jueves, 16 de febrero de 2012

AL SERVICIO DE SU MAJESTAD


Por Raúl Degrossi


Esta nota del inefable profesor Romero en La Nación de ayer va derechito a ser levantada por los diarios ingleses, como muestra de que en la Argentina no todos apoyan al gobierno de Cristina en sus reclamos sobre Malvinas.

Más aun: si fuéramos del Foreign Office, la tendríamos a mano por si las moscas en algún momento nos vemos forzados a negociar la soberanía de las islas: sería muy difícil encontrar tantos argumentos a favor de los ingleses, escritos por un argentino, en un diario de la Argentina (no en un diario argentino, que no es lo mismo).

Pero evitemos por un momento la tentación de caerle al profesor Romero con el sambenito de "cipayo" que -sospecho- no lo ofendería y aceptaría gustoso: detengámonos en la particular visión de la historia (al fin el cabo el hombre es historiador, y de los más respetados en el mundo académico tradicional) que expresa la nota.

Se sorprende Romero en su nota de que la convocatoria de Cristina días pasados a la Rosada haya sido para reafirmar la vía diplomática para intentar la recuperación de las islas, y no para emprender una nueva aventura guerrera: ¿qué esperaba acaso, o su militancia antikirchnerista le impide reconocer que no ha habido un sólo acto del gobierno argentino, previo al acto, que autorizara siquiera a tener ese temor?

El nudo central del artículo gira en torno a la execración del nacionalismo, al que Romero considera poco menos que la bestia negra de la historia. en términos teóricos, hasta se podría llegar a coincidir con algunas de sus aseveraciones; si uno aceptara que se simplificara una cuestión harto compleja como ésa.

Adviértase que su crítica al nacionalismo y su tendencia a generar conflictos bélicos por reclamaciones territoriales (sin lo cual buena parte de la historia humana queda sin explicación, pavada de historiador) no parte de la tesis marxista (respetable po cierto) de que los conceptos de "pueblo" y "nación" son entelequias astutamente introducidas por el capitalismo para diluir y disolver los conflictos de clase, que son los que verdaderamente motorizan la historia.

Romero parte de un remanido institucionalismo vacuo que ya analizamos acá;  amigo de vincular las ideas de Estado y de nación (esta última siempre admitida a regañadientes, o sentida como ajena) a determinadas formas jurídicas de organización de ese Estado, que son las de la democracia liberal tradicional del siglo XIX, consagrada en nuestro caso en la Constitución de 1853, fuera de laa cuáles no pueden tener cabida.

Y expresa además la idea de la desmalvinización impulsada durante el alfonsinismo: a partir de la guerra de 1982 (o con la excusa de ella) la soberanía nacional, la defensa de la integridad territorial o el reclamo por las islas son banderas de la derecha fascista, que la democracia no puede reclamar para sí; y en consecuencia hay que olvidarse de ellas.  

Repasando los nacionalismo vernáculos (en el afán de desecharlos) dice Romero: "Hubo un nacionalismo racial: hasta hace poco en los libros de geografía se decía que la población argentina era predominantemente blanca", pero omite señalar un dato clave: más allá de los desvaríos de Miguel Cané y otros de la Generación del 80 asustados por el gringaje inmigrante que llegaba en masa al país a fines del siglo XIX, ese racismo tiene su Evangelio fundador no en el nacionalismo vernáculo, sino en el "Facundo" de Sarmiento; es decir en uno de los pontífices mayores de la Argentina ideal que Romero añora.

Dice también el profesor: "Base de nuestra nacionalidad, el territorio es intangible, y la amenaza sobre su porción más pequeña conmueve toda la certeza. Allí reside el callejón sin salida de Malvinas. Pocos argentinos las conocen. Pocos podrían decir que les afecta en su vida personal. Pero la "hermanita perdida" está enclavada en el centro mismo del complejo nacionalista".

Una zoncera mayúscula: ¿cómo puede concebirse la idea no ya de una nación -que como dije es bastante más compleja- sino de su propia organización jurídica en un Estado sin el vínculo físico y espiritual con un determinado territorio, aunque este sufra agregados o mutilaciones con el tiempo?

No se puede, simplemente, "ser nación" sin esos atributos, por más democrática o jurídicamente organizado que sea el Estado que ocupa ese territorio, y el gestado en el 53´ lejos estaba de ser un modelo de democracia. El argumento de la afectación o no en la vida personal de cada uno es, directamente, risible: a fortiori, cada uno de nosotros seríamos nuestra propia nación, sólo en aquéllo que nos afecta directamente, he allí el punto de partida para separatismos de toda laya, al estilo de los prefectos de la media luna boliviana.

Analizando el diferendo con los ingleses y lo que juzga como cuestionables o discutibles argumentos argentinos para reclamar la soberanía de las islas, dice Romero: "Del otro lado argumentan a partir de otras premisas. Si creemos en el valor de la discusión, debemos escucharlas.".

Pero querido profesor, parece usted vivir en las nubes de Ubeda: eso es justamente lo que la Argentina reclama desde hace 179 años, y la ONU les ha ordenado hacer a ambos países desde 1965 más de cuarenta veces, sin que los ingleses se dignen a darle pelota, para decirlo académicamente. 

Nos señala el historiador -como un gran descubrimiento- que "Antes de 1810, Malvinas cambió varias veces de manos," y que "Luego de 1810, lo que sería el Estado argentino prestó una distraída atención a esas islas, que los ingleses ocuparon por la fuerza en 1833".

Omite decir que en el último de eso cambios de mano de la época colonial, los ingleses aceptaron explícitamente la soberanía española y se comprometieron a no volver a reclamar soberanía sobre las islas, y que con el segundo argumento que aporta, hubieran podido quedarse con la Patagonia (que con ese mismo argumento, Sarmiento reclamaba para Chile desde las páginas de El Mercurio), o cualquier otro Estado podria apropiarse de cualquier parte de nuestro territorio respecto de la cual considere que el Estado argentino "presta atención distraída".

¿Me parece a mí o la linea argumental del profesor es demasiado parecida a la idea del "imperialismo civilizador" con el que se justificaron por siglos las conquistas coloniales, la "pesada carga del hombre blanco" de la que hablaba Rudyard Kipling, justamente un inglés?

El historiador Romero llega a decir en la nota que "En Malvinas nunca hubo una población argentina, vencida y sometida", ¿y entonces por qué razón los ingleses hubieron de ocuparlas en 1833 con una expedición armada que hizo uso de la fuerza? 

Con tan temeraria afirmación, Romero va más allá de aquel tristemente célebre dictamen de la Academia Nacional de la Historia, en el cual negaba el patriotismo del gaucho Rivero al levantarse contra el invasor, porque sólo lo habría hecho movido por reclamar una deuda: Romero directamente los elimina de la historia de las Malvinas a Rivero y sus compañeros. 

Fiel a aquel institucionalismo del que hablaba, dice Romero: "Porque el Estado que existe en nuestra Constitución remite a un contrato, libremente aceptado, y no a una imposición de la geografía o de la historia."

Dejando de lado que son ideas de la filosofía política del siglo XVIII (es decir un poco añejas), la aseveración es falsa: el Estado nacional organizado en 1853 es consecuencia de una guerra civil terminada en Caseros, y resuelta por uno de los bandos (el vencedor) en alianza con el extranjero; de resultas de lo cual la integridad territorial y la soberanía nacional sobre nuestros ríos interiores defendida con sangre en Obligado en 1845 (por el gaucho Rivero entre otros), fue entregada en la carta constitucional del nuevo Estado, como precio a pagar por el apoyo contra Rosas. 

Pero claro, eso no fue fruto del nacionalismo malsano que tanto molesta a Romero, al punto de decir en el artículo que debemos "expurgar nuestro imaginario del nacionalismo enfermizo y construir un patriotismo compatible con la democracia institucional. Si no lo hacemos, siempre estaremos listos para el llamado a una "unión sagrada".

Cometiendo además el exabrupto de volver a parangonar a un gobierno constitucional, elegido por el pueblo por amplias mayorías en elecciones democráticas (aunque a Romero no le guste el resultado), con una dictadura genocida que embarcó al país en una guerra, para perpetuarse en el poder. Que es exactamente lo mismo que intenta hacer el gobierno de Cameron, como excusa para dilatar las negociaciones.

Pero además Romero comete tamaño exabrupto desde las páginas de un diario cuyo fundador no dudó en apelar al nacionalismo y al patriotismo para embarcar al país en el genocidio del pueblo paraguayo, y ocultar el sojuzgamiento de los pueblos del interior a sangre y fuego, violando incluso la propia Constitución de 1853.

Y mientras lo hacía, arengaba a las tropas que marchaban a la guerra inicua diciendo  "Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y victoriosa campaña a recibir la larga y merecida ovación que el pueblo les consagre, podrá el comercio ver inscriptos en sus banderas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio has postulado para mayor felicidad de los hombres' " .

Demás está decir -y no es casualidad- que los apóstoles del libre cambio hablaban en inglés, y necesitaban acceso a los mercados y materias primas del Paraguay, que fue para lo que se hizo verdaderamente la guerra. 

He ahí profesor, "un llamado a la unión sagrada" de todos los argentinos -aun de los apaleados por el gobierno, como en 1982- que se le escapó a su ozo avizor.

No creo que sea casualidad.

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