La Nación de ayer daba cuenta en ésta nota de la disolución de la famosa APE
(Administración de Programas Especiales), organismo del Ministerio de Salud de
la Nación, que
Cristina dispusiera por éste decreto.
Como siempre que hay plata de por medio (y vaya sin éste caso la
hay) aparece invariablemente la cuestión de la "caja": la idea que
subyace ahí es que el gobierno (cualquiera, pero en especial éste) es una
vulgar banda de mafiosos ávidos por manotear cuanta fuente de dinero haya a la
mano, para fines inconfesables.
Un enfoque parecido le da el clarinete, donde incluso no tenía
siquiera desarrollo la noticia, como pueden ver acá, y acá la captura de pantalla de la
publicación:
Y no sólo eso: no tiene noticias relacionadas, porque -una vez más, y para variar- se les escapó la tortuga, y los sorprendió la decisión de Cristina y no saben (o por lo menos hasta ayer no sabían) si tiene o no relación con ésta nota de Kirchsbaum en la edición del domingo pasado, a la que corresponde este titular:
Nota en la que -como no podía ser de otra manera- el asunto del "manotazo a otra kaja" está omnipresente, y si no vean esta parte:
Ahora bien, leyendo el decreto 1198 firmado ayer por Cristina, no
hay nada de lo que dice Kirchsbaum, ni de las "cajas": simplemente
disuelve la Administración de Programas Especiales (APE), un engendro creado en
1998 por Menem, y que tuvo a su cargo (hasta ayer) administrar el llamado Fondo
Solidario de Redistribución creado por la Ley 23.661 (enero del 89', concesión de un Alfonsín agonizante en términos políticos).
El Fondo se conforma con el 10 % de lo recaudado en concepto de
las contribuciones patronales para obra social de los trabajadores (equivalente
al 5 % de la masa salarial), y de los aportes de los propios trabajadores (el 3 % de su remuneración, más un 1,5 % por cada familiar a cargo en la
obra social, de acuerdo a la Ley 23.660 de obras sociales, también de enero del 89').
Con esa plata, más el 50 % de los eventuales mayores aportes a cada
obra social que se hayan pactado en los convenios colectivos (por encima del
descuento de ley), el 5 % de los recursos del PAMI y otros recursos (pero
menos, esos son los más importantes), se atienen una serie de pagos a los
agentes del seguro de salud (las obras sociales sindicales o de empresarios,
las mutuales que prestan servicios de salud) que perciban menores ingresos
promedio por cada uno de sus afiliados, para equiparar los niveles de cobertura
obligatoria que determina el Programa Médico Obligatorio, entre todos los 18
millones de beneficiarios del sistema.
Pero además el Fondo (que insistimos, hasta ayer manejaba la APE)
también sirve para canalizar reintegros a los agentes del seguro de salud
(entre ellos, las obras sociales sindicales y los prestadores que a veces ellas
mismas conforman) por tratamiento de mayor complejidad, o superadores de las
prestaciones del Programa Médico Obligatorio (PMO).
Con esos recursos por ejemplo se solventan tratamientos de
asistencia integral a drogadependientes, para afectados de VIH Sida,
hemofílicos, discapacitados y otros dos rubros más genéricos, digamos, que son
Prestaciones de Alta Complejidad y Tratamientos Prolongados con Medicamentos.
A esta altura del análisis hay que aclarar -en atención al título
de la columna de Kirchsbaum en Clarín del domingo- que las obras sociales
sindicales (desde su primera regulación legal con la Ley 18.610 de 1970,
gobierno de Onganía) siempre fueron controladas por el Estado (que lo haya hecho bien o mal, es otro asunto), sucesivamente a través del
INOS (Instituto Nacional de Obras Sociales), la ANSSAL (Administración Nacional
del Seguro de Salud) y luego la Superintendencia de Servicios de Salud; la que
ayer "decapitó" Cristina (que sería una especie de María Antonieta,
pero que maneja ella la guillotina digamos), según la bajada de La Nación, y
que absorbería las funciones de la APE; básicamente administrar el Fondo
Solidario de Redistribución.
Donde algo extraño pasa, porque en el año 2006 (cuando la gente de
Moyano se hizo cargo, y estuvo hasta hace un mes más o menos, o sea, se mantuvo
aun en medio del quilombo con Cristina) contaba con un presupuesto de 497
millones de pesos (en cifras redondas), con el que solventaba 79.154
tratamientos de alta complejidad y 43.680 tratamientos prolongados con
medicamentos; y para este año (según los números del Presupuesto nacional) con
un presupuesto de casi 1158 millones de pesos (2,33 veces más grande que seis
años antes), sólo puede absorber reintegros para 18.496 tratamientos de alta
complejidad y 26.679 tratamientos prolongados con medicamentos.
Claro que esos números reflejan el incremento de los costos de la
salud (medicamentos, internación, aparatología, insumos), pero no olvidemos que
los reintegros la APE los pagaba a los agentes del seguro de salud, y entre
ellos, a las obras sociales sindicales.
En ese contexto, y en el del conflicto con Moyano (aunque esto
último determina simplemente la oportunidad política para tomar la decisión) es
que Cristina decidió hacer cirugía mayor en la Superintendencia de Servicios de
Salud (que en realidad es el organismo que controla a las obras sociales), y
disolver la APE para que quede reabsorbida en ella.
Y aquí vamos a lo de la "caja": la más gorda y
sustancial no es el Fondo Solidario de Redistribución (al fin y al cabo, 1158
millones en un presupuesto nacional de más de 505 mil, o sea el 0,23 %, aproximadamente), sino el manejo del 90 % restante de los aportes de
trabajadores y empleadores a las obras sociales; y esos fondos el Estado no los
puede tocar ni gastar, porque son cuentas de terceros: los recibe y los
transfiere a las obras sociales, como agentes del seguro de salud.
El Fondo Solidario (esos casi 1158 millones, en realidad menos porque una
parte, el 5 % del total, son los gastos de funcionamiento de la APE, como los
sueldos de los empleados) puede manejarlo; pero a condición de que lo destine a
los mismos fines que indica la Ley 23.661 y que antes explicamos: pagos a los
agentes del seguro de salud (por ejemplo las obras sociales sindicales) por
prestaciones no comprendidas en el PMO, y un 70 % de esa "torta"
(como mínimo) debe redistribuirse entre ellos para que se compensen los
eventuales menores ingresos promedio por afiliado que tenga cada uno para poder
cubrir las prestaciones del Programa Médico Obligatorio (PMO), y así equiparar
los niveles de cobertura.
De modo que si la idea que se está queriendo instalar es la de una
"caja" fabulosa (al estilo de las reservas o los adelantos del
Central al Tesoro, o el FGS de la ANSES) de la cual el gobierno podría echar
mano para tapar agujeros, se está mintiendo a sabiendas.
Lo que no quita que un esquema en el cual el Estado absorba (con
parte de esos recursos, por ejemplo los del Fondo Solidario de Redistribución)
los tratamientos de salud de alta complejidad o que exigen medicamentos en forma permanente, y que no sean cubiertos por las obras
sociales (por ejemplo las sindicales), no sería una mala idea para discutir;
aunque pueda poner nerviosos a algunos sindicalistas, sin distinción de la CGT
o la CTA a la que pertenezcan.
Otro de los resabios menemistas para tener de aliados a los sindicalistas y privatizar todo lo que resultara un buen negociado, era un secreto a gritos que existían esos fondos, con los cuales los aportantes veíamos que mientras las obras sociales restringían prestaciones -recordar los medicamentos truchos-, muchos gremialistas blindaban sus transportes o adquirían lujosas mansiones. Habrán comprendido que ni Néstor ni Cristina dejaron sus convicciones en la puerta de Balcarce 50?. Realmente, en este día siento que es la mejor amiga de todos, los 40 millones de argentinos.
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