En otra muestra del avance del trotskismo sobre las posiciones tradicionales del Gran Diario Argentino, en ésta columna el hermano de Altamira nos explica en detalle como el gobierno está enderezando todas sus medidas a conseguir las divisas necesarias (unos 15.000 millones de dólares) para pagar los vencimientos de la deuda de éste año; y para eso somete al pueblo argentino a terribles privaciones, como por ejemplo no poder extraer dólares desde cajeros automáticos en el exterior.
En este tema existe cierto complejo en los kirchneristas de admitir que, ciertamente, el gobierno necesita que el superávit comercial genere las divisas suficientes para pagar los vencimientos de la deuda: nos corren por izquierda digamos (cualquiera: hasta Prat Gay) y arrugamos, no contestamos nada; acaso con algo de complejo progre porque hablar de la deuda es odioso y no tiene épica.
Incluso desde ese silencio no salimos a bancar abiertamente la reforma a la Carta Orgánica del BCRA y a la ley de Convertibilidad, que es mucho más que poder contar con más reservas para pagar deuda: se apunta a reconquistar el Banco Central para el Estado y para el gobierno que vota la gente, éste o cualquier otro; y a aumentar las regulaciones sobre los bancos y entidades financieras.
Al actuar así los que bancamos al modelo nacional, omitimos un dato central: el kirchnerismo vino pagando deudas que no contrajo desde el 2003, y pudo hacerlo sin someter al pueblo argentino a los planes de ajuste a los que estábamos acostumbrados antes.
Por el contrario, la política de desendeudamiento coincidió con el crecimiento de la inversión pública en infraestructura, en educación, en seguridad social y hasta destinando una gran masa de recursos a subsidiar las tarifas de los servicios públicos, en un mecanismo indirecto de transferencia de ingresos a los sectores asalariados.
Nunca desde el proyecto iniciado en el 2003 se planteó ni el default ni el repudio de la deuda, pero sí se ejecutaron dos canjes que incluyeron una quita sustancial del capital y una reestructuración de los vencimientos, con un perfil compatible con el crecimiento del país y la mejora de sus indicadores sociales.
Los que plantearon el repudio de la deuda externa sacaron el 2,48 % de los votos en las elecciones de octubre pasado, y los que pidieron -previo a decidir que hacer con ella- que se investigara su origen y su legitimidad -como Pino Solanas y Proyecto Sur- ni siquiera pasaron el filtro de las primarias.
Alguien podría decir que plantearon esas metas (repudiar la deuda, o no pagarla si era ilegítima) porque justamente viven en la irrelevancia electoral; y no le faltaría razón; pensemos si no que hubieran hecho con la deuda externa otros opositores (el radicalismo, el peronismo federal, la Coalición Cívica) si hubieran tenido oportunidad de gobernar, o mejor aun: recordemos lo que hicieron al respecto cuando les tocó hacerlo.
El kirchnerismo dijo (e hizo) otra cosa, con responsabilidad, y mal no le fue: el pueblo argentino lo respaldó con su voto en el 2007 (luego de la reestructuración de la deuda y el pago al FMI) y otra vez en el 2011, luego de la reapertura del canje.
No es el proyecto del desendeudamiento (o por lo menos no sólo eso), pero esa política fue un elemento clave de su política, considerando además que -como se decía ayer acá- de ese modo ganó márgenes de autonomía para definir las políticas económicas, que le permitieron tomar decisiones cruciales para sostener el crecimiento económico con inclusión.
Por eso el artículo del Wermus que escribe para Clarín (el otro en cualquier momento es columnista de TN) hace reír; sobre todo cuando plantea que en realidad y pese a los esfuerzos del gobierno, el endeudamiento público no baja porque el Estado quedaría debiéndole plata a la ANSES y el BCRA.
Un chiste: canjear deuda pública con bancos y acreedores externos con más intereses y menos plazos de pago, por deuda intra Estado, con menor tasa, a más largo plazo, nominada en la propia moneda (por ende menos expuesta a los riesgos de la variación del tipo de cambio) y posibilidades infinitas de renegociación de los plazos de pago.
Sería el sueño de cualquier ministro de Economía de los países europeos jaqueados por la crisis y amenazados por el fantasma del defáult.
Pero jodas aparte, el hermanito de Altamira no está planteando que la deuda no se pague (eso lo hace la otra parte de la familia Wermus): en realidad lo que no está diciendo es que él preferiría que se pague igual, pero con ajuste de las cuentas públicas, disminución de la inversión o pérdida de derechos reconocidos a los sectores más desfavorecidos conquistados estos años; como las nuevas jubilaciones, la AUH o la movilidad de los haberes previsionales.
O peor aun: con la toma de nuevo endeudamiento; pedido en el medio de las turbulencias financieras de la crisis internacional.
Que es justamente lo que el gobierno quiere evitar, reforzando los controles sobre el dólar, la fuga de capitales, las importaciones y la remisión de utilidades, como pasó hace poco con los bancos y las mayores exigencias de capital.
Esa es la verdadera vaina con la que nos quieren correr, no hay que comerse el amague.
No hay comentarios:
Publicar un comentario