Hoy se vence el plazo de diez
días que acordaron el gobierno y la CGT para el primero diera respuesta al
pliego de demandas de la segunda, bajo la amenaza de concretar el paro que
hasta hoy permanece “latente”, y sin fecha cierta de realización; y a esta altura
de las cosas y por efecto de la dinámica de los acontecimientos, que termine o
no habiendo paro parece poco menos que irrelevante.
Más aun: los propios dirigentes
sindicales parecen no reparar en que ellos mismos contribuyen a bajarle el
precio al eventual paro y sus efectos, cuando dicen que hay funcionarios del
gobierno que lo estarían acicateando, “porque les sale más barato que otorgar
un bono”.
Lo que no implica que esa lectura
no sea cierta: si nos atenemos a las declaraciones de los funcionarios del
gobierno, hasta acá han sumado una tras otra provocación y mojada de oreja a la
dirigencia sindical como si quisieran empujarla al paro; acaso suponiendo que
éste no tendría gran adhesión ni efectividad, o que el desprestigio del
sindicalismo es mucho mayor que el desgaste del gobierno como consecuencia de
los efectos de sus políticas.
Como también es cierto que en las
conversaciones con el gobierno y en sus manifestaciones públicas la dirigencia
de la CGT viene reculando en chancletas; tanto que arrancaron reclamando la
reapertura de las paritarias (o defendiendo su derecho a reabrirlas, sin
ingerencia del Estado) para terminar discutiendo un bono navideño, que ellos mismos califican como “migaja”.
Resignar el reclamo de reapertura
de las paritarias no es un dato menor: al archivarlo la CGT está convalidando
el brutal retroceso de los salarios reales producido éste año (que algunos
miden entre los 10 y 15 puntos) como consecuencia del combo de medidas
aplicadas por el gobierno de Macri desde el inicio mismo de su gestión; lo que
sería un gesto de “apoyo” al gobierno que éste ni siquiera estuvo cerca de
obtener de los empresarios cuyos intereses defiende con tanto ahínco.
Si procediendo de ese modo la CGT
alimenta la duda respecto a su capacidad no para organizar un paro sino para
garantizar que tenga una amplia adhesión (para lo cual es clave la conducta de
los gremios del transporte), más dudas arroja respecto a si tiene claro como
seguiría la cosa después del paro: en su obsesión por no dejarse marcar la
agenda por la CTA y los movimientos sociales (no hay que menospreciar en eso
cierto reflejo maccartista de otros tiempos en muchos dirigentes gremiales),
termina dejando que se la marque el gobierno.
Es que ese interrogante apunta a
una discusión más de fondo que tiene que ver con a que sectores quiere
representar en definitivas la CGT, lo que terminará definiendo su pliego de
demandas, y sus prioridades; algo que en el gobierno de Cristina estaba claro:
a los trabajadores formalizados de mayores ingresos, de allí que se dispararan
a repetición uno tras otro paro reclamando por Ganancias, con una decisión que
hoy falta cuando el contexto socio-económico es mucho más complicado; pues no
solo está amenazado el salario (de todos los trabajadores, empezando por los
informales y los formalizados de menores ingresos), sino también el empleo,
como lo advirtió la propia Cristina en su discurso de despedida del gobierno.
En un reconocimiento implícito
del nuevo cuadro de situación, superando viejas prevenciones y con un buen
empujón papal, la nueva conducción de la CGT anudó lazos con los movimientos
sociales, pero parece quedar claro que era más porque la confluencia le
interesaba al Papa Francisco, y porque esos grupos pretendieron cobrar mayor
autonomía del dispositivo kirchnerista y de la conducción de Cristina, que
porque la CGT asumiera su agenda como propia: la propia calificación despectiva
del bono que ofrecería el gobierno como “migajas” y el escaso acompañamiento de
la dirigencia gremial a la “emergencia social” que impulsa el bloque de
Pichetto en el Senado así lo demuestran.
Desde que se cerrara el proceso de
reunificación de la CGT, el cuadro económico y social ha empeorado bajo
cualquier aspecto que se lo quiera considerar (salarios, empleo, consumo, nivel
de actividad, tarifazos), con lo cual las condiciones objetivas para avanzar en
un paro y otras medidas de protesta existen. Suponer que no se definen por
algún canje de favores con los fondos de las obras sociales, o por temor a los
“carpetazos” judiciales (tras la detención del “Caballo” Suárez y la denuncia
contra Caló) sería simplificar en extremo el análisis de un proceso que es más
complejo; y del cual la dirigencia de la CGT teme perder el control.
La CGT cerró su proceso de
unificación haciendo un esfuerzo ostensible por “meter a todos adentro”, en
espejo con lo que desde distintos sectores se reclamaba para la recomposición
del peronismo tras la derrota electoral; pero luego de eso (y en medio de eso
también) no dejó prácticamente error por cometer: esterilizó las proyecciones
de la contundente marcha del 29 de abril para impulsar la sanción de la ley
anti-despidos no generando ninguna acción hacia el Congreso para exigir el
rechazo al veto de Macri, siendo además que desde entonces aumentaron lo
despidos y suspensiones, en todos los sectores.
Del mismo modo, así como no
protestó contra los masivos despidos en el Estado con que Macri inauguró su
gestión (porque involucraban a la “grasa militante”, o porque la mayoría de los
gremios estatales se enrolan en las CTA), Andrés Rodríguez de UPCN y miembro
prominente de la conducción cegetista dijo que a él “no le constaban” las
declaraciones de Prat Gay denostando a la militancia, o que los despidos
tuvieren un propósito de persecución política. Salvando las distancias, hay que
remontarse a los “olvidos” de Triacca padre y Baldassini en el juicio a las
juntas militares sobre las desapariciones de trabajadores y dirigentes
sindicales para encontrar registros de una canallada semejante.
Pese a las promesa de campaña, no
hubo cambios en Ganancias (y está por verse cuando se producirán y con que
magnitud), siguió el proceso inflacionario (en especial en alimentos y
productos básicos) y se consolidó el tarifazo en gas, agua y luz; pese a una
discusión social y judicial en la que la dirigencia de la CGT tuvo un rol opaco
y secundario, porque otros sectores sociales llevaron el protagonismo y la
delanter en la lucha. Incluso hubo guiño de algunos gremios (como los
petroleros de Pereyra) a la brutal recomposición de los precios del gas en boca
de pozo pergeñados por Aranguren y el gabinete de lo CEOS. Sirvan este ejemplo
y el de Rodríguez para ver cuanto lastre arrastró la CGT, en aras de conseguir
“la unidad con todos adentro”.
Es cierto que en tiempos de alza
del empleo y el salario es común que el sindicalismo tienda a la fragmentación
como parte de la puja distributiva (en el caso argentino, con el aditamiento de
la disputa intrasindical por afiliaciones y representación); mientras que a la
inversa cuando la cosa viene mal tienda a unificarse, pero éste proceso entre
nosotros tuvo matices que deben señalarse.
El proceso de unificación de la
CGT tuvo un claro sentido político: tras el ostracismo de los últimos años del
kirchnerismo (por el conflicto entre Cristina y Moyano) la idea de una CGT
unificada era influir en la interna del peronismo, aportando el peso específico
de un centro unificado a un peronismo disgregado y en debate; y por que no
decirlo: ofrecerle una plataforma de apoyo sindical a Massa, que por entonces
refulgía como la estrella en ascenso de un peronismo sumergido en la crisis.
El opacamiento de Massa (su “no
lugar” del que hablábamos acá) como consecuencia de la dinámica del proceso
político que está agrandando la “grieta” lejos de achicarla, y la paralización
de un PJ incapaz de definir nada (ni siquiera una postura y estrategia comunes
ante el avance de la reforma política en el Congreso) impactan sobre esta
estrategia política que presidió el proceso de reunificación de la CGT; y sobre
su predicamento en la sociedad: la discusión por el “plan de reconversión
productiva” presentado por el gobierno a la UIA no los tiene ni siquiera como
convidados de piedra, pese a que podrían tener puntos de contacto con los
sectores del empresario que se verán afectados si se lo pone en práctica, y a
que el “plan” apunta directamente a los niveles de empleo, salarios y las
regulaciones laborales.
El llamado de Palazzo en el acto
de Atlanta para que la CGT se dé una estrategia sindical más clara, advirtiendo
al mismo tiempo que ésta solo puede venir de la mano de una estrategia política
definida para posicionarse frente al gobierno de Macri está poniendo el dedo en
la llaga: el tiempo de las indefiniciones se va agotando, las presiones “de
abajo” (léase delegaciones regionales de la propia central obrera, gremios con
conflictos en ascenso) van creciendo y se genera un marco dentro del cual -más
temprano que tarde- los propios supuestos de la “unidad” tan trabajosamente
lograda serán puestos en entredicho: algo de eso se pudo ver en la
activa participación de sindicatos alineados en la CGT (en especial los
agrupados en la Corriente Federal) en la Marcha Federal convocada por las dos
CTA.
"no hubo cambios en Ganancias"
ResponderEliminarEstas mintiendo: DESDE Q ASUMIO EL CONTRABANDISTA SE INCORPORARON 300.000 EMPLEADOS-JUBILADOS AL PAGO D ESTE IMPUESTO.
Traidores de mierda otra vez van a ser cómplices del saqueo del país como en los 90, sangucheros.
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