Por Raúl Degrossi
El masivo acto de apoyo a Cristina en Vélez de lo que
podríamos llamar el núcleo duro del kirchnerismo, la agudización del conflicto
de la CGT de Moyano con el gobierno nacional y el recalentamiento de la interna
bonaerense con el lanzamiento de “La Juan Domingo” han vuelto a poner en primer
plano la discusión sobre las relaciones entre peronismo y kirchnerismo; y
cuanto hay entre ambos de semejanzas o diferencias, continuidad o ruptura.
Cuando una fuerza ocupa el centro
de la escena política durante un tiempo prolongado como el kirchnerismo, y su
primacía electoral se expresa con la contundencia de los números de Cristina el
23 de octubre, es natural que la intensidad de la disputa se traslade desde el
afuera hacia el adentro; porque allí se dirime el conflicto más relevante para
el conjunto del sistema.
Más allá de las disputas y
apetencias lógicas (inevitables en una coalición amplia y heterogénea como la
del oficialismo nacional), el asunto es exacerbado desde adentro y desde
afuera.
Desde adentro, por los
interesados en exhibir credenciales de ortodoxia y blandir el peronómetro
cuando sienten amenazadas sus posiciones por los recién llegados: el mismo
fenómeno observado, en clave trágica, en los años 70’; aunque en éste caso
muchos de los percibidos como tales, tienen pergaminos que los acreditan como
miembros fundacionales del proyecto político iniciado el 25 de mayo del 2003.
Y desde afuera, por el
dispositivo mediático opositor, con el afán de meter una cuña en la estructura
política del kirchnerismo, confrontándolo con el peronismo clásico, o con sí
mismo y sus propios logros en defensa de su supuesta esencia original (el
síndrome de Alberto Fernández, podríamos llamarlo); obviamente que siempre en
términos desfavorables: el argumento tributa así a la más genérica y
tradicional línea de impugnación de la experiencia kirchnerista, como una
esencial impostura.
Hechas las aclaraciones, vamos a
los elementos comunes que advierto entre el peronismo y el kirchnerismo (aclaro
que el orden expositivo es más o menos acorde con la importancia relativa que
asigno a cada uno en el análisis):
1. La intuición para leer
una situación de crisis y transición política, y encontrar la salida correcta:
El peronismo la tuvo en aquella Argentina
de los 40’, con Perón advirtiendo con clarividencia la importancia política de
esa clase trabajadora que se insertaba en la estructura productiva, provocando
una transformación tan profunda que daría lugar a la Argentina moderna.
El kirchnerismo también, con Néstor
Kirchner percibiendo con claridad que de la implosión y la crisis del 2001 se
salía haciendo que la política recobrara centralidad, ganara autonomía frente a
la economía dirigida por los poderes corporativos y reconquistara
progresivamente el Estado como territorio en disputa.
2. La capacidad de hacerse
cargo de tradiciones políticas preexistentes y armonizarlas dentro de un mismo
dispositivo político:
El peronismo sumó a la prédica de
los nacionalismos de diferente cuño que exponían la situación semicolonial de
la Argentina, los reclamos del socialismo, el comunismo y el sindicalismo que
expresaban las demandas de la clase obrera industrial en crecimiento; con la
certera intuición de advertir además que no era posible satisfacer un conjunto
de los reclamos, sin crear paralelamente las condiciones materiales necesarias,
atendiendo a los otros: el control por el Estado de los resortes claves de la
economía -ganando márgenes de autonomía para impulsar un modelo propio de
desarrollo- posibilitaría las reformas sociales que la nueva situación del país
ya hacía impostergables.
El kirchnerismo trató de armonizar la herencia del
alfonsinismo de la transición democrática (vigencia de las libertades públicas,
respeto por los derechos humanos, juzgamiento de los crímenes de la dictadura)
con la resultante de la tradición peronista clásica: paritarias y reapertura de
la discusión salarial y de las condiciones de trabajo, ampliación del piso
protector de la seguridad social, recuperando su manejo por el Estado; en una
sociedad amenazada por la tentación autoritaria (dada la magnitud de la crisis
del sistema político, y la profundidad de los efectos de la crisis económica),
y a la que el experimento neoliberal de los 90’ devolvió a los tiempos de la
Argentina pre-peronista, en más de un aspecto.
3. La capacidad de
incorporar políticamente a sectores emergentes o excluidos, y canalizar sus
demandas:
En el primer peronismo, ésta fue
la característica más nítida de un movimiento emergente que se abrió paso en la
historia nacional con toda la dramaticidad que dejó expresada el 17 de octubre,
para sorpresa de los partidos que detentaban hasta allí el monopolio de la
representación política: su marca de origen fue la incorporación masiva de la
clase trabajadora a la política (más allá y por encima de los hasta allí -y
después, ni hablar- minoritarios partidos de izquierda), de la juventud de
aquel momento (en especial la trabajadora, porque la de clase media y
universitaria repitió mayormente los comportamientos políticos de su clase), y
de las mujeres, hasta entonces excluidas de la participación en los asuntos
públicos.
En el kirchnerismo, esta
capacidad fue el puntal de su estrategia de acumulación de fuerzas desde aquel
escuálido 22 % de Néstor Kirchner en el 2003, y del desarrollo posterior de un
núcleo duro de adhesiones (aunque no lo agoten, porque los trabajadores en
buena medida también forman parte de él) que atraviesa las lealtades anteriores
a otras tradiciones políticas: los militantes de los derechos humanos, los que
bregaban por la democratización de la comunicación, buena parte de los
movimientos piqueteros (donde la política estatal de no reprimir la protesta
social contribuyó a disipar temores, mientras se los integraba de un modo u
otro a las políticas públicas activas) y hasta los activistas por los derechos
de las minorías sexuales, o por demandas más específicas como la
despenalización del aborto, o del consumo personal de marihuana.
La mayor o menor persistencia de
esas adhesiones (en ambos casos, y esta es otra clara similitud) está vinculada
a la también mayor o menor percepción por parte de esos sectores, de que su suerte está
inexorablemente atada a la del conjunto; porque de lo contrario la intensidad
política del reclamo no encontrará correlato en los canales institucionales del
Estado y del propio sistema político, para transformar sus aspiraciones en
logros concretos.
En una próxima entrada la seguimos.
Entre tanta inconsistencia que anda rondando en la mente de los fans del gobierno nacional, este intento de conceptualizar actualizando vale. No comparto pero vale.
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