La escalada verbal del primer ministro inglés Cameron contra la Argentina por el tema Malvinas va más allá del conflicto puntual por la ocupación colonial de las islas hace casi 200 años, y nuestro reclamo de soberanía.
En la mejor tradición de la Tatcher en 1982 (y de la dictadura militar argentina) lo que está tratando de hacer Cameron es agitar el viejo fantasma del nacionalismo imperialista, para distraer la atención del público inglés sobre asuntos bastante más problemáticos, como la prolongada (ya casi endémica) crisis financiera y económica que atraviesa toda Europa y dentro de ella a la rubia Albión.
Crisis a la que todos los gobiernos (desde el conservador de Cameron hasta los fracasados socialismos español y griego, hoy ya fuera del gobierno el primero, pasando por Berlusconi, Sarkozy o Merkel) no le encuentran la solución, por más que ya acumulan una pila de salvatajes financieros a los bancos, y una seguidilla sin fin de ajustes tras ajustes; que lo único que hacen es agravar aun más el problema.
Porque el problema (como bien dijo Cristina en el G 20) no es económico y mucho menos financiero, sino de liderazgo político.
Europa entera casi sin excepción, y los mismos EEUU (antes con Bush, hoy con Barack Obama) están formalmente gobernados por minúsculos hombrecitos, representantes de una generación de políticos que apabulla por su mediocridad; vulgares marionetas del poder económico, básicamente el de los bancos, calificadoras de riesgo y capitales financieros transnacionalizados.
Que diseñaron desde hace más de 20 años un mundo a su medida (la llamada "globalización"), como un gigantesco patio de juegos en el que divertirse a sus anchas, dedicándose a hacer dinero sin importar el como, ni las consecuencias; y sin que les pueda imponer algún tipo de límite un viejo espantajo (el Estado), al que hace rato le perdieron el miedo.
Y al que de tanto en tanto le permiten liberar las pulsiones guerreras; con compadradas como las de Cameron, un personaje muy menor que seguramente no quedará en los libros de historia, o aventuras asesinas en Africa del norte o el Golfo Pérsico; como las protagonizadas por la OTAN (con participación destacada de los ingleses, siempre prestos a prenderse en esas movidas) o los yanquis, claro que siempre en nombre de la libertad, la democracia, los derechos humanos o la guerra contra el terrorismo.
Aventuras que -si no son pensadas de entrada para eso- son aprovechadas a posteriori para montar otros negocios de ese mismo capital financiero y sus intereses; contabilizando pingües ganancias sobre pilas de cadáveres, o países destruidos.
En ese sentido, los intentos ingleses por extraer el petróleo de Malvinas son un calco de las expediciones coloniales a Irak o Libia: detrás de las armas, aparecen los negocios.
Ese es el contexto en el que hay que leer las arengas guerreras de Cameron, que son un insulto a la inteligencia del común de las personas, y para nosotros, a nuestra dignidad como país.
Pero sin perder de vista que son provocaciones de un estilo de vida que se resiste con uñas y dientes a pasar al basurero de la historia (el imperialismo colonialista), en la era en que sus voceros no expresan ya la grandeza de los Estados nacionales, sino simplemente las órdenes dadas en la reunión de directorio de algún banco o fondo de inversión.
Y esas órdenes -parece- no pueden ser desobedecidas, aunque hacerlo implique propagar la guerra, o mantener un anacronismo histórico como la ocupación de nuestras Malvinas.
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