Por Raúl Degrossi
Reconozco cierta debilidad por las columnas del profesor Romero en
La Nación, en tanto expresan toda una corriente de pensamiento que apuntala
desde la academia la línea editorial de parte de los medios hegemónicos y -más
interesante aun-, el discurso político de buena parte de los partidos
opositores, en especial el radicalismo y el socialismo.
Hace poco en ésta entrada analizaba
otra columna de Romero, en la que pretendía deslegitimar las credenciales
democráticas del peronismo (insertando claramente al kirchnerismo dentro de esa
gran tradición política argentina), contraponiendo los valores de la democracia
(en tanto sistema político fundado en la voluntad popular), con los de la
república; en tanto estructura jurídica de división de roles entre los órganos
del Estado.
Y decía entonces que lo sorprendente del análisis de Romero
(ideológicamente sesgado, claro está, lo que no es una crítica sino una
constatación) eran las gruesas falencias de percepción de los procesos
históricos que encerraba; no ya desde la óptica de la labor de interpretación
de los hechos (y aun de su selección por orden de importancia), sino desde las
omisiones que invalidaban el conjunto, porque denotaban que ese sesgo
ideológico terminaba empobreciendo la visión del proceso: algo parecido al
conocido caso de su mentor Halperín Donghi con los bombardeos a Plaza de Mayo
en el 55'.
En esta columna de ayer de la tribuna de doctrina pasa algo parecido, pero esta vez
cuando el profesor se mete a analizar las complejas relaciones entre la
política, el Estado y el gobierno; y como se articulan en un régimen
democrático.
El eje argumental de Romero parte (como casi siempre lo hace) de
la añoranza de dos épocas doradas: la de las generaciones posteriores a la
sanción de la Constitución de 1853 (en especial la Generación del 80'), y la
primavera alfonsinista de la restauración democrática; en las que un Estado
presuntamente aséptico desde el punto de vista político e ideológico (el sueño
del institucionalismo republicano) pensó y llevó adelante (o trató de
hacerlo) un país al margen de la volubilidad de los cambios políticos, y de los
peligros del "decisionismo presidencialista"; una idea ésta no sólo
vieja como crítica (ya se la lanzaban a Sampay en los debates de la reforma del
49', acusándolo de abrevar en Carl Schmitt), sino desconocedora de una de las
instituciones constitucionales más representativas de nuestra propia tradición
política e histórica.
Pero además una idea que parte de supuestos falsos: el Estado es
siempre un territorio de disputa, porque los proyectos políticos que pugnan por
dirigir una sociedad (sea en democracia o en regímenes dictatoriales) tienen
cada uno su propia idea o modelo de Estado, en tanto éste es un instrumento
decisivo en la implantación de un modelo social y económico.
Porque allí está otro de los errores (u omisiones) del profesor
Romero: el Estado interviene siempre, por acción u omisión, y el Estado fundado
sobre el credo liberal del 53' intervino y de un modo sí que decisivo en la
configuración de la Argentina post Caseros: organizó jurídicamente al país (con
los Códigos Civil y Comercial que hoy se busca modificar) en modo acorde con el
liberalismo manchesteriano de las Bases, garantizó el monopolio de la fuerza
por el Estado nacional imponiéndose a los últimos caudillos federales (que
expresaban la resistencia al nuevo orden) y la seguridad territorial a través
de la campaña de Roca, para dotar de certeza a la expansión de la frontera
agropecuaria.
Todo en beneficio de la clase que construyó la Argentina moderna:
la oligarquía terrateniente, clase con modernismo cultural suficiente para
admitir el laicismo o la educación común, pero con el suficientemente acendrado
feudalismo como para defender con uñas y dientes sus privilegios económicos,
aun al precio de negar el humanismo liberal de la propia Constitución; como con
la ley de residencia o la de defensa social para expulsar a los extranjeros
indeseables.
Clase que -sorprendentemente- está por completo ausente del
análisis del profesor Romero, quien afirma (sin ponerse colorado) que "Por el camino de la promoción, el Estado
adjudicó franquicias, probablemente necesarias para consolidar el interés
general, pero que gradualmente derivaron hacia los privilegios, y finalmente,
las prebendas. Tal el caso de las leyes de asociaciones profesionales o de promoción
industrial. El Estado potente fortaleció los grupos de interés y éstos, para
asegurar sus franquicias, aprendieron a presionar al Estado y competir por la
distribución de sus beneficios; finalmente se instalaron en sus oficinas y
ministerios.".
Notable: según Romero, sólo en la Argentina
industrial de la segunda postguerra el Estado argentino comenzó a ser
colonizado por presiones e intereses corporativos, y sólo por parte de los
sectores industriales (no negaremos acá el comportamiento depredatorio de
nuestra burguesía rentista), o de las organizaciones sindicales, pugnando por
beneficios y espacios de poder en la estructura estatal. Ingenuo es lo menos
que podría decirse del análisis, si uno no supusiese que es, además,
interesado: ¿o acaso no vemos hoy, con la discusión de la 125 o ante cada
intento de reforma tributaria que toque a las propietarios de la tierra, las
reacciones airadas de aquéllos que suponen que el Estado es sólo una ventanilla
para sus negocios?
Pero hay más: toma nota Romero del cambio
operado con la llegada al poder de Néstor Kirchner en tanto proclamó que la
política recuperaba la primacía sobre los poderes corporativos, pero lo
minimiza al señalar que lo hizo a costa de destruir al Estado; una afirmación
que -como dijimos acá- es absolutamente antojadiza y poco seria
desde el punto de vista científico: para alguien que habla del Estado como si
lo conociera en profundidad, Romero se ha autoeximido de aportar algún ejemplo
concreto que vaya más allá del remanido del INDEC.
Y establece una dicotomía falsa entre voluntad
política (en tanto decisión impulsora del sentido de la acción estatal) y
superestructura organizativa del Estado, en tanto aparato que despliega en el
territorio y la realidad las políticas públicas; porque por más voluntad que
hubiese intentado expresar Kirchner (y hoy Cristina) para que la politica
recupere la primacía, no hubiera podido desplegar ninguna política consistente
y relevante (y vaya si las hubo) , sin una mínima reconstrucción de las
capacidades de gestión del aparato estatal.
El verdadero trasfondo de la opinión de Romero
es un intento más de mediatizar la voluntad popular, que se expresa en la
elección de aquél que accede a la conducción del Estado, y por ende adquiere el
título de legitimidad política (y jurídica) para orientar el rumbo de las
políticas públicas: el sentido si no único, al menos fundante de la democracia
misma.
Y si no, vean estos dos párrafos: "Pero hay aspectos estatales específicos: el marco jurídico e
institucional, las agencias públicas y el funcionariado, con su capacidad y su
ética profesional. En un Estado virtuoso, esa maquinaria sirve para planificar
las políticas gubernamentales, prever sus consecuencias, evaluar sus resultados.
Todo ello implica una limitación al decisionismo o a la primacía de la política.
A la vez, un Estado deteriorado estimula el uso de golpes de voluntad
política, para sustituir las falencias de los instrumentos normales." .
Y éste otro: “Por otro lado,
fue reapareciendo el antiguo estilo político, descartado en 1983. Volvió la
fundamentación plebiscitaria -que colocaba a los presidentes más allá de la ley-,
el estilo faccioso y la identificación entre partido, gobierno y Estado. De
las transformaciones de 1983 sólo quedó el sufragio, y poco más.El balance
es poco alentador. Con un Estado en estas condiciones no parece posible otro
tipo de gobierno. Por otra
parte, en sus diversas expresiones, estos gobiernos han cosechado un apoyo
amplio por parte de los votantes, que parecen estar muy lejos de aquella
ciudadanía de 1983, celosamente vigilante de la institucionalidad democrática.
Libres de controles institucionales, los gobiernos usan sin limitaciones los
recursos estatales, y con ellos producen los sufragios necesarios para su
reproducción.”.
Clarito, ¿no?: el viejo truco del clientelismo (como
siempre, pobretón de argumentos, gorilísimo de cuna), la dicotomía entre
ciudadanos de primera y de segunda a la hora de expresarse políticamente, la
necesidad de limitar las consecuencias resultantes de la libre expresión de la
voluntad popular, el sufragio como algo menor en el contexto de la idea de
democracia; la idea del Estado como una maquinaria automática de normas jurídicas que produce resultados sin mediación de su dirección política, que es la que somete en democracia al veredicto de las urnas.
O dicho de otro modo: con empaque académico y
preocupación institucionalista por las formas y los controles, lo mismo que
vienen pretendiendo desde el 2003 para acá (con persistencia redoblada luego
del 23 de octubre) los poderes fácticos de los que el profesor Romero toma nota
(aunque con una simplificación un tanto pavota, reveladora de que poco ha
hurgado en las transformaciones de la estructura productiva argentina en las
últimas décadas) y -sobre todo- de aquellos que omite, como las patronales del
campo privilegiado, o los conglomerados mediáticos.
Y contradictoria con sus propias premisas: si no
hubiese existido en los tiempos kirchneristas una firma voluntad de garantizar
la primacía de la política (con “golpes decisionistas”, por decirlo en sus
propios términos), los poderes fácticos de los que parcialmente toma nota
Romero hubieran colonizado aun más el Estado a favor de sus propios intereses,
sin vacilar en llevarse puestas en el proceso a las instituciones y el marco
jurídico (creación de la voluntad política en cada momento histórico, si las
hay) que tanto venera; y muy probablemente sin agradecerle sus servicios
intelectuales a la hora de proveer argumentos teóricos sofisticados en
apariencia (sólo en apariencia) para deslegitimar la voluntad popular.
me da toda la sensación de que en este momento la línea de todos los medios opositores es atacar la legitimidad de Cristina. El golpe blando de Paraguay les abrió una pequeñísima hendija de esperanza, ahora hay que preparar el territorio para justificar algo por el estilo, aún con las dificultades que les ofrece el escenario local (parlamento dominado por el oficialismo), y todo apunta a que hay un desgobierno, qeu CFK está loca, y el artículo de Romero aporta la parte académica qeu vendría a demostrar que el estado está copado y desnaturalizado en su función constitucional.
ResponderEliminarfernandobbca
Fetivamente, va por ahí la cosa amigo, gracias por pasar.
ResponderEliminar