jueves, 23 de agosto de 2012

SOBRE PASADOS Y PEORES


Es notable como la crítica al kirchnerismo por su nostalgia setentista pasa por alto que los 70' fueron tan tempestuosos que atravesaron a toda la sociedad argentina, en especial al peronismo; que en menos de tres años pasó de la proscripción a la legalización, del exilio de Perón a su retorno y muerte, y del triunfo electoral (en dos oportunidades) al golpe del 76' precedido por los enfrentamientos internos, el conflicto entre los Montoneros y Perón, y el despliegue de la Triple A, aparato del terror montado por la derecha peronista personificada en López Rega para perseguir a la militancia de la izquierda del propio peronismo.

Todo lo cual hace de esos años un período particularmente complejo para analizar y comprender, pero no tanto como para dejar pasar confusiones, tráficos de ideología o -lisa y llanamente- desconocimientos profundos de la propia historia del peronismo; objeto histórico complejo y controversial si los hay.

Algo de todo eso hay en la reivindicación de la figura de Rucci que ensaya Moyano, en el claro contexto de ganar adhesiones hacia el interior del peronismo en su cruzada opositora contra el gobierno de Cristina: porque resulta que el gobierno sería un experimento de revanchismo montonero, pero Moyano juega con reavivar aquéllos fuegos con mensajes cuando menos equívocos.

Si el asesinato de Rucci fue (medido estrictamente en términos políticos) una inclasificable torpeza política de Montoneros, que profundizó el abismo que ya se abría entre ellos y Perón (lo que no dispensa en absoluto alguno de los gestos que el propio Perón tuviera antes para marcar distancia) y su aislamiento del conjunto del pueblo peronista, nada de eso autoriza a parangonarlo con la violencia terrorista y criminal desplegada desde el propio Estado.

Esto, que en términos jurídicos es clarísimo y marca el deslinde entre lo que son y no son delitos de lesa humanidad con todas las consecuencias que de eso se siguen, tiene también un ingrediente político que no se puede dejar pasar por alto: subyace en ése parangón la tristemente célebre teoría de los dos demonios, que igualaba la violencia desplegada desde el Estado terrorista con la de las organizaciones armadas de aquéllos años; en un intento de morigerar la revisión del pasado en algunos casos (los límites que se autoimpuso Alfonsín al decidir juzgar a las juntas, pero también a la cúpula de Montoneros), y de justificarlo en otros: la línea que separaba esa idea del concepto de "guerra" argüido por los genocidas como defensa sistemática en los juicios por la verdad es tan delgada, que muchas veces terminó siendo imperceptible.

En el caso de Rucci (donde se apeló antes a la misma estrategia de ensanchar hasta el absurdo los límites del concepto de delitos de lesa humanidad como se hiciera en el caso Larrabure) se trataría ahora de demostrar la complicidad de parte del aparato estatal en el crimen, concretamente del gobierno de Bidegain en la provincia de Buenos Aires.

Más allá de las pruebas que se puedan arrimar en la causa para demostrarlo, lo que no se puede ignorar es que si hubo (en aquéllos tumultuosos años) complicidad y participación orgánica de parte del aparato estatal en el despliegue del terror fue por parte de la Triple A armada por López Rega y no justamente en las muertes causadas (o atribuidas) a las organizaciones armadas: baste los casos del padre Mugica (posterior en meses al asesinato de Rucci) o de Ortega Peña para corroborarlo; por no mencionar cual fue el destino final que tuvo (en el propio gobierno peronista) el gobierno de Bidegain.

Si con estas movidas se está yendo más allá de causarle incomodidad al gobierno de Cristina, y se ensaya una velada reivindicación del modo en que la derecha peronista de entonces saldó su disputa con Montoneros (una especie de brutal peronómetro usado por los que no pueden dar un debate franco sobre lo que es el peronismo) y los demás sectores de la izquierda del movimiento, hay que sacarse la careta y decirlo; no ensayar absurdas teorías seudo jurídicas.

Y menos que menos (como hace Claudia Rucci, a la que el dolor de hija no le dispensa la responsabilidad que su rol político trae aparejada) exhibir una profunda ignorancia de la historia del peronismo, rayana en la absoluta falta de respeto, como para decir que Envar El Kadri es parte de lo peor de esa historia.

Porque hasta en eso (en la reivindicación de Cacho El Kadri, como lo fuera antes con Oesterheld, o con Carpani, Sacalabrini Ortíz, Cooke o Jauretche) muestra Cristina (que como la misma Claudia Rucci reconoce, reivindicó a su padre) lo claro que tiene todo ahora, porque lo tuvo claro antes.

Y por eso está donde está y conduce, porque aprendió (como lo hizo Néstor) de la memoria del pasado, incluso de los errores y enfrentamientos de ese mismo pasado; para intentar sintetizar lo mejor de esa enorme y compleja tradición política argentina que es el peronismo para volver a ponerlo como el eje vertebrador de un proyecto nacional y popular acorde con sus mejores blasones históricos.  

4 comentarios:

  1. Y en todo caso, si Claudia Rucci ahora piensa que fueron los Montoneros los que mataron a su viejo, que devuelva la indemnización que cobró cuando decía que lo mató la Triple A.

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  2. Satamente, ahí tenía claro que era un delito de lesa humanidad, y que responsabilidad tenía el Estado. Falta que alguno le cuente quien era Envar El Kadri, capaz que cree que era de Al Qaeda

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  3. Estaría bueno que el fiscal de la nación muleto, Moner Sans, pidiera que los Rucci devuelvan la guita...

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