No hay demasiado registros de una descomposición tan veloz de una posición relativa de poder como la que registra la nueva conducción de la CGT, tras las expectativas que despertó el proceso de reunificación de la central obrera.
Desde aquélla marcha del 29 de abril (cuando aun la nueva conducción no estaba establecida) en conjunto con las dos CTA para presionar por la sanción de la ley anti-despidos, a este penoso presente de bonos y bonitos cuyos alcances nadie puede terminar de explicar, la gráfica marca una tendencia constante hacia el deterioro.
Al día de hoy, la realidad del "diálogo social" montado por el gobierno y al que accedió la cúpula cegetista marca que no se reabrieron las paritarias, se dio por clausurada la discusión por la pérdida del poder adquisitivo durante este año como consecuencia directa de las medidas del gobierno de "Cambiemos" (resultado que no se revertirá ni aunque se pagara el "bono" a todos los tabajadores, ni de cerca), ya se habla de discutir las paritarias del año que viene con el "techo" de las metas de inflación (en las que no creen ni el FMI ni las calificadoras de riesgo), el gobierno y los empresarios rechazaron de plano cualquier compromiso anti-despidos y avanza una reforma a la ley de riesgos del trabajo (¿con un guiño sindical?) que si prospera recortará aun más derechos a los trabajadores.
Hechos todos que -apreciados desde una óptica estrictamente sindical- marcan que los resultados de la estrategia seguida por el triunvirato que conduce la CGT (pasando incluso por encima del espíritu de las resoluciones del Comité Central Confederal) fueron desastrosos.
Ni que decir si se los aprecia con sentido político: en tiempos de Cristina, la CGT conducida por Moyano planteó una disputa abierta por el poder político, apuntando a una estructura más "colegiada" del dispositivo político entonces oficialista, para darle cabida en su conducción al sindicalismo: eran tiempos de reclamar lugares en las listas del FPV, y soñar con que "un trabajador llegara a presidente".
Hoy la CGT ni siquiera disputa salario (al menos no con convicción y decisión política y sindical), y está por verse si está en condiciones de sostener la pelea por las condiciones generales de trabajo: tanto así ha retrocedido.
Un retroceso que para el gobierno de Macri es un fenomenal triunfo político, en un punto que es crucial para el proyecto de "Cambiemos": consolidar a futuro la distribución regresiva del ingreso en perjuicio de los trabajadores y sectores de ingresos fijos, para "bajar el costo laboral" generando las condiciones para que "la economía recobre competitividad"; es decir para que el capital incremente su tasa de ganancias y de explotación de la fuerza de trabajo, recuperando lo que pudiera haber cedido en los años kirchneristas.
Al gobierno le sonríe la política mientras le da dolores de cabeza la economía: así como todos los indicadores económicos importantes arrojan cifras escalofriantes (se agudizan la recesión, la pérdida de empleos, la caída de la inversión, el endeudamiento e incluso la inflación está lejos de "estar domada" como dicen los funcionarios), la política le ofrece a Macri un panorama despejado.
A la declinación de la CGT hay que sumarle el avance de sus proyectos en el Congreso de la mano del indispensable apoyo de Massa y en menor medida del bloque de Bossio; cuyo comportamiento los coloca casi como parte del dispositivo político del oficialismo: a cambio de la moneda de cambio de la paridad de género en las listas (algo sobre lo cual había consenso generalizado, a punto tal que un proyecto paralelo avanzó en el Senado sin dificultad), levantaron la mano para consagrar el voto electrónico; un peligroso experimento que pone a la democracia argentina a las puertas de un fraude electoral en gran escala. Responsabilidad compartida con buena parte del "progresismo", habrá que señalar.
Las suspicacias no son exageradas, pues de lo contrario no se entiende tanta insistencia del gobierno en imponer a marcha forzada un sistema que en el mundo están abandonando (comenzando por los países que el oficialismo conceptuaría como "serios"), y contra todas las opiniones autorizadas de los expertos en la materia; que señalan sus vulnerabilidades.
Por otro lado, un triunfo electoral en las legislativas del año que viene es crucial para Macri para la consolidación de su proyecto político, y para la profundización del ajuste; por lo que de ese modo, Massa y compañía son tan funcionales al logro de esos objetivos como la endeblez de la conducción de la CGT a la hora de defender salarios, empleos y condiciones de trabajo.
Viendo ambas cosas por separado (los reclamos sindicales, la discusión parlamentaria en el Congreso) no se termina de comprender que el problema es estrictamente político y no solamente económico, social o sindical, y mayúsculo: el país votó "un cambio" hace casi un año, y Macri se está encargando todos los días de darle un contenido y un significado precisos a esa consigna que durante la campaña dejó ex profeso en la ambigüedad.
Y para consolidar ese "cambio" al modo que ellos lo interpretan, "van por todo", aunque no lo verbalicen: se están llevando puestos a la justicia (presionando a los jueces "indeseables", como Rozanski o Rafecas) y al Ministerio Público (exigiendo la cabeza de Gils Carbó y mientras tanto, podándole sus atribuciones) también con el inestimable apoyo del massismo; y presionan en público para que el aparato judicial les despeje el horizonte de la opositora política más peligrosa, que es Cristina.
Mientras tanto avanzan en reformas laborales "flexibilizadoras" como la ley de primer empleo, o las reformas al régimen de las ART, que no sería viable tal cual está planteada sin al menos un guiño de la Corte Suprema, en la que por otro lado ya hicieron pie.
Ni hablar de las reformas estructurales que ya hicieron en el sistema financiero, el comercio exterior y la política de endeudamiento; o de las que planean para "reconvertir" el aparato industrial o "transparentar" las contrataciones del Estado.
En la medida que se sigan agrandando las diferencias entre una economía cuyos indicadores son negativos, y una política en la que parecen "imperar los consensos en pro de la gobernabilidad", las tensiones irán en aumento; porque no tienen por donde canalizarse, sobre todo si se obstruye el canal de la acción sindical.
El que lo sepa ver (desde la política, desde el sindicalismo) lo terminará capitalizando, y el que no, quedará en el camino. Como en breve le sucederá (a como vienen las cosas) a la conducción de la CGT.
Leyes basura.
ResponderEliminarEsto ya se vivio aunque con menoa contundencia y significo despidos de personal de mas de 45 años, permanente toma de empleados nuevos por pocos meses, aumento del trabajo en negro.
ART basura, AFJP basura, obra sociales basura, cooperativas de trabajo de mentira empresas de contraracion encubiertas, en Chile tambien pasó y pasa y tienen quejas por millones,todo chanchullos.
"Mientras tanto avanzan en reformas laborales "flexibilizadoras" como la ley de primer empleo, o las reformas al régimen de las ART, que no sería viable tal cual está planteada sin al menos un guiño de la Corte Suprema, en la que por otro lado ya hicieron pie."