martes, 24 de marzo de 2015

A 39 AÑOS, UNA EVOCACIÓN CON CLAROSCUROS EN TIEMPO PRESENTE


Cada aniversario del golpe del 76' supone necesariamente un ejercicio de memoria sobre aquel día nefasto, tanto como su proyección al tiempo presente, para iluminar la reflexión de actualidad con la luz de la perspectiva histórica.

Y más allá de la evocación que se reitera días tras día, año tras año -necesariamente cruzada por el dolor de los que ya no están- en este aniversario en particular y por los hechos de la rigurosa actualidad. el balance arroja contrastes.

Porque mientras hay 563 genocidas condenados y continúan los juicios a lo largo y a lo ancho del país (venciendo todo tipo de obstáculos a su paso, con la obstinación de los que claman memoria, verdad y justicia), sectores del "partido judicial" se revelan en toda su magnitud como la quinta columna implantada por los asesinos en su retirada, para salvaguardar sus intereses.

Y en ese rol, activan los mecanismos de defensa de los gestores de la matanza; y acentúan las resistencias para siquiera procesar a los autores civiles del golpe: Mitre, Noble, Magnetto, Blaquier, Massot y hasta los periodistas de "7 Días" que fraguaban reportajes a "guerrilleros arrepentidos" siguen impunes, sorteando todos los intentos para que paguen sus culpas.

Mientras se encara la reforma más profunda de nuestra larga transición democrática en los servicios de inteligencia (uno de los bolsones más perniciosos de supervivencia de lo que representó la dictadura), los ejemplos de policías bravas, dispuestas a la tortura y hasta la muerte de personas por su condición o origen social se suceden; y periódicamente se alzan sediciosas esas mismas fuerzas de seguridad contra los poderes constitucionales, planteando exigencias a punta de pistola; hasta acá mayormente en forma impune.  

Venimos transcurriendo más de una década de innegables avances democráticos (entre ellos, el sostenimiento de los juicios por la verdad, la memoria y la justicia como política de Estado), con una constante y progresiva recuperación de derechos (reconquistados no sin vencer resistencias); al par que podemos constatar la tenaz persistencia de injusticias e inequidades heredadas del orden económico dictatorial, y de las ideas del neoliberalismo que lo fundaran.

Del mismo modo que ha ido creciendo el conocimiento y la conciencia social sobre el horror desplegado por la dictadura y sus implicancias, corremos el peligro de naturalizar como parte de nuestro debate político cotidiano sus ideas económicas y sociales; que siempre encuentran voceros dispuestos a introducirlas de contrabando (o no tanto) en la disputa democrática.

Los actores civiles del golpe siguen vivitos y coleando, no solo apelando a sus influencias y poder actual para eludir sus responsabilidades en la justicia, sino tratando de influir de un modo decisivo en el debate político nacional, orquestando construcciones políticas, pretendiendo imponer al país (más allá de lo que éste elija conforme a las reglas de la democracia) rumbos en los político, lo económico y lo social; que no son sino la ratificación -en sus grandes líneas maestras- del plan que instrumentó la dictadura, con los resultados por todos conocidos y padecidos. 

Aun cuando no dispongan a la mano del actor militar para desequilibrar en su favor el proceso político (ése mismo cuya intervención algunos reclaman abiertamente en Brasil, manifestando en la calle, demostrando que toda América Latina transita un proceso similar), no se desaniman en el intento, y el pasado reciente les da motivos: durante los años del menemato lograron legitimar por las urnas el mismo núcleo duro de ideas de la dictadura, y buena parte del mismo modelo de país al que fueron funcionales los escuadrones de la muerte. 

De modo que volverán a intentarlo (de hecho lo están haciendo, presentándonos a una derecha canchera y de rostro amable, para ocultar las tenebrosas ideas de siempre), sea para intentar recuperar lo que han debido ceder en éstos años, o para defender lo que aun conservan, que no es poco. Y si los dejan, para intentar dar marcha atrás con los juicios, y consagrar definitivamente su impunidad.

Acaso estos claroscuros sean consecuencia de que la democracia es -por definición- algo imperfecto y en constante construcción; cuyos límites nunca vienen dados ni para bien ni para mal, sino dependen de cuanto quiera ensancharlos o contraerlos cada sociedad; y lo que haga para ello.

Y si bien la democracia no se reduce simplemente a la rutina del voto, este año de elecciones -en las que decidimos nada menos que quien nos gobernará los próximos cuatro años- nos brinda una gran oportunidad para celebrarla, zanjando estas contradicciones en un sentido positivo, con la manifestación contundente de la voluntad popular expresando el deseo de la inmensa mayoría de los argentinos de no volver -en ninguna de sus formas políticas, sociales o económicas- a aquel pasado tenebroso que hoy evocamos.

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