PALO PARA AMASAR

Este post de Gerardo Fernández da en el blanco sobre una de las mayores mistificaciones del discurso opositor (a propósito del caso Massa, pero que en rigor viene de antes); y que es la famosa antinomia entre el conflicto, y el "diálogo y consenso".

Plantea bien Gerardo la gran mentira que se oculta detrás de esa afirmación -en apariencia sencilla y conectada con el sentir del hombre común- de que se pueden lograr grandes cambios políticos y sociales sin costos, sin enfrentamientos, sin tener que vencer resistencias; "sentados todos a una mesa para ponernos de acuerdo en las tres o cuatro cosas fundamentales", según reza la sanata dominante.

El márketing político del post kirchnerismo (luego de caer en la cuenta que hacer anti kirchnerismo cerrado y bobo tiene un techo objetivo de crecimiento electoral) consiste en reducir el discurso político a una papilla digerible para el elector, según el cual determinados candidatos o fuerzas políticas ofrecen garantizar la continuidad de todo lo bueno que hicieron los gobiernos de Néstor y Cristina, y profundizarlo (yendo por las cuestiones pendientes más urticantes), pero con buenos modales.

Sin crispación, sin divisiones, sin dialéctica amigo-enemigo, sin señalar responsables y -sobre todo- sin emprenderla contra los factores no institucionales del poder; esos que nunca se someten al escrutinio público, y al veredicto de las urnas.

Así explicado el núcleo de éste discurso, parece de una simplicidad rayana en lo berreta: cualquiera con un mínimo conocimiento de los procesos políticos y sociales caerá fácilmente en la conclusión de que, en una sociedad que conserva altos niveles de injusticia, cualquier transformación que pretenda revertirlos deberá ser necesariamente profunda, y requerirá de una correlativa dosis de decisión política para emprender los cambios, y para enfrentar los previsibles intereses que se verán afectados; porque tampoco hay soluciones mágicas: para darles cosas a los que les falta, se las tenés que sacar a los que les sobra, por decirlos en los mismos términos simplistas de los filósofos del diálogo y consenso.

Y se nos ocurre que es bastante pedagógico al respecto lo que está sucediendo por estos días con el trigo, la harina y el precio del pan.

Abundan (por parte de gente que sabe más que nosotros del asunto) los análisis que explican con lujo de detalles las causas del problema, las distorsiones en la cadena de comercialización, la influencia del grado de concentración e integración que tienen las exportadoras de cereal y las firmas molineras, el juego político de la Mesa de Enlace, las actitudes especulativas de los productores, etc.

Sin embargo la disparada del precio del trigo y la harina, y su proyección al del pan y otro productos de consumo masivo, nos están hablando de cuestiones pendientes importantes; como mejorar la regulación pública de la economía y hacerla más eficiente e inteligente (a menos que alguno compre el discurso de que la cosa se soluciona dejando actuar al mercado), avanzando sobre una regulación más intensa del comercio exterior, y de las situaciones de concentración y abuso de posición dominante en los mercados.

Incluso se plantea la duda si las actuales herramientas legales, o las que posibilita el marco constitucional vigente, son suficientes a esos fines.

Sin embargo para que la cosa empezara a tener visos de solución, y se vislumbrara una posible baja del precio del pan, fue necesario que Moreno mostrara el garrote de la ley de abastecimiento a molineras, exportadoras y productores: por la vía del diálogo y consenso podíamos sentarnos una década a esperar que el precio del pan bajara sólo.

Incluso apenas se publicó en el Boletín Oficial la resolución de la Secretaría de Comercio que dispone aplicar la ley para relevar las existencias de trigo disponible para molienda (la ley autoriza incluso a decomisarlas, o intervenir la producción si se verifica acaparamiento indebido de stocks), desde la oposición no faltaron quienes (como Aguad) salieran con el argumento de que ya no está vigente; porque estaría comprendida dentro de las facultades delegadas del Congreso, que el "Grupo A" no aceptó prorrogarle a Cristina en el 2010 cuando controlaba ambas Cámaras: un guiño para que -si Moreno se decidiera a aplicar sanciones- las empresas o productores recurran, buscando algún juez comprensivo.

Como se ve, no estamos hablando de ninguna batalla cultural, ni de reformas a la justicia, imponer nuevos impuestos o nacionalizar el comercio exterior: simplemente de garantizar que la gente pueda comprar algo tan básico como el pan, a un precio accesible.  

Pero valga el ejemplo del pan, Moreno y la ley de abastecimiento como caso práctico para poner en contexto lo que dice Gerardo; y refutar la zoncera de que se pueden lograr cambios sin costos, y sin afrontar conflictos.