Por Raúl Degrossi
Es comprensible que los que hace años vienen luchando por una comunicación más democrática vean a la puja por la plena implementación de la ley de medios como parte central de su pelea, pero hace rato que ha dejado ya de ser eso, o por lo menos, sólo y fundamentalmente eso; aunque ése sea efectivamente uno de sus sentidos finales.
Tampoco se trata de una disputa jurídica a dirimir en los vericuetos tribunalicios, aunque hoy sea ése el terreno en el que también se debe dar la batalla; dependiendo del menos democrático de los poderes, al que la propia normatividad democrática le da la capacidad de definir cuando, como y hasta que punto se aplica una ley; y que dice en definitivas esa ley, más allá de lo que hayan escrito los que la votaron.
El conflicto con el Grupo Clarín por la ley de medios es de profunda naturaleza política, y sus consecuencias más decisivas a futuro serán siempre en ese plano, en el contexto de una transición democrática originada con la derrota en Malvinas y que -a menos de 30 años de vigencia del Estado de derecho- continúa buscando su identidad, construyéndose a diario y explorando sus límites.
Una transición democrática que soportó varias crisis agudas, las más importantes en 1989 y en el 2001; y de las que salió con las vigencia formal de las instituciones (jugando en los bordes en ambos casos), pero con dramáticas reestructuraciones de las relaciones sociales cotidianas en términos de empleo, indicadores sociales, modelos productivos, ganadores y perdedores, potenciados y excluidos o vueltos a incluir (con muchos que siempre estuvieron del mismo lado, para bien y para mal).
De ambas crisis la democracia argentina salio de modos diferentes, con el menemismo primero, y con el kirchnerismo después; y la diferencia sustancial (aunque algunos se pierdan por las ramas en el análisis, para concluir en que ambos procesos fueron iguales) estuvo no sólo en los resultados, sino en los caminos elegidos: centralmente en la decisión de la política de ampliar su espacio de autonomía por sobre el ganado por las corporaciones, o ceder en toda la línea, aceptando que el programa que éstas plantean como único país posible, fuera convalidado y puesto en práctica desde la institucionalidad democrática.
Como se ve, el asunto tiene entonces que ver con el famoso conflicto entre democracia y capitalismo; que no son necesariamente antitéticos, pero si guardan entre si una difícil convivencia, desde que intentan procesar los conflictos sociales con lógicas y reglas de juego diferentes.
Una relación que nunca es unívoca sino zigzagueante, sobre todo porque es de la propia lógica de la democracia la posibilidad de los cambios de rumbo, mientras el capitalismo responde a una direccionalidad más unívoca (la de la defensa de sus negocios), en la que lo que cambia en todo caso son los instrumentos, pero nunca los fines.
El conflicto entre el gobierno y el Grupo Clarín se inscribe claramente en esa lógica, y aun admitiendo leerlo como una pelea actual entre dos antiguos socios, por una sociedad que terminó mal, la propia cambiante relación del kirchnerismo con el hólding tiene que ver más con la cabal comprensión de que éste tendía a ensanchar sus límites a expensas mismas del núcleo de la gobernabilidad ideada por el proceso político abierto por Néstor Kirchner el 25 de mayo del 2003; comprensión adquirida con nitidez en el conflicto agropecuario por las retenciones móviles.
No es casual que la mayor oposición al gobierno sea un conglomerado de medios, y que éste hecho (el enfrentamiento entre gobiernos electos por el pueblo, y los medios) sea común a varios procesos políticos de América Latina: el mundo de la comunicación es el que ha tenido más explosivo desarrollo en las últimas décadas, medido tanto en términos de avances tecnológicos, como de nuevas oportunidades de negocios, de modo que es natural que el capital asentara allí sus reales.
Y si los medios tradicionales anteriores a la moderna sociedad de masas (la prensa gráfica básicamente) siempre asumían el objetivo de influir en el sentido de percepción social de los procesos políticos, económicos y culturales, con la explosión de los medios audiovisuales y la formidable concentración de capitales que generan ese proceso se aceleró a límites inimaginables; creando nudos de intereses de tal magnitud, que justifican el abordaje y la colonización, lisa y llana, de la política y las estructuras estatales para garantizar esos negocios, y ensancharlos.
Las escenas de obscenidad tribunalicia que vienen protagonizando en los últimos días muchos jueces federales en beneficio de los intereses de Clarín son apenas una muestra gratis de eso, representada gráficamente por el cartel del Grupo sobre el 7D que ilustra el post; y que escribía el núcleo fundamental de la resolución adoptada por los camaristas (uno denunciado por coimero, para decirlo en términos llanos y sencillos), muchas semanas antes de que estos le pusieran sus firmas.
En el medio de la disputa, siempre se le lanza a la cara al kirchnerismo el sambenito de la impostura de pelear por causas en las que no cree, y de aferrarse a un relato sin correlación con la realidad, o que se da de patadas con sus propias acciones de gobierno.
Pero hete aquí que el tortuoso camino seguido por la ley de medios desde su sanción para su plena puesta en vigencia, no hace sino convalidar el núcleo duro del relato kirchnerista, que plantea al gobierno de un estado democrático, elegido por el pueblo, en pulseada con los intereses corporativos: de hecho una pulseada similar, la del conflicto con las patronales del campo, terminó de parir al kirchnerismo como identidad política.
Así vista la puja con Clarín también ilumina los términos reales del debate político, porque es común que al kirchnerismo se lo pretenda correr por izquierda (y motivos reales y concretos para hacerlo, sobran), pero si hablamos en serio: ¿dónde está la consistencia de los planteos, la viabilidad de los proyectos y -sobre todo- la praxis política que les dé credibilidad a los que los hacen, cuando vemos a progresistas de toda laya celebrar que un puñado de jueces impresentables apañen las maniobras de una corporación con ribetes mafiosos, para no cumplir con una ley del Congreso?
Es desde allí entonces que hay que mirarlos cuando nos plantean que tenemos que recuperar el control de nuestros recursos naturales o del comercio exterior, dictar una ley de entidades financieras o encarar una reforma tributaria: ¿suponen acaso que, si se afectan intereses, estos no reaccionarán como lo hizo Clarín, no conseguirán jueces al gusto que los protejan, y que harán entonces: celebrar la plena vigencia de la división de poderes?
Y es desde allí desde donde los miran con atención los otros intereses corporativos, algunos bastante más poderosos que Clarín, observando el triste espectáculo de una dirigencia opositora (y de muchos sedicentes oficialistas) autoproclamada impotente para dar -nunca, en ninguna condición- ninguna pelea siquiera similar a la que viene dando el kirchnerismo contra el multimedios: ¿qué mejor prospecto a futuro entonces para esos intereses, que tener la plena seguridad de que, cuando Cristina termine su mandato, volveremos a ser un país "normal"?
La pelea con Clarín tiene que ver con los sentidos últimos de la democracia, que son bastante más que la plena vigencia del aparato jurídico formal que establece la Constitución: si algo deja en claro el conflicto, es justamente todo lo que queda por fuera de la sumatoria de los poderes que deben permanecer -según esa estructura- divididos e independientes.
De modo que no lo vengan a correr al gobierno con el argumento de la defensa de las instituciones; porque nadie viene haciendo tanto como el kirchnerismo para defenderlas, pero defenderlas en serio; de los que se las quieren llevar puestas en defensa de sus negocios.
Y claro que la pelea con Clarín tiene que ver también con la plena vigencia de las libertades públicas, pero hablando de relatos e imposturas: el proyecto político al que catalogan a diario de dictadura, como núcleo discursivo mediático replicado por los cacerolos (disgresión: ¿alguien recuerda hoy el 8N, vieron cuan pequeños quedaron cuando Clarín puso en juego otras fichas decisivas que tenía para dar la pelea contra la ley?), viene soportando hace tres años fallo tras fallo, argucia tras argucia, para impedir la aplicación de la ley de medios; del mismo modo que soportó cuatro meses de rutas cortadas o incitaciones públicas al golpe de Estado y al magnicidio, sin disparar un sólo tiro, o reprimir una sola manifestación.
En una verdadera dictadura, en muchos menos de ese tiempo, Clarín habría sido desguazado, y Magnetto recluido en las mazmorrras del régimen; y los jueces que los protegen no estarían ya en sus puestos, gozando de sueldos generosos, viajes V.I.P. y exenciones impositivas a nuestra costa (las exenciones, no los viajes); de modo que en lo sucesivo les será más difícil sostener ese discurso, y el de la impoluta independencia de algunos togados.
Quizás ya hayas leído esto: http://www.ellitoral.com/index.php/id_um/83759-sobre-el-meneado-golpe-institucional
ResponderEliminarEl Litoral apesta, eh?!
Compañero Degrossi y a todos los compañeros de la Corriente tengo que felicitarlos porque, realmente en este blog, se habla de política y se defiende el proyecto con ideales, argumentos sólidos y pruebas. Este artículo es excelente. Un saludo, un placer leerlos siempre. Florencia Orlando.
ResponderEliminar