si falta Salamanca, ni hablar de cual puede ser el resultado: si a las crónicas de lo real en vivo de Sarlo se les quita cierta fraseología, no queda mucho más que una crónica de las andanzas de ricos y famosos desde Punta del Este.

Y aunque escribió un libro sobre Kirchner, Cristina se ha convertido para ella en una verdadera obsesión: se hunde en los abismos del psicologismo berreta, y la desmenuza como quien podría hacerlo con una criatura de ficción construida por Shakespeare o Pirandello, casi como si tuviera que ser jurado de algún premio literario o a la actuación; y no es menos pobre su análisis del contexto en que a la presidenta le toca actuar.

Porque aunque Sarlo no lo sepa (o pretenda que no lo sabe), con todo y la centralidad política que le puede otorgar a Cristina el 54 % de los votos, ni ella ni nadie puede vanagloriarse de tener el poder absoluto, y como tal éste no existe, ni "está" ubicable en un lugar determinado.

Hay en esa simple (y tonta) idea una clave para entender como funciona Beatriz Sarlo, y que rol cumple en el dispositivo en el que está inserta: no es -como la rotulan- una "intelectual" que posa su mirada en los fenómenos de época y proporciona una guía para poder comprenderlos; sino apenas una astuta reformuladora de los lugares comunes dominantes, que es lo que finalmente queda de su producción, si se la despoja de la cáscara que la envuelve. 

Y si no repasemos: por la pluma de Sarlo desfilan -una y otra vez- el argumento de la impostura y la falsedad intrínseca del kirchnerismo, en el que subyace toda una valoración peyorativa del electorado mayoritario (en esa visión, un conjunto de descerebrados fáciles de embaucar); el confinamiento de ese kirchnerismo (en tanto expresión de populismo latinoamericano) a las regiones del subsdesarrollo politico, por contraposición con la visión idealizada de las democracias del primer mundo (que por cierto en su funcionamiento real, están a una galaxia de distancia de la visión naif de Sarlo); o el "efecto viudez" como viga maestra de la explicación del urnazo de Cristina.

Casi se diría un resumen Lerú de los productos editoriales de Fontevecchia, las columnas de Morales Solá o las de Mariano Grondona, en formato pseudo académico. 

El producto resultante es muy atractivo para el lector promedio de La Nación, o (peor aún) de la revista "Viva" (intuyo que sobre todo para las lectoras, porque Sarlo practica con fruición la misoginia femenina respecto de Cristina): un análisis político livianito y ligero, como para leer en la playa, digamos; y que refuerza ese pacto implícito, dándoles a sus lectores un barniz de cultura general para lucir en la peluquería o las reuniones sociales diciendo algo así como "¿viste la nota de la Sarlo?, dice lo que yo siempre te digo".

Pero no todo con Sarlo tiene que enfurecernos, porque por allí genera situaciones ciertamente risibles; como cuando la emprende contra los supuestos arrestos monárquicos de Cristina (y allí aparecen otros lugares comunes del zonzaje, como aquél célebre de la "alternancia conyugal" de Grondona), en sueltos que consumen preferentemente ávidos lectores (y recalco otra vez: lectoras) de Vanidades y Hola, deseosos de no perderse detalles de la vida y obra de las testas coronadas de Europa.

Lo que resulta en que, allí donde Sarlo pretende erigirse en una defensora a ultranza de las virtudes ascéticas de la república ideal, su público lo traduce en algo así como "pero habráse visto, una chiruza de Tolosa con pretensiones de reina, no vas a comparar con Máxima".

Probablemente ella no lo sepa, y si alguien se lo dijera no lo admitiría, pero como le pasó a Martínez Estrada con el primer peronismo, a Beatriz Sarlo el kirchnerismo en general, y Cristina en particular, la han enfermado.

Básicamente de estupidez, y la cura -hoy por hoy al menos-  no se conoce.  

4 comentarios:

  1. degrossi groso como siempre. aire fresco. ya no se puede sostener el verso de la intelectualidá con pe lo tu das/os como sarlo. de hecho, seguro que fue el kirchnerismo? no era una estúpida desde antes aún? para mí que sí. incluso cuando hablaba de literatura.

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  2. No es misoginia femenina. Es la envidia de la cacatúa del tango. Chan chan!

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  3. Hay algo que me llama mucho la atención en la involución de BS: el núcleo de los argumentos en su crítica al peronismo de los '90, por ejemplo en "Escenas de la vida posmoderna", es muy parecido a su panfleto de hoy en La Nación (una crítica a "lo popular"). Pero si bien contra la banalización de lo político y lo público del menemismo BS desarrollaba frases largas y muy rebuscadas (casi Nitzcheanas por lo impenetrables), frente a una presidenta que deliberadamente construye un relato mucho más sofisticado e intelectualizado que sus antecesores, Sarlo elige construir frases como en una peluquería ("no soy la primera que lo dice", "si es que las encuestas reflejan lo que sienten los ciudadanos", "imagínense el tiempo que eso insume", "cuya curadora es, ¿quién otra?, la Presidenta", "Total, Boudou, sin bromita alguna, debe adecuarse a lo que le toque"). Pero lo más curioso es que, citando a la Presidenta, escribe: "Pero mejor lo explica ella, con el estilo habitual a estas oportunidades, llano, doméstico y un poco adolescente". ¿Estará hablando de la presidenta o de ella misma, Beatriz? Como para pensar, ¿no es cierto chicos?

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  4. BS padece "síndrome de 'hybris'" (soberbia), un desorden de personalidad que la lleva a que se encapsule y se arrogue representación como para hablar en nombre de la Nación (no sólo el diario). Cada día más lejos de lo que analiza, y lejos de la "plataforma",más bien parece haber subido a una nave espacial.
    Lo peor para ella sería que nadie hablara sobre lo que escribe, que es lo que cree su base de poder. Salutes!

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