miércoles, 22 de agosto de 2012

EL PROFESOR ROMERO, ENTRE LA OMISIÓN DEL FRAUDE Y LA APOLOGÍA DEL VOTO CALIFICADO


El caso del profesor Romero es uno (no el único) bastante demostrativo de como plantea la derecha argentina (en éste caso La Nación) los términos del debate político; y como sigue funcionando el aparato de la superestructura cultural hegemónica; en la que los medios de masas juegan hoy un papel preponderante en la difusión de pautas de pensamiento, pero sobre supuestos culturales construídos por los medios tradicionales, como la tribuna de doctrina.

Superestructura que -como tan bien describiera Arturo Jauretche- fabrica y dispensa prestigios, amplifica y oscurece voces, a condición de que éstas acepten alinearse al coro, y repetir la melodía sin notas disonantes, aportando (si los tienen) blasones y argumentos académicos, porque eso realimenta la maquinaria.

Como es el caso de Romero (casi un historiador cama adentro del diario de los Mitre, como también le gustaba decir a don Arturo) y ésta nota del diario de hoy, a la que corresponde la captura de pantalla, tan burdamente ilustrada por el diario: por lo menos se hubieran tomado el trabajo de dibujar un chori muchachos, para que el brulote fuera más verosímil. 

Nota en la cual Romero (hay que reconocerlo) intenta hacia el final hacer el esfuerzo por comprender el complejo asunto de las relaciones clientelares en la política, pero en un marco conceptual que -como siempre termina pasando con sus columnas- rinde tributo al núcleo duro de la ideología del diario; como condictio sine qua non que -al parecer- se exige a las plumas que tienen cabida en sus páginas.

A menos que Romero comparta íntimamente esas convicciones (no tenemos por qué descreer de su sinceridad), y por eso encuentra cómodo decir lo que dice, del modo en que lo dice y -sobre todo- desde el lugar en el que lo dice.

Veamos en especial esta parte de la columna, que nos parece resume claramente sus ideas centrales: 


Tras historiar tan prolijamente como permite el espacio de una columna en un diario el funcionamiento de los sistemas electorales en la Europa del siglo XIX, omite estruendosamente (corroborarlo en el texto) la descripción del sistema político argentino entre la sanción de la Constitución en 1853, y la reforma electoral de Sáenz Peña en 1912. 

Casualmente el período de entronización institucional del fraude electoral, coincidente con la implantación del despliegue del modelo de país que Romero (y tantos otros) añora y venera con nostalgia: aparece aquí la ya inveterada deshonestidad intelectual del profesor, que como historiador debiera acertar a explicar científicamente como pudieron convivir durante casi 60 años una idea de Estado y nación progresistas (según sus propios cánones, tantos los de los ideólogos y conductores de ese modelo político, como los de Romero), con un sistema político feudalizado y corrompido por el fraude de una oligarquía autoconvencida de su rol tutelar sobre el resto de la sociedad.

Rol que incluso subyace implícitamente en el diseño constitucional ("el pueblo no delibera ni gobierna"), lo que explica que la república proclamada en el 53' no se preocupara en garantizar debidamente la democracia hasta bien entrado el siglo XX; y no como una concesión graciosa o una convicción de cambio, sino fruto de la lucha cívica del radicalismo.

Pero lo sorprendente de la columna de Romero no termina en el esfuerzo por ocultar el rostro fraudulento del régimen liberal; sino en lo que dice de los efectos de la reforma electoral de Sáenz Peña: no habría tenido efectos en la política y el poder en la Argentina porque hubo revoluciones, dictaduras y proscripciones, y porque Yrigoyen y Perón expresaron variantes plebiscitarias que disminuyeron la importancia de las elecciones. 

Cuesta entender que desde la "academia" se digan tamaños disparates: habría que decirle al profesor Romero que justamente hubo en la Argentina golpes, dictaduras y proscripciones, porque hubo antes una reforma electoral que consagró las garantías para la libre expresión de la voluntad popular; y que fueron justamente esos liderazgos los que marcaron en la historia argentina justamente los puntos más altos de expresión política y electoral de las mayorías nacionales, antes excluidas.

Tamaño error de juicio histórico no es demostrativo de los pocos quilates intelectuales de Romero, sino de su profunda deshonestidad intelectual como se dijo: bajarle el precio a la incidencia política de la reforma electoral tiene por objeto ocultar el hecho palpable de que el modelo de país que el profesor venera sólo pudo imponerse políticamente en la Argentina por el fraude, la proscripción o las dictaduras; jamás bajo el imperio de las reglas de juego democráticas.

Esas mismas reglas de juego a las que él les baja el precio, o que pone en duda que verdaderamente rijan en la Argentina, porque decir que hubo "algunos comicios ejemplares" (el que ganó Alfonsín, la interna peronista del 88' que ganó Menem) es poner en tela de juicio la legitimidad de todos los demás; incluyendo obviamente los que le dieron el triunfo a Cristina con el 54 % el año pasado; un exabrupto conceptual que pinta de cuerpo entero las credenciales democráticas del personaje. 

Que ensaya una no tan sutil defensa del voto calificado, cuando distingue entre un voto inteligente de ciudadanos individuales y racionales (asentados en la pampa gringa) y un voto mediatizado por el clientelismo, predominante en las provincias del interior profundo y en el conurbano bonaerense: que la descripción coincida con las fortalezas y debilidades electorales de oficialismo y oposición nacionales (expuestas con claridad meridiana en los resultados del 23 de octubre), obviamente no obedece a ninguna casualidad. 

Como tampoco es ninguna casualidad que sea justamente desde ese núcleo geográfico de provincias con ciudadanos "individuales y razonables" al decir de Romero, que se haya gestado la revuelta patronal del 2008 que buscaba defender sus rentas extraordinarias, llevándose puestos al gobierno y a las instituciones si era necesario: que no lo hayan conseguido nos les quita la intención de entonces, ni los deseos de volver a intentarlo en cuanto tengan la oportunidad.

Se podría seguir tirando del hilo de las costuras del texto de Romero, para descubrir que fue justamente en esas provincias de la pampa gringa donde el modelo del 53' esperaba recibir un aluvión civilizatorio de Europa (no como el zoológico de cabecitas negras del interior profundo que aparecieron en octubre del 45'); pero cuando vino fue del sur pobre, y con pocas ganas de nacionalizarse para votar; aunque ésto último estaba claro en los supuestos políticos del régimen para mantener bajo su estricto control el poder. Régimen que además apelaba entonces en forma sistemática a las formas de clientelismo que Romero describe con minucia en Europa, pero oculta deliberadamente en el caso argentino.

Como también se podría acotar que fue en ese contexto que se produjo el desarrollo de los  sucesivos partidos que expresaron a los sectores urbanos de clase media (el radicalismo, el socialismo, la democracia progresista), que se revelaron en conjunto incapaces para expresar a los nuevos sectores emergentes de la Argentina moderna hacia los años 40', tanto como lo siguen siendo hoy (ellos y sus sucesores); en términos tanto sociales como de desarrollo territorial.   

Resucitar hoy el dilema sarmientino de civilización y barbarie (apotegma fundante de la cultura hegemónica, como también supo apuntar Jauretche, entre otros) para recluir a los confines de esa barbarie al peronismo (la bestia negra que destroza el sueño de la república liberal) hoy en clave kirchnerista, expresa más que la mecánica reiteración de un catecismo grabado a fuego que poco aporta para la comprensión de los tiempos que se viven. 

El relato histórico de Romero (supuestamente respaldado en su autoridad académica) se alinea así claramente con las premisas políticas de la derecha argentina en ésta hora; que son bajarle el precio al 54 % de Cristina el año pasado (para legitimar el socavamiento constante de su gobierno), y deslegitimar de antemano un probable triunfo del oficialismo el año que viene, que termine generando el clima propicio para plantear el debate por la reforma constitucional y la habilitación de un nuevo mandato para la presidenta.

5 comentarios:

  1. Si no queremos bajarle el precio al 54%, empecemos a acostumbrarnos a decir que fue el 55% en el recuento definitivo.

    Lo de Romero me parece va en línea con lo de Lanata, que recorre todas las provincias de "voto de baja calidad", como dirían Sarlo y Solanas.

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  2. No Barullo, fue 54,11 % nomás, fue un error de la Cámara Nacional Electoral aclarado por ellos mismos, véalo acá:http://www.pjn.gov.ar/02_Central/Index4.Asp?Nodo=1669&Rubro=338

    Y lo otro es tal cual

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  3. Tantas vueltas da Romero para decir lo que siempre dice la derecha (y alguna izquierda, también): que los negros no saben votar y que la culpa de todo la tiene el peronismo. Y después se hacen los cultos y se dicen Guardianes de la Civilización...

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  4. Ta madre... no lo dejan ser feliz a uno :-(

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  5. Muy buen comentario, y muy lamentable (una vez más) lo de Romero.

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