lunes, 2 de febrero de 2015

EL KIRCHNERISMO Y EL DILEMA DEL PODER


La cuestión del poder es, sin dudas, el dilema por excelencia de la teoría política: donde se encuentra, quien lo tiene, como circula, como se distribuye, como se crea, como se lo controla.

Y sin embargo es el gran ausente del debate político argentino; como resultante de la subsistencia de las ideas que se impusieron en los años 90' en el campo de las ciencias políticas, y se proyectaron hacia la política activa: el acento puesto en las puras formas institucionales, la imposición de límites y zonas vedadas a la acción política; en modo consistente con el despliegue de la globalización neoliberal, y la instauración del "pensamiento único".   

Discutir el poder y sobre el poder suele ser desechado en el debate público, al igual que se rechaza la idea del conflicto como dinamizador de la política (ver al respecto ésta columna de Natanson en Página 12 de ayer) o consecuencia natural de su despliegue; en aras a un supuesto equilibrio ideal o perfecto, donde se pueden obtener los mayores beneficios, sin pagar costos asociados, o sin enfrentar resistencias.

No es casual que ambos aspectos (conflicto y poder) sean excluidos ex profeso del debate político,  porque el conflicto por excelencia de la política es el del poder; y el escamoteo tiene por objeto disimular que eso es justamente lo que está en disputa; mas que la (aparente) contradicción entre un pragmatismo desprovisto de todo matiz ideológico o conceptual, y la política entendida desde marcos ideológicos de referencia que imponen a su vez límites concretos; porque entre ambas cuestiones no hay -en la política real- fronteras absolutas e insalvables.  

Tomemos por caso el ejemplo de lo que se quiere señalar aquí cuando se dice que el peronismo es "un partido de poder" (por ende de un pragmatismo desprovisto de cualquier contenido ideológico), y el radicalismo un "partido de control" (en consecuencia aferrado a ciertas formas institucionales y marcos ideológicos): esto último no le ha impedido a la UCR en los últimos tiempos articular con pragmatismo acuerdos en su momento impensados, sea para llegar al gobierno (como con el FREPASO en la Alianza), sea para presentar una oferta electoral mínimamente competitiva, en los últimos turnos presidenciales (con Lavagna en el 2007, con González Fraga y De Narváez en 2011).

Pero se dijo que no hay fronteras nítidas entre el puro pragmatismo y las definiciones ideológicas en políticas, y los esfuerzos actuales de buena parte de la dirigencia radical para confluir en una alianza con Macri son la mejor demostración: no son más que el reconocimiento de la idea o modelo de país con el que concuerdan los votantes que aun le quedan al radicalismo, que no tiene grandes diferencias con el que encarna el PRO, hacia donde fugaron ya muchos de ellos, hace tiempo.

Es un error suponer que la oposición política al kirchnerismo desconoce estos asuntos del poder (quien lo tiene, donde se encuentra, como se distribuye), o que sigue pensando que el poder está exclusivamente depositado en las instituciones políticas; aun cuando sus posturas en el debate público parecieran indicar lo contrario.

Por el contrario, es el conocimiento preciso de los niveles de poder que concentran otros actores no institucionales (como los medios, o los grandes grupos económicos) lo que los lleva a sobreactuar su condescencia con ellos, en búsqueda de ampliar la base de sustentación de una hipotética gobernabilidad futura.

La conducta recurrente de la oposición en todos estos años no debe achacarse entonces a un juicio erróneo sobre la cuestión del poder, sino a una ostensible falta de voluntad por disputarlo, por fuera de la pura competencia electoral; y en su caso (si le toca gobernar) una correlativa falta de voluntad por ejercerlo en plenitud: allí está la raíz de la caída del gobierno de De La Rúa, que explica mejor que nada el fallido empeño por sostener -contra toda evidencia de la realidad- un modelo económico agotado; que terminó implosionando llevándose puesto al gobierno.. 

Voluntad de disputar el poder y defender el que se ha alcanzado es, justamente, lo que ha caracterizado al kirchnerismo desde el 25 de mayo del 2003; aun con errores tanto en la gestión de gobierno, como en la propia construcción política.

Y es por esa voluntad/decisión de sostener esa pelea por el poder, que reacciona siempre igual ante lo que percibe como amenazas concretas a ese poder: así pasó cuando la emprendió contra el aparato duhaldista en la provincia de Buenos Aires, o cuando la alianza con Moyano entró en crisis a partir de lo que era un indisimulado planteo de compartir el liderazgo del proyecto político.

El propio conflicto con las patronales agrarias viró de un reclamo sectorial por una medida concreta de gobierno, a una puja abierta por el poder con implicancias institucionales: recordar los discursos exaltados de algunos "piqueteros de la abundancia", y los sueños húmedos de Grondona y Biolcatti a partir del "voto no positivo" de cobos.


En la disputa con Clarín ocurrió otro tanto: tras una luna de miel que incluyó concesiones (como la fusión de los cables) se pasó al conflicto abierto cuando tanto Néstor como Cristina advirtieron que el Grupo planteaba un desafío abierto al poder político; primero intentando vetar la candidatura de Cristina en el 2007, y luego brindándole su plataforma de medios al alzamiento agrogarca. En ese contexto se parió la ley de medios; más una respuesta de afirmación de la autonomía del poder político ante las presiones corporativas, que una discusión por la democratización de la palabra.

Por esa decisión de plantarse en el centro del ring y sostener la pelea por el poder es que el kirchnerismo permanece y prevalece hace 12 años en la política nacional; casi sin disfrutar de períodos de paz o calma, aun tras sus abultados triunfos electorales del 2007 y 2011. Lo que demuestra a su vez que lo electoral -con todo y su importancia- es apenas un capítulo de la lucha por el poder político. 

En ese contexto hay que leer la pelea actual por reformular el aparato de inteligencia, que se sobreimprime a otros conflictos que el kirchnerismo sigue afrontando (con el sistema de medios hegemónico, con buena parte del poder judicial, con lo peor del capitalismo financiero internacional), para sostenerse en el poder.

Sosteniendo además en el empeño la legitimidad democrática y el respeto por el pronunciamiento de la soberanía popular, amenazados ambos por operaciones de neto corte desestabilizador. Valores que obviamente exceden largamente a un gobierno concreto o a un proyecto político puntual, para convertirse en activos del conjunto del sistema. 

Lo que no es poco, y demostraría que -así como Néstor Kirchner decía en su momento "los verdaderos progresistas somos nosotros", defendiendo logros concretos de su gobierno y el de Cristina- es el kirchnerismo quien está asumiendo en su plenitud el compromiso democrático; frente a una oposición que se embandera con un discurso republicano, pero se niega a los debates en el Congreso, o a cubrir las vacantes en la Corte Suprema.

Y que frente al hecho comprobado de que Cristina no responde al molde del "pato rengo" hacia el final de un mandato sin posibilidad de competir por otra reelección, le exige que se comporte como tal; y abdique (en términos prácticos) de la cuarta parte del mandato que le confirieron las urnas con el 54 % en el 2011. 

2 comentarios:

  1. Muy bueno, son los análisis que hay que hacer.

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  2. Hola, gracias por un artículo para pensar un poco…

    La idea del equilibrio como una suerte de Nirvana está muy arraigada en el imaginario colectivo; supongo que por eso “prenden” las campañas en favor de alcanzar ese Nirvana. Sin embargo, el equilibrio sería lo peor que nos podría pasar: es el estado de máxima inmovilidad.


    «No es casual que ambos aspectos (conflicto y poder) sean excluidos ex profeso del debate político, porque el conflicto por excelencia de la política es el del poder; y el escamoteo tiene por objeto disimular que eso es justamente lo que está en disputa; mas que la (aparente) contradicción entre un pragmatismo desprovisto de todo matiz ideológico o conceptual, y la política entendida desde marcos ideológicos de referencia que imponen a su vez límites concretos; porque entre ambas cuestiones no hay -en la política real- fronteras absolutas e insalvables».

    No sólo no hay fronteras definidas entre ideología y pragmatismo: no es posible separar ambos en el ejercicio del poder, son parte sustancial del mismo.


    «La conducta recurrente de la oposición en todos estos años no debe achacarse entonces a un juicio erróneo sobre la cuestión del poder, sino a una ostensible falta de voluntad por disputarlo, por fuera de la pura competencia electoral; y en su caso (si le toca gobernar) una correlativa falta de voluntad por ejercerlo en plenitud: allí está la raíz de la caída del gobierno de De La Rúa, que explica mejor que nada el fallido empeño por sostener -contra toda evidencia de la realidad- un modelo económico agotado; que terminó implosionando llevándose puesto al gobierno»

    Sí. La oposición me deja, continuamente, la sensación de que su horizonte es el día de las elecciones, que toda su construcción de poder político tiene como único objetivo tener muchos votos. Por eso tantas alianzas que van y vienen y tantos saltos en garrocha.


    «Y es por esa voluntad/decisión de sostener esa pelea por el poder, que reacciona siempre igual ante lo que percibe como amenazas concretas a ese poder: así pasó cuando la emprendió contra el aparato duhaldista en la provincia de Buenos Aires, o cuando la alianza con Moyano entró en crisis a partir de lo que era un indisimulado planteo de compartir el liderazgo del proyecto político».
    Este párrafo me dio una forma diferente de ver las cosas. ¿Se trata de reacciones ante las amenazas al poder propio? En una primera reflexión me digo que, ante una amenaza, siempre hay dos o más formas de responder. El FPV siempre eligió responder en una línea determinada (ideología), con vaivenes, claro está (pragmatismo). Menem no hubiera respondido de igual forma, y, sin embargo, tuvo tanta vocación por el poder que Néstor y Cristina. De hecho, no respondió de igual forma.
    (Seguiré pensando en este párrafo.)

    Me parece que esta vocación por el poder está en los huesos del peronismo y es la gran ausente de otras fuerzas políticas, que, como dicen ustedes, “se embandera con un discurso republicano”, embanderamiento que puede dar algún resultado electoral pero no tiene valor si ganan elecciones: si se trata de una república donde no hay conflictos de poder entonces no es una república, y si se trata de una república con conflictos de poder, ¿cómo los resolverán?

    Abrazos,
    Esther


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