La metáfora es conocida, y corresponde a tiempos aciagos: le corresponde a Pugliese en los estertores del gobierno de Alfonsín; cuando apelaba infructuosamente a un compromiso de los empresarios con las instituciones, en una economía que estallaba en pedazos.
Y viene a cuento del discurso de ayer de Axel Kicillof en la UIA (ver acá y acá), en el que instó a los empresarios a no comprar los espejitos de colores del neoliberalismo; invertir y no apostar a ganar competitividad sobre la base de una devaluación, la inflación y el recorte de salarios.
En éste último caso señaló algo que es objetivamente constatable: trabajadores bien pagos crean demanda agregada y un poderoso mercado interno, que ha sido el gran responsable del crecimiento de los últimos años; y de las abultadas ganancias que reflejan muchos balances empresarios.
Al final el ministro no era tan marxista como decía -preocupado- Pagni: desde su apelación a la racionalidad instrumental de los empresarios hasta la defensa del salario y el consumo como los motores de la economía, pasando por la creencia de que puede existir algo parecido a una burguesía nacional que debe aliarse con el Estado y ser apoyada por él, el discurso sonó en el más tradicional registro del peronismo.
Fue el propio Perón (en aquel recordado discurso de la Bolsa de Comercio, tan zarandeado desde la izquierda) el que invitaba a los empresarios a ceder algunos anillos, para no terminar perdiendo los dedos.
Alegorías aparte sobre la evolución del conflicto social, el discurso de Kicillof pone el acento en uno de los grandes problemas de la Argentina post peronista: nunca terminó de cuajar en el país la conformación de una burguesía nacional con auténtica vocación empresaria (no puramente rentística), que alinee sus objetivos de clase con los del crecimiento del país.
Siempre el Estado (cuando lo asumió como objetivo político, que no fue siempre) tuvo que asumir ese rol, en el desarrollo de la industria de base, en la protección de la industria incipiente o en el diseño de una política de desarrollo integrado; con quiebres, incoherencias y largos períodos de abandono del esfuerzo, justamente en nombre de las teorías económicas que ayer desacreditó el ministro.
Teorías que sorprendentemente (y tal como lo señaló Kicillof) fueron compradas por un empresariado que no advertía que lo llevaban -más tarde o más temprano- a su propia desaparición.
No fueron todos los empresarios, pero sí los más importantes y -sobre todo- los que conducen las gremiales más poderosas del sector, la propia UIA entre ellas.
Incluso cuando algún sector (ahora y antes) intenta un acercamiento con el Estado en términos políticos -cuando desde algún gobierno se promueven políticas que los favorecen, como ahora- terminan prevaleciendo anteojeras ideológicas; y en los últimos tiempos, el peso de los intereses vinculados al capital extranjero y con posibilidades de acceso a los mercados externos para colocar su producción.
De allí que los señalamientos de Kicillof caen en el terreno minado de una estructura empresarial concentrada y extranjerizada; cuyos dirigentes comparten en buena medida la misma cosmovisión política y económica de la Mesa de Enlace, o la AEA; a las cuáles muchos pertenecen o están vinculados por negocios.
Que el salto de calidad de la estructura productiva argentina depende sustancialmente de los factores ayer señalados por el ministro (inversión, desarrollo científico y tecnológico, mercado interno sostenido por buenos salarios) es algo tan sabido como que su auditorio en buena medida no lo entiende así, porque en muchos casos (los hay que están a salvo de todo cataclismo económico, y por eso los provocan) tiende a contestar con el corazón (entiéndase por tal las anteojeras ideológicas de un discurso que compraron), más que con el bolsillo (entendido acá como la racionalidad instrumental a largo plazo).
El famoso crack que cada tanto promueven (mezcla de devaluación e inflación) ciertos sectores del empresariado -y esto es historia comprobada- no beneficia a todos por igual, además de que perjudica objetivamente al conjunto mayoritario de la población.
Y de ese modo -más temprano que tarde- se terminan perjudicando ellos mismos, matando a la gallina de los huevos de oro; como tantas veces se vio en el pasado.
A nadie le gusta que le cuenten las costillas y pretendan manejarle el negocio. Y esa es la postura de kicilof.
ResponderEliminarAsi que te van a aplaudir, pero no van a invertir gran cosa hasta que pase el temporal
Un poco de sinceridad, marianito, que no muerde.
ResponderEliminarA nadie pretenden "manejarle el negocio", se les dice que traten de no ser tan boludos, bestias, ciegos, etc.
No es lo mismo que tu coartada pedorra del "manejo".
Tractor:
ResponderEliminarQue seas obsecuente empleado de los rentistas cerealeros,no te da conocimiento del negocio industrial.
Mira la facturaciòn del sector industrial 2003/2013. Lee un poco.
Y màs cerca tuyo, mirà la producciòn y venta -en el mismo perìodo- de las fàbricas de maquinaria agrìcola.
Si ese crecimiento exponencial es contarte las costillas, en cualquier lugar del mundo, se sacarìan las costillas afuera para que se las cuenten.
Pero los brutos, son brutos, por màs que tengan grande la billetera.
Tus comentarios me hacen acordar a Mirta Legrand.Hablemos sin saber.
El Colo.
Entonces estamos fenomenos, hay inversión, y las reuniones como las de Capitanich son al pedo porque todos los industriales estan ansiosos de seguir inviertiendo.
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