Interesante nota sobre el FAP en La Capital de ayer, porque además da justo en el clavo.
Cuando la entente conformada por el socialismo y las diferentes pymes electorales progresistas sobrevivientes de otras aventuras similares se alzaron con cuatro millones y medio de votos y el propio Binner con el segundo puesto (lejano, pero segundo al fin) en las elecciones presidenciales; echaron a rodar todo tipo de especulaciones sobre su consolidación a futuro.
Desde que nacía la famosa tercera fuerza (otra vez) que podría meter una cuña en el bipartidismo peronista-radical, hasta que por fin el progresismo (esa especie de animal político inclasificable, o de bordes difusos) podía constituirse en una alternativa electoral con chances ciertas de llegar al poder en la Argentina.
Sin embargo y como lo apunta el artículo, puestos los legisladores del FAP en sus bancas en el Congreso, la coalición resultó ser los que muchos pensábamos: una bolsa de gatos de distinto pelaje y procedencia, cada uno convencido de ser el dueño del barrio (lo confirman en la nota la propia "Patito feo" Ciciliani y Zabalza), y difíciles de manejar por una conducción política; si es que lo que Binner ejerce al interior de la fuerza que lo llevó como candidato es tal cosa: su propia candidata a vice, Norma Morandini, es justamente la que más sobresale en el arte progresista de hacer lo que se le canta, sin reconocer ataduras derivada de mandato alguno.
Resulta entonces que, cada vez que se discute en el Congreso algo, votan como les viene en gana, aunque el tema en cuestión lo hayan planteado ellos mismos con anterioridad, como pasó con la expropiación de YPF o con la de Ciccone.
O lo hacen encuestas en mano, como lo revela el "Toni" Riestra en el caso de YPF, lo cual es muy curioso: si mañana hay otro hecho sonoro de inseguridad (supongamos un secuestro seguido de muerte como el del hijo de Blumberg) y las encuestas marcan que la gente apoya mayoritariamente la pena de muerte, ¿los legisladores del FAP la votarían en el Congreso?
Y por supuesto la culpa de que sean una bolsa de gatos -como apuntan todas las fracciones del FAP en coincidencia- la tendría el kirchnerismo, que los apura marcándoles la agenda e imponiéndoles indefiniciones: en un punto es cierto, pero no del modo que lo plantean; sino porque entre las máscaras que se cayeran con el proceso abierto en el 2003 está sin dudas la del progresismo, en todas sus variantes.
Cualquiera podría razonar diciendo que menos mal que Binner no ganó las elecciones y no fue presidente, porque se hubiera repetido la experiencia de la Alianza: su vicepresidenta no le daría ni cinco de pelota, y su bloque de legisladores en el Congreso haría cada uno lo que le plazca; y el razonamiento sería estrictamente cierto, si el FAP hubiera estado pensado realmente con visión de ganar las elecciones (algún día, no necesariamente el año pasado) y llegar al gobierno.
Pero no es así, ni nunca lo fue: siempre fue planteado (aunque esto no se diga, claro) como una cooperativa electoral para obtener la mayor cantidad posible de bancas en el Congreso, que proporcionen visibilidad mediática y el acceso a becas, contratos, nombramientos y subsidios para mantener una estructura política.
Y una cooperativa conformada por pequeños accionistas sin demasiado capital electoral propio (como Libres del Sur, Unión Popular o el propio GEN), colgados de la boleta de un presidenciable con que sí lo tenía (como De La Rúa en el 99', Cristina en el 2007 o Binner el año pasado); y que con la excepción de Cristina, no era lo que se dijera un auténtico proyecto de centroizquierda.
Nada ilegal ni ilícito claro, pero tampoco un prospecto demasiado convocante para la épica revolucionaria, digamos.
Por esa razón De Genaro y Lozano aceptaron sin chistar en toda la campaña electoral que Binner dijera que la inflación se solucionaba moderando los aumentos de salarios, o que concurriera puntillosamente a todas las citas de la derecha para tomarles examen a los candidatos; como el coloquio de IDEA o el Congreso de CRA, ni hablar la escrupulosa recorrida por los medios del grupo Clarín.
Y lo hicieron porque tenían perfectamente en claro que sus chances electorales concretas (más allá de la fraseología progresista de ocasión) estaban vinculadas a la ausencia de Macri (que no compitió en las presidenciales) y al declive de Carrió: basta ver los números que obtuvo Binner en los barrios acomodados porteños, y en las provincias de la pampa húmeda (en especial en los centros urbanos, en los barrios de clase media y media alta); y compararlas con las del resto del país, y se tendrá claro de donde salieron esos cuatro millones y medio de votos.
Lo que lógicamente complica sus chances de crecimiento a futuro, sobre todo en la medida en que el PRO decida jugar a fondo, en el 2013 y en el 2015.
Toneladas de vendas y yeso hacen falta para disimular las fracturas en ese rejuntadero de renovadores con sus ejemplos más destacados: Binner-Morandini septuagenarios, más cerca del geriátrico que del sillón presidencial.
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