Hay un clima espeso por estos días en ciertos ambientes, más incluso que lo habitual en diciembre en los últimos años.
Sobre todo en el microclima de la política (o los politizados) y sus aledaños, con epicentro en las redes sociales.
Es como una mezcla de percepciones con deseos (en algunos casos, inocultables) de que todo lo que estaría a punto de pudrirse finalmente se pudra, y todo vuele por los aires.
No tanto en la gente común, que uno se puede cruzar a diario en la calle, en el súper, en el cajero, en el trabajo; que parece estar en otra cosa, o tiene sus propios problemas.
Está más con la cabeza puesta en la diaria, en la inflación, las fiestas y el que puede, en las vacaciones próximas o algún viajecito.
Pero en ese microcolima juegan fuerte cosas como las de Córdoba, a punto tal que terminan perdiendo la noción de como fueron las cosas: el lumpenaje (y no tanto) que salió a robar a mansalva, lo hizo porque tenía la certeza de que no había policía.
Por supuesto que ese tipo de hechos generan un efecto espejo, y la tentación de la imitación; que va desde las demás policías provinciales, que ven una oportunidad de oro para presionar por mejoras salariales y otras cuestiones, hasta los que tantean saqueos en pequeña escala a ver que respuesta hay.
Un caldo de cultivo potencial para que la cosa se desmadre, si no tiene la cabeza lo suficientemente fría (todos: los que gobiernan, los ciudadanos comunes) como para distinguir los hechos ciertos, de las operaciones que están -como es habitual en estos casos- a la orden del día.
Son tiempos de los bananas que tienen la posta de saqueos que estarían ocurriendo a toda hora, en distintos puntos del país, y luego nadie corrobora.
Lo que por supuesto servirá para que digan que los medios los ocultan, por complicidad con el gobierno; o para no generar pánico y alarma.
Problemas reales hay, y muchos; como también gente necesitada o desesperada.
Pero también hay vivillos que especulan y medran (en todo sentido) con estos microclimas que tienden a expandirse y retroalimentarse.
Y tipos que tienen mucha impaciencia porque el gobierno se termine ya, porque la situación se termine decantando rápido y mal.
No se trata de agitar simplemente el fantasma del golpe (hacerlo todo el tiempo en un punto también contribuye a agrandar ese microclima), sino de entender mejor el contexto.
No olvidemos que pasaron los cacerolazos (a los que se atribuyó un efecto catalizador de grandes cambios, que luego no se dieron) y las elecciones, a las que se interpretó como una suerte de revocatoria del mandato de Cristina; carácter que no tenían antes y no pudieron adquirir después, sobre todo cuando los resultados se analizaron fríamente en términos de gobernabilidad.
Y hay gente que no termina de digerir eso, y no se banca más al kirchnerismo, en cualquiera de sus formas: el modo en que ya están pegándole a Capitanich demuestra que la famosa cuestión del estilo comunicacional era un atajo; y el hecho de que Cristina haya mermado sus apariciones tampoco ayuda.
Son momentos para tener la cabeza muy fría para caminar por el borde de la navaja, evitando caer en los extremos: ni un conspiracionismo paranoico que vea una amenaza de golpe detrás de cada conflicto (aunque algunos tengan más potencial desestabilizador que otros, como las protestas policiales), ni una mirada indulgente que relativice los riesgos que ciertas situaciones suponen.
Y sobre todo tratar de no prestarse al juego de los que quieren aprovechar el caldo de cultivo.
Y sobre todo tratar de no prestarse al juego de los que quieren aprovechar el caldo de cultivo.
De acuerdo cien por ciento. Abrazo
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