Es la madrugada, estoy en mi cama
tapado y con la cabeza debajo de la almohada. Anoche, durante la cena, se
metieron en casa. Eran más de una docena. Revisaron por todos lados y a mis
viejos los llevaron al patio. Me tiraron al piso del living, uno se arrodilló y me puso un
revolver en la frente, otro me pisó la cabeza con un borceguí y otro me pisó la
espalda. Escuché de lejos la voz de mi padre, para quien resultaba
incomprensible todo lo que estaba pasando. No encontraron nada y se fueron. Mi
papá me pidió que me acostara y me quedara tranquilo, dijo que él iría al día
siguiente a la Jefatura de Policía a averiguar. Cuando ellos se acostaron, me
subí al techo y ví un auto estacionado a unos metros de casa con dos personas
adentro. La suerte estaba echada.
No puedo pegar un ojo y hace
mucho frío. ¿Qué hacer? A las 7 se acerca mi padre a mi cama y me dice:”Levantate
y andá a la escuela, todo va a estar bien. Al mediodía conversamos”. No sé si
lo es, pero para mí es el día más frío del año. El auto ya no estaba en la calle.
Camino hacia la parada del ómnibus y miro para atrás de vez en cuando. Nadie me
sigue, creo. Decido hacer lo que mi padre me indicó. Entro a la escuela y
antes que termine la primera hora viene el preceptor y me dice:”Bajá que te
llama la Directora”. La escuela tiene dos salidas, bajo y tanteo la de los
alumnos y estaba cerrada con llave. Voy a la Dirección –que está al lado de la
otra puerta a la calle- y un hombre amablemente me indica que entre a hablar
con “Betty”. Ella me recibe con una sonrisa y me dice:”Quédate tranquilo, unas personas te van a conducir para hacerte unas preguntas” En eso desde atrás
alguien me toma de los brazos, otro me coloca una capucha y luego unas esposas.
Me sacan presurosos, en la puerta había un auto estacionado, me meten en el
piso de atrás, poniendo estas dos personas sus pies sobre mi espalda y cabeza.
Así empieza una etapa que durará quince meses. Hace frío santafesino, pero mucho
frío. En estos días estoy conociendo el verdadero frío, el hambre, la picana, el submarino,
el hacerme encima…y lo que es pensar que voy a morir en pocos segundos o
minutos. En este momento no pienso en mí. Tengo quince años y creo haber vivido
todo y haber sido feliz en muchos momentos. No me importa morir y no sé por qué. Quizá porque ya había
pensado que podía pasar y lo tenía asumido. Son tiempos en que pintar una pared, hacer una pegatina o una volanteada se cambian por la vida y se asume o se deja. Sí me preocupan mis padres, espero no sufran. Son lo más importante para mí. No sé si es de noche o de día, ni cuánto tiempo hace que estoy tirado arriba de unos escombros, en una pieza de una planta alta, que creo es la Jefatura de Policía, pero después me entero que es la Seccional Primera. Estoy en cuero y siento el frío caño de un arma que es larga,
porque el que dice me va a matar está parado y apretándome la cabeza con su
píe. Escucho una radio prendida pero lejana, como a dos o tres habitaciones. Me dice que mis amigos y mi familia ya están muertos. Tengo capucha pero igual cierro los ojos. Apretó los puños y la esposa se
me cierra más. Ese caño recorre mi espalda en un vaivén insoportable y le
digo:¡Qué, qué! La respuesta fue una carcajada, la más indignante para mí. Me
siento un boludo. Al rato creo estar solo y empiezo a llorar, pero una voz me
dice:”no seas maricón, los hombres no lloran”. Hoy le diría: los chicos sí y
los hombres
también.
también.
dueños de la vida
ResponderEliminarMemoria y justicia. Un abrazo, compañero y amigo.
ResponderEliminarLos que pasamos ese tipo de historias, tenemos en la memoria cada momento. No olvidamos
ResponderEliminarY esa Betty, entregadora,malparida,después de su tarea de colaboración,sabiendo que algunos volverían y otros no ¿podría dormir?
ResponderEliminarNos cuenta el autor que esa persona era una docente muy conocida en la época, que él la odió por años y luego la perdonó con el beneficio de la duda a su favor, pero nunca olvidó su sonrisa durante la situación. Hoy ya está fallecida.
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