DAÑOS COLATERALES

Todos los cierres de listas traen enojos, resquemores y portazos, así se trate de una vecinal de barrio o de la cooperadora escolar, imaginemos que densidad tendrán si estamos hablando de candidaturas presidenciales. 

Más aun: está pendiente hasta mañana a la noche la integración final de las listas, y es esperable que haya más enojados y disconformes con la parte que les toca, o con el modo en el que se zanjan las diferencias y se definen los lugares. Hasta ahí, nada nuevo.

Sin embargo, la definición de la candidatura presidencial del FPV -y eventualmente de la gobernación bonaerense- y el episodio Randazzo dejan una sensación extraña que se puede palpar en las redes sociales, en los blogs e incluso en el mano a mano con mucha gente común, que apoya al kirchnerismo y en su mayoría está dispuesto a votarlo en agosto y en octubre.

Una sensación que va más allá de la definición concreta y de la elección de Scioli para encabezar la fórmula (sobre lo que por supuesto, nadie puede pretender unanimidad, como no la habría habido tampoco si el elegido hubiera sido Randazzo); y que pasa por sentir que en todo el proceso algo se manejó mal, y se comunicó peor.

Pasamos sin escalas de la apelación pública a darse baños de humildad, a decir que la competencia en las PASO está abierta para todos los que quieran competir, sin bolillas negras para nadie; así como también Randazzo pasó de proclamarse un soldado de Cristina, a destilar su bronca porque no fue finalmente el elegido, y declinar participar en la elección bonaerense, donde podía ser muy útil al proyecto. 

Y esa sensación de que hubo cosas mal manejadas trasciende el intento de reconstruir cada uno como se fueron dando los acontecimientos, tanto los que son de público conocimiento como los que solo los protagonistas directos y principales conocen: a juzgar por los diarios de hoy, pareciera que la reunión entre Cristina y Randazzo hubiera sido en el Monumental, y televisada en directo para todo el país.

No tiene sentido esforzarse a diario por interpretar la realidad desbrozando las operaciones de Clarín o La Nación, para caer en la trampa de tomar postura en el debate interno a partir de las que arman los medios de Spolzky, Gvirtz o Cristóbal López.    

La sensación extraña que deja el cierre de lista parte de constatar que se llegaba a él cómodos, por el desmadre opositor y por el espíritu de derrota que trasuntan: que Cristina es imbatible no lo dijimos nosotros, sino Durán Barba y De Narváez.

Y sin embargo, algo pasó para que termináramos repitiendo lo que parece ser una lógica inevitable de todo el proceso kirchnerista: cuando estamos bajo presión y acorralados resolvemos del modo correcto, y cuando tenemos más espacio, en algún punto la cagamos.

Tomada la decisión más importante por quien tenía que tomarla (Cristina), seguimos metiendo la pata, como si no pudiéramos distinguir lo importante de lo accesorio: desde Randazzo que prolongó sus errores de campaña, con carta y todo; hasta las escenas innecesarias de sciolismo sobreactuado tardío de algunos que lejos de sumar, restan.

Se dijo antes que la definición de las candidaturas no genera unanimidad hacia el interior del espacio, y era utópico pensar que lo hiciera. Pues bien, dada tal circunstancia inevitable, no censuremos el debate para no terminar pareciéndonos al estereotipo que el antikirchnerismo emocional construye de nosotros; pero tampoco agredamos compañeros al pedo, cuando los necesitamos a todos para ganar; o parafraseando a Duhalde: a los que les gusta Scioli, y a los que no.

No comprender con madurez estas cuestiones es una señal preocupante a futuro, porque como se dijo acá, no se puede depositar exclusivamente en los hombros de Zannini ser el guardián de la continuidad del proyecto. 

Respetemos el liderazgo de la conducción y sus decisiones, porque nos da una ventaja comparativa sobre la hoguera de las vanidades opositoras y porque nos ha conducido hasta acá con acierto; pero no les exijamos a todos profesión de fe en la liturgia peronista, cuando el kirchnerismo nunca lo puso como condición sine qua non para sumarse al proyecto.

O en todo caso: si vamos a utilizar "Conducción Política" hagámoslo en serio, y apelemos a la persuasión para convencer, no a la imposición para mandar: si hay alguien que pensaba votar a Randazzo porque aprueba su gestión como ministro no lo echemos diciéndole que se vaya al Frepaso si no entiende como funciona en el peronismo la organización, la conducción y el liderazgo.

Expliquémosle en todo caso que la gestión del ministro fue posible porque Cristina tomó la decisión de darle todo su apoyo y respaldo para que la lleve adelante; y que un triunfo del Frente Para la Victoria en octubre es la mejor garantía de que esas políticas que aprueba, tengan continuidad.

Superemos el enojo -si es que lo hay- que deja el cierre de listas, y démosle a la campaña la mística militante que tiene que tener, y que trasciende a los candidatos circunstanciales; porque tiene que ver con las cosas importantes que están en juego en éstas elecciones.

Comprendiendo que vale tanto el voto del que lo vota a Scioli convencido de que es el mejor candidato y será el mejor presidente, como el del que lo hace porque lo que está enfrente es espantoso.