El proceso electoral brasileño pasó casi desapercibido en el debate político argentino, casi como si sus resultados no influyesen en nuestra realidad; o si se tratara de algún país lejano y de pequeño tamaño, cuyas oscilaciones políticas no pueden influirnos.
Sin embargo el tamaño del ejemplo impide ignorarlo, o no intentar trazar -con sentido de didáctica política- las semejanzas y diferencias con lo que pasa acá; evitando los mecanicismos del caso.
Es probable que las elecciones brasileñas no hayan adquirido relevancia para buena parte de nuestra dirigencia política porque armó su discurso sobre la base de consumir por años ciertos mitos sobre lo que efectivamente pasa en Brasil; y que el proceso electoral aun no concluido vino -por lo menos- a poner en entredicho.
Uno de ellos sin duda ha sido el de la "pax" que reinaría en tierras cariocas, por contraposición con nuestro permanente "clima de crispación"; de resultas de lo cual las elecciones en Brasil son secundarias porque existirían ciertos consensos básicos en el sistema político (las famosas "políticas de Estado) que sobrevivirían a eventuales cambios de signo político del gobierno.
De allí que muchos se sorprendieran acá por las protestas ciudadanas en tiempos del mundial, para acto seguido explicarlas en diferentes claves ridículas; el ejemplo de los troscos de Prensa Obrera y su tapa "Mundial quenchi" fue el más ridículo, pero lejos estuvo de ser el único.
Quizás muchos no lo hayan notado, pero así como las protestas en las grandes ciudades durante el mundial estuvieron vinculadas a demandas de "segunda generación" (por ejemplo la calidad y accesibilidad de los servicios públicos), buena parte de los debates de campaña giraron en torno a temas que nos suenan familiares: el rol de Petrobras y como orientar su gestión, la autonomía del Banco Central o su alineamiento con la política económica del gobierno, la relación con los Estados Unidos (que atraviesa una etapa de conflictos y tensiones); por citar sólo los más relevantes.
Imaginemos una campaña electoral acá en la que se ponga en el tapete explícitamente la gestión de Galuccio en YPF, como encarar la relación con los EEUU, o el rol que debe jugar el Central en el contexto económico.
Y con menos protagonismo en el debate, pero con más importancia para nosotros, también discurrió el proceso electoral de Brasil sobre el proceso de integración continental (Mercosur, Unasur, Celac), su futuro y la probable apertura del país a otro marco de alianzas (en especial, comerciales) en el futuro: es allí donde -al menos por razones bien concretas- debería posar su mirada en el caso brasileño, nuestra clase dirigente.
Buena parte de la cual alimentó por años el mito del Brasil "ejemplo a seguir", el país del "investment grade" que captaba inversiones masivas por su clima amigable para los negocios; que sin embargo jamás aceptó la jurisdicción del CIADI, o se cuidó muy bien de no firmar tratados bilaterales de inversión potencialmente lesivos para su propio desarrollo económico.
Y mientras aquí nos venden el mito de la disociación entre la política y la economía como si fueran compartimentos estancos, allá los "mercados" participaban activamente de la campaña "votando" por anticipado con alzas o bajas de la Bolsa de San Pablo, al calor de los números de las encuestas; y hasta los grandes bancos se apresuraron a aconsejar a sus clientes sacar sus inversiones del país, si Dilma era reelecta.
Lo cual demuestra -una vez más, por si hiciera falta- que son los populismos las verdaderas "bestias negras" a las que teme el establishment, en toda América Latina: si sus programas políticos suelen sonar más moderados que el tremendismo de la izquierda tradicional (tanto que ni siquiera plantean salirse de los marcos del capitalismo), poseen la base social y electoral concreta para -al menos- ponerlos en marcha; y amenazar de forma concreta sus intereses.
Esto explica que el poder económico concentrado no vacile en apelar a lo que -en otras circunstancias o contexto- podría entenderse como una alianza contra natura, con una "centroizquierda responsable" al estilo de las europeas, capaz de asumir con pragmatismo las principales demandas de ese poder concentrado; con tal de llegar al gobierno. El acceso al poder es otra cosa, por supuesto; y no forma parte de la agenda de esa supuesta "centroizquierda" (el que quiera ver alguna coincidencia con el FAUNEN acá, no estará muy errado).
Y también explica (en una lección perfectamente trasladable al caso argentino) el fracaso estrepitoso de la izquierda para captar el descontento de determinados sectores con el populismo (en el caso brasileño, encarnado en el PT): del mismo modo que la derecha visualiza con claridad que sus mayores amenazas provienen de lo que denominan populismos, cuando estos afrontan crisis en el gobierno (sean generadas por sus propias limitaciones, sean consecuencia de la sofisticación de las demandas sociales cuando las más urgentes las han resuelto), la salida concreta disponible es siempre por derecha; y el caso brasileño (de final incierto en el balotaje como bien apunta acá Artemio) no hace sino confirmar la regla.
El experimento Marina Silva puso además en el tapete el modo desembozado en el que los grandes conglomerados de medios (parte inescindible del entramado del poder económico, acá, en Brasil y en cualquier lugar del mundo) operan en política para influir no ya sobre las opciones de los votantes -que lo hacen, sin dudas-, sino sobre el propio sistema de partidos; condicionando o instalando candidatos, definiendo agendas, articulando alianzas.
No olvidemos que también fue parte importante del debate electoral brasileño la propuesta del PT de regular a los grandes conglomerados de medios tal como aquí se propuso con la LSCA, y por las mismas razones: no tanto por el legítimo intento de democratizar la comunicación audiovisual, como por una respuesta defensiva del sistema político ante el avance de las corporaciones mediáticas.
Los sectores populares rescatados de la pobreza e incorporados al mercado de consumo por los gobiernos del PT fueron la base electoral fundamental de Dilma (y aquí aparece otra semejanza con el caso argentino); y su comportamiento electoral marca claramente cuáles deberían ser las prioridades del programa de gobierno si fuera reelecta; sin perjuicio de que hay demandas más "sofisticadas" de los que han resuelto antes los problemas más agudos (empleo, salario, alimentación) que reclaman atención.
El rol de Lula -involucrándose personalmente en la campaña en los tramos decisivos- resultó imprescindible para que las cosas no fueran aun peores para el PT, en un escenario de dificultades económicas; pero reactualiza el debate sobre los liderazgos carismáticos en los populismos, su capacidad de transferencia del voto y los límites de ese modo de construcción política; sin que esto implique un juicio de valor, sino una simple y pura constatación.
Que por supuesto aplica como pocas al caso argentino, y los interrogantes que encierra el proceso electoral que afrontaremos nosotros el año que viene.
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