Al final nos van a terminar dando la razón a lo dicho acá: no tienen ganas de ganar elecciones, y se sienten cómodos perdiendo, y quedando condenados de por vida a ser opositores.
Porque cuesta encontrarle una explicación lógica a la actitud de buena parte de la oposición que vuelve a quedar expuesta -una vez más, y van- con el caso Cabral: por momentos parecen hámsters empujando la ruedita en un movimiento sin fin, o ratas de laboratorio que no encuentran la salida, y se pierden en el laberinto.
Y repiten una y otra vez el circuito: se plantea la discusión en el ámbito institucional correspondiente (generalmente el Congreso, en éste caso el Consejo de la Magistratura), pierden la votación (como lógico reflejo de la composición de esas instancias, fruto del voto popular), y sacan los pies del plato judicializando todo.
Enseguida salen corriendo a los tribunales a presentar la inefable cautelar (a eso parecen haber quedado limitados: a impedir que el gobierno pueda hacer algo), o peor aun, redoblan la apuesta del papelón.
Como por ejemplo convocar a una marcha en defensa del indefendible Cabral, no escarmentados con los fracasos en cadena acumulados con los cacerolazos, o la marcha de los paraguas por Nisman: un aparente éxito inicial de convocatoria (que en éste caso es hasta dudoso, dado el tenor del personaje), que luego se va desinflando al calor de la inconsistencia del tema, los claroscuros del personaje de turno (la galería de héroes efímeros que han levantado es ya interminable) y la volatilidad política de los sectores sociales que se suelen prender en éstas movidas.
No escarmentados con Nisman -decíamos- parece que se esmeraran en buscar un héroe cada vez más efímero, a fuerza de ser cada vez más impresentable: en éste caso un juez camandulero, vago, con el despacho tapado de expedientes y flojito de papeles para acceder a la subrogancia eterna de un cargo; obtenida exclusivamente por el poder extorsivo del lobby que supo presidir, la tristemente célebre Asociación de Magistrados y Funcionarios del Poder Judicial de la nación.
Tras haber convertido al Consejo de la Magistratura (uno de los engendros que debemos a la reforma constitucional del 94') en una cueva de lauchas republicanas (en su mayoría radicales) que terminó institucionalizando los lobbies corporativos que manejan la justicia, perdieron en su propio terreno; y no encuentran mejor modo de reaccionar que ir a llorar a Comodoro Py diciendo que el kirchnerismo les hace bullying.
Como estrategia electoral, es absurda: cazan no ya en el zoológico, sino en la pecera; porque si en algún momento el cacerolismo expresó cierta orfandad de representación política, ésta fue luego bruscamente acotada por la creciente polarización de las opciones electoralmente viables, y a ese voto (el de los sectores de clase media capaces de marchar pidiendo que Cabral sea repuesto en su cargo) ya lo tienen.
Por no mencionar que en el plano discursivo explicarle estas movidas al hombre común promedio (el famoso "lagente", si querés, con el que se llenan la boca todo el tiempo) necesitarían ríos de tinta o complicadas infografías, para tratar de que se entienda de qué están hablando.
Hablando en plata, nadie (en un sentido metafórico, claro) vota por lo que pasa en el Consejo de la Magistratura, o lo que les ocurre a los jueces subrogantes; con lo que el debate político en campaña vuelve a transcurrir en dos planos absolutamente divergentes (las agendas del gobierno y de la oposición), que parecen destinados a no cruzarse nunca.
Si cuestiones como la corrupción o la inseguridad tienen acotada su influencia electoral (y esto está empíricamente demostrado), no hablemos ya de estos "dilemas republicanos", que desde la oposición y los grandes medios nos suelen presentar como cuestiones de vida o muerte; llamando a gaseosas cruzadas ciudadanas en defensa de no se sabe a ciencia cierta qué. O sí: la mayoría de las veces, de impresentables como Cabral.
La oposición (y los medios que la vertebran, le dan contexto y le editorializan la agenda) afronta desde hace tiempo el grave problema de no poder decir -con todas las letras- lo que harían en el caso de ser gobierno, o peor aun: verse conminados a tener que fingir que están de acuerdo con buena parte de las políticas troncales llevadas adelante por el kirchnerismo durante todos estos años; porque gozan de amplio consenso social. Eso es justamente lo que le viene pasando a Macri, el más firme prospecto opositor para pelear la presidencia.
El kiurchnerismo habla de lo que hace, y lo que hace son 517.000 nuevas jubilaciones, el aumento del Progresar, el despliegue en todo el país del plan Procrear, o la actualización de la AUH.
Y la oposición (incluyendo a parte del poder económico, como la AEA) aparece atrapada en una madeja espesa de jueces, subrogancias y cautelares; y para peor, Cabral se les apareció en el radar cuando ya se habían cerrado las listas.
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