Cuando en las marchas y los actos se canta “Macri basura, vos sos la dictadura” se tiende a rechazarlo desde el lugar de la corrección política, porque al fin y al cabo y nos guste o no, fue elegido por los votos para ser presidente.
Es la aceptación de nuestra parte de las reglas deL juego democrático, aunque con frecuencia pareciera que no existe correspondencia del otro lado, porque leyeron el triunfo electoral (para más, ajustado) como un cheque en blanco para imponer sus políticas aunque no gocen de consenso social ni entre sus propios votantes, o para llamar a silencio a toda voz disidente que se alce contra ellas.
Por otro lado se presentan y los presentan como “la nueva derecha”, supuestamente diferente de la vieja justamente por su compromiso democrático, distingo que se dificulta cuando se escuchan exabruptos como los de Macri en el reportaje para BuzzFeed. Tanto se dificulta diferenciarlas que la idea misma de una “nueva derecha” parece terminar funcionando como una coartada para desplegar -justamente- políticas de derecha crudas y duras, de la vieja, rancia y siempre igual a sí misma derecha.
La expresión “nueva derecha” funcionaría así al estilo de la habitual coartada del amigo judío que dispensa el antisemitismo, algo así como “¿cómo voy a ser yo la dictadura si me eligieron y acepto las reglas de juego de la democracia, y en lugar de picanas uso globos?”. Siempre que se logre que admitan que son de derecha (en un país donde sobra la gente de derecha, pero faltan los que lo asuman), parece que quien lo dice con solo agregar el aditamento de “nueva” queda habilitado para replicar sin complejos las políticas económicas y sociales que aplicaron las dictaduras de la “vieja derecha”, con los mismos o parecidos resultados.
Pero además está lo otro, lo más oscuro y espeso que tiene que ver con la verdadera adhesión a la democracia como concepto en general, y en el caso argentino, con la posición que se asume frente a las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura y sus secuelas posteriores; y es ahí donde las semejanzas (como las que trasuntan las palabras de Macri en el reportaje) entre lo viejo y lo presuntamente nuevo causan escalofríos.
Tanto que no se oía hablar de “guerra sucia” para caracterizar al terrorismo de Estado desde los editoriales de Reneé Sallas en “Gente” en la propia dictadura, cuando de “guerra sucia” hablaban Videla, Massera, Camps o Echecolatz. No es la primera patinada de Macri en esa línea: cada vez que algún periodista (extranjero casi siempre) tuvo la ocasión de preguntarle por la situación de Milagro Sala, su respuesta fue -palabras más, palabras menos- que está presa porque “en algo habrá andado”, tal como se decía en los años de fuego para justificar los secuestros y desapariciones.
También en paralelo con la dictadura -que tildaba a las Madres de “locas”-, Macri conceptuó a Hebe de Bonafini como “desquiciada”, y salteando por encima de su propia tragedia personal (algo que hasta el propio Bergoglio tuvo en cuenta cuando la recibió), le tiró el sambenito de la corrupción, como si a él mismo le fuera ajeno ese sayo: acusarla simultáneamente de loca y ladrona es una forma contemporánea de maccartear, adaptada a los tiempos; para desprestigiar no ya a una persona, sino por carácter transitivo a una lucha, la de los organismos de derechos humanos. El exabrupto vino justamente de boca de quien prometió que en su gobierno “se terminaba el curro de los derechos humanos”.
En relación a la cuestión del número de desaparecidos, Macri practicó de un modo oblicuo el negacionismo de Lopérfido: se verifica como una regla casi infalible que los que dicen que no saben cuantos fueron ni les interesa discutir al respecto, es porque en su fuero íntimo niegan los que realmente fueron, para bajarle la importancia a la tragedia, o ensayar una implícita justificación.
Es curioso como al presidente que se jactó en la misma entrevista de transparentar el número de pobres (cuando en rigor la periodista le preguntaba por los empobrecidos en su mandato, por sus políticas), no le interesa en cambio transparentar cuantos fueron los desaparecidos. También hubo en un tiempo uno al que no le interesaba discutir el punto, porque los desaparecidos "eran una entelequia".
Es curioso como al presidente que se jactó en la misma entrevista de transparentar el número de pobres (cuando en rigor la periodista le preguntaba por los empobrecidos en su mandato, por sus políticas), no le interesa en cambio transparentar cuantos fueron los desaparecidos. También hubo en un tiempo uno al que no le interesaba discutir el punto, porque los desaparecidos "eran una entelequia".
En medio del reportaje, Macri confundió “secretario” de Derechos Humanos con “gerente”, como si hablara del encargado del personal de una de sus empresas: un lapsus que habla bastante de la derecha (la vieja, la nueva la de siempre) y sus problemas con los derechos, más si son humanos y no tienen que ver con patentes, royalties, dividendos o utilidades societarias. El lapsus vino de quien dijo (a tono con ciertos pensadores de la “nueva derecha”) que así como el siglo xx fue el de los derechos, el XXI debía ser el de las obligaciones y responsabilidades.
Con sus exabruptos hay gestos (Garavano recibiendo a Pando sin que le parezca desquiciada, Rico desfilando en los festejos de la independencia) que adquieren su sentido profundo, y las acciones de su gobierno también: las ambigüedades y falta de respuestas concretas en la reunión con los organismos de derechos humanos, el desistimiento de las querellas planteadas por el Estado en casos en los juicios en los que están involucrados civiles y grupos económicos, el desmantelamiento de programas y políticas públicas vinculadas al proceso de verdad, memoria y justicia.
No impulsan indultos o amnistías para no comprarse un problema más que se sume a los que ya tienen (aunque presiones para que lo hagan no les faltan), pero queda cada vez más claro que los juicios se sostienen exclusivamente por la lucha y el tesón de los organismos, como era antes del 2003. Los jueces demoran las causas y conceden prisiones domiciliarias porque leen el clima político (como es su costumbre), y perciben que no hay interés del Estado en avanzar.
Cuando Macri critica “la interferencia del Estado” en las causas de lesa humanidad durante el kirchnerismo se hace difícil saber si está sugiriendo que los fallos condenatorios fueron fruto de presiones políticas (sembrando así dudas sobre su ajuste a derecho), o pretende justificar en nombre del “respeto a la división de poderes” el paulatino abandono de una política de Estado para saldar el horror del pasado.
Como otras veces, bastó una entrevista en un medio extranjero (sin el blindaje mediático de los locales) aun en un sitio supuestamente “light”, y un par de preguntas incómodas (ni siquiera con repreguntas) para que la delgada costra democrática que recubre a la “nueva derecha” cayera en pedazos, y apareciera el verdadero Macri: el heredero de la fortuna forjada en oscuros negocios con la dictadura; no el único pero sí un claro representante de su clase, la pata civil del genocidio y su principal beneficiaria: los secuestros y desapariciones de trabajadores, delegados sindicales y comisiones internas fueron más en su beneficio, que en el de los objetivos del propio plan de exterminio de los milicos.
Con sus dichos Macri -sin conciencia del lugar que ocupa y que potencia lo que dice (¿o acaso con plena y perfecta conciencia?)- reotralimenta los fantasmas: dice lo que dice porque piensa o cree que lo puede decir sin condena social, o para tantear hasta donde esa condena existe, o lo dice porque ha leído su triunfo -también- como la certificación de que respecto a estas cuestiones ha cambiado el humor social. Una especie de ida y vuelta con los editoriales de “La Nación”, digamos.
Cuestiones todas para reflexionar sobre los frenos inhibitorios que a veces nos ponemos a nosotros mismos para caracterizar a Macri y éste proceso político que vive el país y evitar homologarlo con la dictadura; y en todo caso adaptar el canto: “Macri, basura, vos pensás como la dictadura”.
Tampoco tiene idea de como bajar la inflacion, ni de como reducir la pobreza, ni de como hacer crecer la economia, en realidad lo sacas de las tres pelotudeces que le dijeron que tiene que decir y que son ideas ajenas y no tiene la mas puta idea de nada.
ResponderEliminarNo.
ResponderEliminarLe sobra una sílaba.
Tendria que ser:
"Macri basura, pensas como la dictadura"
Pero de todos modos, si solo pensara como la dictadura...
El saber popular va mas hondo
Macri ES la dictuadura en estos tiempos...
No estoy de acuerdo con que no hubo repreguntas. Las pifias vienen muchas veces de la insistencia de la entrevistadora cuando Macri ensayaba sus conocidas piruetas para irse por la tangente. No confundamos repreguntas con ponerse a discutir con el entrevistado, como hacen los medios cuando encaran a un kirchnerista.
ResponderEliminarEs curioso que Macri diga que no presiona a la justicia. En todo caso, elige los casos, porque parece que cuando hay algo que no marcha en Derechos Humanos, no apela, pero cuando la justicia le falla en contra de los tarifazos... ¿cómo le llama a apelar y mandar a todo su gabinete a opinar sobre el tema?
Fe de erratas: donde dice "justicia" reemplazar por "Poder Judicial".