En un país con una triste historia de interrupciones a la democracia como el nuestro es complejo hablar de golpes, porque todos tenemos grabada en la mente las imágenes de lo que un golpe significa: los tanques en la calle, los militares controlando el poder, y todo lo que asociamos con eso; en especial luego del horror de la última dictadura.
Y también (como lo marca acá con claridad Oscar Cuervo) tendemos a sobrevalorar nuestra propia cultura democrática como sociedad, dando por sentado que la simple continuidad del ejercicio democrático (próximo ya a cumplir los 30 años) demuestra un definitivo cambio de tendencia, la erradicación final de las pulsiones autoritarias incrustadas en el cuerpo social.
Somos de ese modo indulgentes con nosotros mismos, porque pasamos por alto el hecho de que, si tantas veces en el pasado cedimos a la tentación golpista no fue solo por el apetito de poder del partido militar o los intereses de los grupos económicos y políticos que estaban en cada caso por detrás de los golpes de Estado, sino porque en cada caso existía un consenso más o menos vasto, difundido en diferentes sectores de la sociedad.
Un consenso que legitimaba el recurso de zanjar las diferencias de ése sector con el que gobernaba (sobre todo cuando había llegado allí por el voto mayoritario), apelando a vías extra democráticos, aun cuando en teoría se las asumiera como el modo de conquistar "una verdadera democracia".
En la medida que las democracias evolucionan, y -sobre todo- que los horrores de la última dictadura no pueden ya ser negados (en todo caso habrá quienes pretendan exculparlos o justificarlos, que es otra cosa), la cultura golpista que sobrevive en la sociedad va adquiriendo formas más sofisticadas, pero la matriz sigue siendo la misma: hay quienes piensan que no es sagrado respetar lo que la gente vota, porque a veces la gente vota mal, o sin saber lo que hace.
Por eso muchos de nuestros "republicanos" no son creíbles cuando se desgarran las vestiduras clamando por defender la Constitución y las instituciones: porque ante todo no demuestran fehacientemente ser primero democráticos, respetando la voluntad popular siempre y en toda circunstancia; y no sólo cuando las urnas les sonríen.
Lo que no implica abdicar de ningún principio o del legítimo ejercicio de la crítica política, sino exhibir credenciales democráticas a partir del piso elemental del respeto por la voluntad popular; que es la base fundante de nuestro sistema política.
A partir de que se supieron los problemas de salud que afectan a Cristina estamos reviviendo por estas horas escenas que nos resultan familiares con otras que supimos vivir los argentinos, en otras épocas e incluso en el propio kirchnerismo: desde las miserias humanas y sociales de los que son incapaces de distinguir la disidencia política del respeto que cualquier persona merece; hasta las especulaciones políticas y económicas de todo tipo, disparadas a partir del trance en la salud de alguien que -antes de ser presidenta- es una persona.
Sobre ese mar de fondo y a partir del notorio hartazgo de muchos con el kirchnerismo (consecuencia tanto de la mala metabolización de los resultados del 2011 -que saldaron la disputa sobre si fue o no una década ganada-, como de las críticas puntuales a la gestión) se va filtrando despacito el discurso golpista, la pulsión por acelerar los tiempos del final del mandato de Cristina y generar -en términos institucionales- un barajar y dar de nuevo; para imponer aceleradamente otro programa de gobierno.
Como si el 27 de octubre no eligiéramos legisladores sino el presidente, y como si la excepcionalidad del 2001 con su tembladeral de cinco presidentes en una semana, fuese el patrón normal de conducta de nuestro sistema institucional, ése que muchos de los "apurados" dicen defender.
Es así como escuchamos a gente como Ernesto Sanz sostener que esto evidencia los problemas del híprepresidencialismo y la necesidad de moderar el poder del presidente (no casualmente en línea con Duhalde); cuando la experiencia histórica indica que los problemas del país no tienen que ver con que el gobierna sea fuerte, sino que aun con amplia mayoría electoral, suele ser débil para imponerse a otros poderes, no institucionalizados ni obligados a respetar las rutinas democráticas para legitimarse permanentemente.
O aparecen otros disfrazados de "expertos", "constitucionalistas" y demases (como vemos acá en Clarín a Monner Sans, Gil Lavedra y Ferrari) analizando las formalidades del traspaso del mando presidencial al vice, con el sólo objeto de sembrar de antemano dudas sobre la legitimidad de todo cuanto haga el gobierno mientras dure su interinato a cargo del Ejecutivo.
Y también en ese contexto oímos entonces a gente como el profesor Giacobbe (en el video de apertura) responder a la pregunta de Lanata sobre si debe asumir Boudou (como si cumplir con la que establece la CN fuese materia de debate), diciendo que la sociedad no lo toleraría, porque el vicepresidente está deslegitimado porque lo afectan denuncias de corrupción.
Punto en el cual no vamos a asumir la defensa de Boudou sino a señalar simplemente lo siguiente: del mismo modo que tiene exactamente la misma legitimidad de origen para ocupar su cargo que Cristina (porque fueron elegidos juntos, integrando una fórmula, y por amplísima mayoría) también (según los mismos cánones constitucionales más clásicos del liberalismo político) es inocente hasta que se demuestre lo contrario; como cualquier persona.
Es curioso: venimos de atravesar un año en el que discutimos sobre la justicia y su rol en la democracia, y los que se opusieron a las reformas que impulsó el gobierno decían que lo hacían para defender la independencia de los jueces del poder político; pero ahora no son capaces de respetar el hecho de que esos mismo jueces (y no Oyarbide, sino uno considerado probo por ellos mismos y hasta por organismos de DDHH afines al gobierno, como Rafecas) no ha encontrado hasta ahora elementos no ya para condenar a Boudou; sino para procesarlo y aun para citarlo a indagatoria.
No obstante, piden que en base a una difusa "condena social" el vicepresidente no asuma en reemplazo de Cristina, lo que supone que renuncie a su cargo, y abra paso a una crisis institucional; pero no los indigna que Macri -por caso- estando procesado haya sido reelecto como Jefe de Gobierno, y aspire a ser presidente.
El mismo Macri que (en un bochorno público, como marca acá Gerardo) reclama que el gobierno envíe al Congreso un pedido de licencia para Cristina; algo que la Constitución no exije para casos como éste: ¿en qué quedamos, no tenemos que respetarla, no se critica al kirchnerismo por llevársela puesta todo el tiempo?
A partir de que se supieron los problemas de salud que afectan a Cristina estamos reviviendo por estas horas escenas que nos resultan familiares con otras que supimos vivir los argentinos, en otras épocas e incluso en el propio kirchnerismo: desde las miserias humanas y sociales de los que son incapaces de distinguir la disidencia política del respeto que cualquier persona merece; hasta las especulaciones políticas y económicas de todo tipo, disparadas a partir del trance en la salud de alguien que -antes de ser presidenta- es una persona.
Sobre ese mar de fondo y a partir del notorio hartazgo de muchos con el kirchnerismo (consecuencia tanto de la mala metabolización de los resultados del 2011 -que saldaron la disputa sobre si fue o no una década ganada-, como de las críticas puntuales a la gestión) se va filtrando despacito el discurso golpista, la pulsión por acelerar los tiempos del final del mandato de Cristina y generar -en términos institucionales- un barajar y dar de nuevo; para imponer aceleradamente otro programa de gobierno.
Como si el 27 de octubre no eligiéramos legisladores sino el presidente, y como si la excepcionalidad del 2001 con su tembladeral de cinco presidentes en una semana, fuese el patrón normal de conducta de nuestro sistema institucional, ése que muchos de los "apurados" dicen defender.
Es así como escuchamos a gente como Ernesto Sanz sostener que esto evidencia los problemas del híprepresidencialismo y la necesidad de moderar el poder del presidente (no casualmente en línea con Duhalde); cuando la experiencia histórica indica que los problemas del país no tienen que ver con que el gobierna sea fuerte, sino que aun con amplia mayoría electoral, suele ser débil para imponerse a otros poderes, no institucionalizados ni obligados a respetar las rutinas democráticas para legitimarse permanentemente.
O aparecen otros disfrazados de "expertos", "constitucionalistas" y demases (como vemos acá en Clarín a Monner Sans, Gil Lavedra y Ferrari) analizando las formalidades del traspaso del mando presidencial al vice, con el sólo objeto de sembrar de antemano dudas sobre la legitimidad de todo cuanto haga el gobierno mientras dure su interinato a cargo del Ejecutivo.
Y también en ese contexto oímos entonces a gente como el profesor Giacobbe (en el video de apertura) responder a la pregunta de Lanata sobre si debe asumir Boudou (como si cumplir con la que establece la CN fuese materia de debate), diciendo que la sociedad no lo toleraría, porque el vicepresidente está deslegitimado porque lo afectan denuncias de corrupción.
Punto en el cual no vamos a asumir la defensa de Boudou sino a señalar simplemente lo siguiente: del mismo modo que tiene exactamente la misma legitimidad de origen para ocupar su cargo que Cristina (porque fueron elegidos juntos, integrando una fórmula, y por amplísima mayoría) también (según los mismos cánones constitucionales más clásicos del liberalismo político) es inocente hasta que se demuestre lo contrario; como cualquier persona.
Es curioso: venimos de atravesar un año en el que discutimos sobre la justicia y su rol en la democracia, y los que se opusieron a las reformas que impulsó el gobierno decían que lo hacían para defender la independencia de los jueces del poder político; pero ahora no son capaces de respetar el hecho de que esos mismo jueces (y no Oyarbide, sino uno considerado probo por ellos mismos y hasta por organismos de DDHH afines al gobierno, como Rafecas) no ha encontrado hasta ahora elementos no ya para condenar a Boudou; sino para procesarlo y aun para citarlo a indagatoria.
No obstante, piden que en base a una difusa "condena social" el vicepresidente no asuma en reemplazo de Cristina, lo que supone que renuncie a su cargo, y abra paso a una crisis institucional; pero no los indigna que Macri -por caso- estando procesado haya sido reelecto como Jefe de Gobierno, y aspire a ser presidente.
El mismo Macri que (en un bochorno público, como marca acá Gerardo) reclama que el gobierno envíe al Congreso un pedido de licencia para Cristina; algo que la Constitución no exije para casos como éste: ¿en qué quedamos, no tenemos que respetarla, no se critica al kirchnerismo por llevársela puesta todo el tiempo?
El odio ciego que circula por estas horas en las redes sociales y en conversaciones cotidianas (hijo directo del "viva el cáncer") desmiente rotundamente esa onda de paz y amor que pareció envolver a muchos con la elección de Bergoglio como Papa, o las constantes apelaciones a imitarlo (claro que siempre en clave de palazo para Cristina y el gobierno); así como nos da una idea bien clara de lo que entienden muchos por "diálogo y consenso".
Que es mas o menos parecido a lo que entienden por república, democracia o instituciones, según estamos viendo.
Nada de lo dicho exculpa ni uno solo de los errores de gestión del gobierno, ni pretende una victimización para rehuir los resultados electorales (los de agosto, los que puedan venir en octubre).
Simplemente es para poner en contexto los términos reales del debate político, en el que todo el tiempo nos quieren hacer pasar gato por liebre; describiendo al kirchnerismo como una especie de enfermedad o anomalía causante de todo nuestros males; a la que hay que erradicar para que retornemos a la normalidad de una sociedad supuestamente ejemplar; en la que -desaparecido el fenómeno extraño- todos seremos democráticos, tolerantes y respetuosos; y capaces de ponernos rápidamente de acuerdo "en las tres o cuatro cosas fundamentales para el país".
Si se mira bien, no es sino otra forma de decir lo mismo que siempre dijeron las proclamas golpistas: llevarse puesta a la democracia, pero con el altruista propósito de construir sobre sus escombros otra mejor y más duradera.
Que es mas o menos parecido a lo que entienden por república, democracia o instituciones, según estamos viendo.
Nada de lo dicho exculpa ni uno solo de los errores de gestión del gobierno, ni pretende una victimización para rehuir los resultados electorales (los de agosto, los que puedan venir en octubre).
Simplemente es para poner en contexto los términos reales del debate político, en el que todo el tiempo nos quieren hacer pasar gato por liebre; describiendo al kirchnerismo como una especie de enfermedad o anomalía causante de todo nuestros males; a la que hay que erradicar para que retornemos a la normalidad de una sociedad supuestamente ejemplar; en la que -desaparecido el fenómeno extraño- todos seremos democráticos, tolerantes y respetuosos; y capaces de ponernos rápidamente de acuerdo "en las tres o cuatro cosas fundamentales para el país".
Si se mira bien, no es sino otra forma de decir lo mismo que siempre dijeron las proclamas golpistas: llevarse puesta a la democracia, pero con el altruista propósito de construir sobre sus escombros otra mejor y más duradera.
Dos hijos de Puta... Giaccobe en el programa de Longobardi antes de la PASO dle 2011 diciendo qu8e Cristina las iba a suspender porque no llegaba al 40% ... Por lo menos Grondona y Biolcatti no se travestían de republicanismo para auspiciar el golpe...
ResponderEliminarHoy haciendo la cola en la panadería, donde mil veces he escuchado a las viejas del barrio despotricar contra la Presidenta, a veces con razón y la inmensa mayoría sin razón, escuche que todas más o menos coincidían en una cuestión: "Ojalá que salga bien, porque vió como es esto, con ella estamos así pero con el que venga vamos a estar peor". Sonreí mientras pedía medio kilo de caseritos.
ResponderEliminarY Tito, si con todo lo que ha hecho éste Gobierno no tenemos algunas satisfacciones....
ResponderEliminarLa gente podrá hablar boludeces,pero no come vidrio. Imaginarse un país conducido por cualquiera de los socios del Club de los Inútiles (Carrió, Binner, Alfonsin,Massita, Macri) dan ganas de llorar.
Hasta yo,que no soy creyente,ando rezando por la Presidenta.
El Colo.
pedir respeto para CFK como persona a tipos que avalaron que a una persona la pusieran en la parrilla y le den máquina es como un poco iluso.
ResponderEliminarNo tengan dudas de que esta es una década ganada, sobre todo mirando el grado de irrabitabilidad de la oposición y el establishment. Cuando esos están furiosos es que vamos bien.
Excelente el post
fernandobbca Fuerza Cristina!!!!!