Desde antes de las PASO y más aun, después de los resultados, venimos escuchando que el peronismo se prepara para un nuevo "cambio de piel"; dando por concluido el ciclo kirchnerista, y alinéandose -más tarde o más temprano- detrás de algún candidato (sea Scioli, Massa u otro que pueda aparecer) que condense el suficiente potencial electoral como para ganar en el 2015; y conducir desde allí el retorno a la "normalidad" prekirchnerista,
Lo cual supone que buena parte de su dirigencia (política, sindical, territorial) acompañaría sin demasiadas quejas un proyecto político que, en nombre del peronismo, termine desvirtuando el modelo impuesto a partir del 2003, o lisa y llanamente desmantelándolo concienzudamente, tal como lo hiciera el menemismo con el peronismo histórico.
Subyace en esos análisis la idea de que el peronismo es el único que puede gobernar en la Argentina, y por ende es hacia su interior por donde pasa la verdadera disputa política, la que dirime el poder; al menos en términos institucionales.
Una idea admitida incluso desde afuera del peronismo (claro que en clave conspirativa para exculpar errores propios); así como tampoco les falta razón a los que suponen que luego de las elecciones del 27 de octubre, la garrocha podría convertirse en el deporte preferido de algunos peronistas, porque si algo no soporta el peronismo, son las derrotas.
Presupone también que la vigencia del peronismo se asienta en una practicidad amoral estructurada detrás de una definición del para qué y el para quién de la acción política; en la que en definitiva está desplazada la identificación con los más pobres, negados y desposeídos, y centralizada en el mantenimiento de las posiciones de privilegio alcanzadas por sus operadores.
Presupone también que la vigencia del peronismo se asienta en una practicidad amoral estructurada detrás de una definición del para qué y el para quién de la acción política; en la que en definitiva está desplazada la identificación con los más pobres, negados y desposeídos, y centralizada en el mantenimiento de las posiciones de privilegio alcanzadas por sus operadores.
Claro que no deja de ser un análisis sesgado porque no es sólo en el peronismo que medran los oportunistas, y los que olfatean hacia donde discurre el poder: si algo dejaron como enseñanza estos años en la disputa política en el país, es que el fragmentado dispositivo opositor al kirchnerismo alineó su discurso y -más importante- su praxis política con los reclamos corporativos, lo que no deja de suponer una lectura pragmática, que apunta los radares hacia donde se supone que reside el poder verdadero.
Tras los resultados de las PASO y medido éstos desde aquél 54 % del 2011, es lógico y legítimo que desde el kirchnerismo se profundice la autocrítica, se analicen y puntualicen los errores que se cometieron desde la gestión, la organización política en general y también desde la propia conducción de Cristina.
Como también es válido que se plantee la necesidad de abrir el debate a futuro sobre la continuidad del conjunto de sectores y organizaciones que se sintieron representadas por el proyecto político puesto en marcha por Néstor Kirchner aquél 25 de mayo del 2003.
Sin embargo, no hay que perder de vista que a menos de un mes hay elecciones, y muy importantes: tanto que definirán no sólo la conformación del Congreso que acompañará a Cristina hasta el final de su mandato, sino el matiz político de esos dos años, y de buena parte del futuro del país.
Y eso es una circunstancia que exige el compromiso político de la militancia y de los que acompañamos este proyecto, estemos o no encuadrados en una organizacíón; porque no es lo mismo que al gobierno le vaya bien o mal el 27 de octubre, o que mejore o empeore los resultados de las PASO: ya se vio en la discusión de los cambios en Ganancias, el presupuesto y otras leyes que establecen herramientas mínimas para la gestión (prórroga de impuestos, emergencia económica) que el FPV sólo podrá contar en el Congreso con sus propios apoyos y los de sus aliados, y la oposición no tiene la más mínima predisposición de acompañar ninguna iniciativa del gobierno. Por el contrario, le quiere imponer su propia agenda.
Quedan por delante dos largos años del mandato de Cristina, una eternidad en política, en la Argentina y en el peronismo; y si hay algo que no podemos hacer en ese tiempo, es anticipar el 2015 cuando Cristina ya no sea presidenta, sentándonos a ver que pasa.
Nadie está obligado (ni a título personal, ni como parte de una organización política) a seguir apoyando un proyecto en el que ya no cree, pero así como no se puede disfrazar el salto hacia la vereda de los presuntos ganadores con presuntas diferencias políticas en las que nadie cree (tal sucede en casos como el de "Cachi" Martínez); tampoco está en juego en las elecciones del 27 y de cara al futuro, una pura cuestión de comodidad o posición personal.
Cuando Néstor Kirchner abandonó la idea de la transversalidad para recostarse en la estructura del peronismo no fue por una claudicación ideológica, sino por razones más prácticas: es porque entendió que allí estaban los votos.
Y que para poder ganar legitimidad democrática e imponer políticas hay que conducir el Estado, para lo cual hay que ganar elecciones y para eso es necesario juntar votos; que es donde suelen aparecer las flaquezas del amplio arco progresista que se sintió convocado por el proyecto político empezado en mayo del 2003.
De nada vale protestar contra el conservadurismo de tal o cual gobernador, o tal o cual intendente del conurbano, si no se genera desde el progresismo kirchnerista una práctica política que se traduzca en respaldo populares concretos; que le permitan ganar peso en las discusiones por el rumbo futuro.
Y así como hay peronistas que se resignaron al acompañamiento de otros sectores al proyecto conducido primero por Néstor y después por Cristina porque así lo imponía el liderazgo de la conducción, también existen progres que se desentendieron del problema de conseguir votos propios, porque pensaban que podían influir en esa conducción, y desde allí en el rumbo del dispositivo general.
Cuando Néstor Kirchner abandonó la idea de la transversalidad para recostarse en la estructura del peronismo no fue por una claudicación ideológica, sino por razones más prácticas: es porque entendió que allí estaban los votos.
Y que para poder ganar legitimidad democrática e imponer políticas hay que conducir el Estado, para lo cual hay que ganar elecciones y para eso es necesario juntar votos; que es donde suelen aparecer las flaquezas del amplio arco progresista que se sintió convocado por el proyecto político empezado en mayo del 2003.
De nada vale protestar contra el conservadurismo de tal o cual gobernador, o tal o cual intendente del conurbano, si no se genera desde el progresismo kirchnerista una práctica política que se traduzca en respaldo populares concretos; que le permitan ganar peso en las discusiones por el rumbo futuro.
Y así como hay peronistas que se resignaron al acompañamiento de otros sectores al proyecto conducido primero por Néstor y después por Cristina porque así lo imponía el liderazgo de la conducción, también existen progres que se desentendieron del problema de conseguir votos propios, porque pensaban que podían influir en esa conducción, y desde allí en el rumbo del dispositivo general.
No se trata acá de la falsa contradicción "peronistas versus progresistas" porque en política para ganar hay que sumar (sin perder la identidad, sumando identidades), y por ende para darle continuidad a las transformaciones iniciadas en mayo del 2003 se necesita de todos: peronistas, progresistas y más.
Pero partiendo de la base de la innegable centralidad del peronismo (por su potencial electoral, por su arraigo territorial, por los atributos de garantizar la gobernabilidad que le reconocen propios y extraños), empezar desde ahora tomar distancia porque disgustan los movimientos a futuro que en su interior se están produciendo, es facilitarles el trabajo a los que quieren hacerlo cambiar de piel, para ofrecer una versión 2.0 del menemismo: las condiciones más o menos favorables para imponerse en política no existen por sí, se crean por la práctica política, o por su falta.
Y en ese sentido, muchos visualizan el "cambio de piel" del peronismo post kirchnerismo como un menemismo de segunda generación, con el que en realidad, se sentirían cómodos, porque podrían volver a la testimonialidad, sacándose de encima la mochila de ser oficialistas; para desde allí sentirse con aires de superioridad moral o intelectual: no ser parte de un proyecto político que gobierna te proporciona la inmensa libertad de cuestionar todo desde otro lugar, y hasta ganar -en teoría- todas las discusiones.
A no engañarse: asumir tal actitud, dando por sentado el resultado adverso irreversible, sin hacer nada útil para el momento, renunciando de antemano a "seguir bancando" -que de cara a una elección, es militar para conseguir votos- es en esta encrucijada jugar en contra.
Sin embargo los diez años del kirchnerismo -para nosotros, sin dudas, una década ganada- les harán más difícil jugar ese rol, porque hay cosas que ya no podrán sentarse a reclamar con el dedito en alto: una nueva ley de educación, la reforma del Banco Central, la liquidación de las AFJP, retomar el control del Estado sobre YPF y Aerolíneas, la derogación de las leyes de la impunidad y la continuación de los juicios por la memoria, la verdad y la justicia, la reactivación de las paritarias y del Consejo del Salario, la aprobación de una nueva ley de medios, la asignación universal por hijo, la ruptura con el FMI o el abandono de la política exterior de las relaciones carnales.
Y en ese sentido, muchos visualizan el "cambio de piel" del peronismo post kirchnerismo como un menemismo de segunda generación, con el que en realidad, se sentirían cómodos, porque podrían volver a la testimonialidad, sacándose de encima la mochila de ser oficialistas; para desde allí sentirse con aires de superioridad moral o intelectual: no ser parte de un proyecto político que gobierna te proporciona la inmensa libertad de cuestionar todo desde otro lugar, y hasta ganar -en teoría- todas las discusiones.
A no engañarse: asumir tal actitud, dando por sentado el resultado adverso irreversible, sin hacer nada útil para el momento, renunciando de antemano a "seguir bancando" -que de cara a una elección, es militar para conseguir votos- es en esta encrucijada jugar en contra.
Sin embargo los diez años del kirchnerismo -para nosotros, sin dudas, una década ganada- les harán más difícil jugar ese rol, porque hay cosas que ya no podrán sentarse a reclamar con el dedito en alto: una nueva ley de educación, la reforma del Banco Central, la liquidación de las AFJP, retomar el control del Estado sobre YPF y Aerolíneas, la derogación de las leyes de la impunidad y la continuación de los juicios por la memoria, la verdad y la justicia, la reactivación de las paritarias y del Consejo del Salario, la aprobación de una nueva ley de medios, la asignación universal por hijo, la ruptura con el FMI o el abandono de la política exterior de las relaciones carnales.
Tampoco será sencillo ni creíble que muchos que apoyaron al kirchnerismo vuelvan a rendirse a los cantos de sirena de los eternos "forjadores de lo nuevo", que vienen prometiendo el surgimiento de una fuerza popular, nacional, progresista, democrática y superadora desde hace más de 20 años; pero a la hora de los bifes (ése dilema en el que el kirchnerismo los puso varias veces en todos estos años) terminan jugando para la conservación del status quo, por acción u omisión. Status quo que es la verdadera definición del "país normal" que añoran, y al que auténticamente nuestro proyecto político colectivo -que hoy gobierna- confronta.
Porque así como estamos viendo menemismos de segunda generación (disimulados bajo el rótulo del post kirchnerismo), también nos quieren vender versiones remixadas de la Alianza, con el argumento de que hay que frenar a un peronismo que vuelve a virar a la derecha.
Y si algo nos enseñaron estos diez años -de los más intensos de la historia política argentina- es la falsedad de ese dilema.
Centrando el análisis en Santa Fe, resulta evidente que no es lo mismo obtener 4, 3 o 2 diputados nacionales de la lista que definió Cristina. No se puede desentender uno de esto con inocencia. Apartarse en esta circunstancia es ponerse en el otro lado.
A esa "normalidad" del país añorado, del resultado anticipado como irreversible, del acomodamiento a la nueva realidad sentenciada de antemano de un kirchnerismo debilitado por el resultado electoral y el fin del mandato sin reelección -donde algunas formas de autocrítica anticipada funcionan también como táctica de acomodamiento- es a lo que nos interpela Cristina a los kirchneristas santafesinos; cuando habla de la falsedad de los gobernantes socialistas y de las omisiones de los que se dicen propios.
A no engañarse, los vientos que corren de diálogo y consenso para concretar acuerdos de subsistencia, son las actitudes a las que se refiere Cristina. Si de profundizar el análisis se trata, el resultado adverso habría que buscarlo más en éste abandono propio que en los aciertos -inexistentes si se los coteja seriamente con la realidad- de los socialistas y radicales en el gobierno de Santa Fe.
Porque así como estamos viendo menemismos de segunda generación (disimulados bajo el rótulo del post kirchnerismo), también nos quieren vender versiones remixadas de la Alianza, con el argumento de que hay que frenar a un peronismo que vuelve a virar a la derecha.
Y si algo nos enseñaron estos diez años -de los más intensos de la historia política argentina- es la falsedad de ese dilema.
Centrando el análisis en Santa Fe, resulta evidente que no es lo mismo obtener 4, 3 o 2 diputados nacionales de la lista que definió Cristina. No se puede desentender uno de esto con inocencia. Apartarse en esta circunstancia es ponerse en el otro lado.
A esa "normalidad" del país añorado, del resultado anticipado como irreversible, del acomodamiento a la nueva realidad sentenciada de antemano de un kirchnerismo debilitado por el resultado electoral y el fin del mandato sin reelección -donde algunas formas de autocrítica anticipada funcionan también como táctica de acomodamiento- es a lo que nos interpela Cristina a los kirchneristas santafesinos; cuando habla de la falsedad de los gobernantes socialistas y de las omisiones de los que se dicen propios.
A no engañarse, los vientos que corren de diálogo y consenso para concretar acuerdos de subsistencia, son las actitudes a las que se refiere Cristina. Si de profundizar el análisis se trata, el resultado adverso habría que buscarlo más en éste abandono propio que en los aciertos -inexistentes si se los coteja seriamente con la realidad- de los socialistas y radicales en el gobierno de Santa Fe.
Está bien que ahora se vea a las que siempre fueron unas ratas porque abandonan el barco, pero hubo resultados adversos mucho antes.
ResponderEliminarEl Chivo sacó 9% en el 2009.
Yo creo que el resultado adverso del peronismo hay que buscarlo en los votos que se fueron al midachi.
Con una pequeña diferencia: el Chivo sacó el 9 % en el 2009, por no abandonar el barco
ResponderEliminarEntonces en este párrafo, donde Ud. dice:
ResponderEliminarSi de profundizar el análisis se trata, el resultado adverso habría que buscarlo más en éste abandono propio que en los aciertos -inexistentes si se los coteja seriamente con la realidad- de los socialistas y radicales en el gobierno de Santa Fe.
Viendo que en 2009 cuando aún no había abandono del barco, como ud. indica en su comentario anterior, y que ya había sacado un 9% se puede deducir que el resultado adverso no es sólo por el abandono propio.
De lo que se deduce que el resultado adverso se debe a otras causas.
Licenciado. ¿No piensa decir nada Ud. de los amiguitos de PyT que esconden de manera vergonzante el logo "de la década ganada" del FPV?. ¿Y que la obeidista Silvina Frana con tal de entrar en el Concejo admita que se oculte a su jefe?
ResponderEliminarAnónimo de las 15.45: relea el post, cuando se habla de abandono propio se refiere a la actitud de no bancar al gobierno y a Cristina ante los embates del socialismo, y no a pegar ahora el garrochazo, son dos cosas distintas.
ResponderEliminarY nada sugiere en él que los resultados avdersos sean monocausales.
Siguiente anónimo: salvo el caso de "Cachi" Martínez no hay en el post referencias personales, porque las críticas son políticas y no personales. Al que le toque el sayo que se lo ponga.