Después del acto radical de Atlanta con la presencia de
Cristina se abrió toda una discusión por la “propiedad” del legado histórico de
Yrigoyen, pero lo curioso es que nadie puso
en discusión la vigencia histórica del radicalismo, aunque sus banderas
fundacionales hace rato fueron conseguidas; y están incorporadas al patrimonio
político colectivo de los argentinos.
La reflexión viene a cuento justo
hoy -Día de la Lealtad- porque en estos mismos tiempos recientes se
pone en entredicho la vigencia histórica del peronismo; no solo ya desde el
gorilaje, empeñado en erradicarlo de la historia desde aquél 17 de octubre
original, y recurrentemente convencido de haberlo conseguido; sino desde
sectores del propio peronismo: por ahí anda Julio Bárbaro (el Julio Jorge
Nelson de Perón) dando por finalizado el ciclo histórico del peronismo, y por
allí anda también Urtubey señalando que la fuerza fundada por Perón ha quedado
“reducida a un lugar marginal”.
Es notable como en cuestión de
meses pasaron de proponer un nuevo “cambio de piel” para el peronismo (en otro
“giro pragmático” como en los 90’) a cuestionar si el mismo peronismo en sí
tiene viabilidad histórica. De hecho no pasa un día en que no llamen a terminar para siempre con el "populismo".
¿Acaso un implícito
reconocimiento de que otro intento de asimilación plena del peronismo al nuevo
orden imperante no sería tan sencillo de digerir por los sectores sociales que
se sienten representados por él como lo fue en los tiempos del menemato, porque
la experiencia kirchnerista está muy cercana en el recuerdo?
La lealtad que hoy se celebra es
la de un pueblo a su líder, en la medida en que ese líder expresaba un rumbo, y
para los trabajadores ser leales a Perón significó siempre ser leales a ellos
mismos, y a sus propios intereses. Eso explica que esa lealtad se mantuviera en
los años de la proscripción, la resistencia y el “luche y vuelve”: sin el
peronismo en el poder los trabajadores estuvieron peor, y no mejor.
De allí el absurdo de plantear (o
esperar) la desaparición de algo cuyas condiciones históricas de surgimiento no
han desaparecido, muy por el contrario: el gorilaje (que lo quiere al peronismo muerto y
sepultado, o “asimilado”) se empeña en mantenerlas con sus políticas de hambre,
entrega y exclusión.
Los debates hacia el interior del
peronismo (incluyendo al sindicalismo) tienen que ver con eso: como lidiar con
esa herencia, ese mandato histórico y esa representación social; que hasta acá
y pese a las deserciones y fracasos, nadie consiguió sustituir: la izquierda
sigue hoy en su mayoría y salvo la revisión de posturas del PC, igual que en el
45’: sin entender de que se trata el asunto, y en consecuencia sin poder
capitalizar políticamente el descontento de la clase trabajadora.
Por supuesto que vistos desde
aquél primer 17 de octubre pasaron nada menos que 71 años, varias dictaduras, una guerra
perdida, hiperinflaciones y un genocidio; entre otras cuestiones que dejaron
una sociedad más fragmentada y desigual que la del primer peronismo. Un nuevo
cuadro que demanda nuevas lecturas, y nuevas prácticas políticas en consecuencia con ellas.
Sin embargo los gorilas (que no
vieron venir entonces al peronismo naciente, y se sorprendieron por la multitud
en las calles y en la plaza) siguen igual que siempre, repitiéndose a sí mismos
como si nada hubiera pasado: no escarmentados del fracaso del Decreto 4161/56
de Aramburu y Rojas, ahí anda Hernán Lombardi con sus guerrillas culturales y
su revisionismo histórico sobre placas y nombres de edificios, como si la
memoria popular dependiera de rutinas burocráticas.
Ahí andan también los Bonadío,
Ercolini y demases del partido judicial (tal como antes el juez Botet, las
“juntas de investigación patrimonial” o la CONAREPA) sirviendo al propósito de
los que se sienten dueños del país (lo que les permite autoindultarse de
haberlo saqueado concienzudamente por años) de recluir una experiencia política
al territorio de la derecho penal, reemplazando urnas por celdas.
Este peronismo de hoy derrotado,
dividido, sumido en el debate y el pase de facturas internas sigue más vivo en
la gente (como en el 45’, cuando la movilización rebasó las estructuras) que en
los dirigentes, que dudan cuanto peronismo quieren hacer, o que tipo de
peronismo quieren ser. Nada nuevo bajo el sol: ayer eran los “neoperonismos” o
el “peronismo sin Perón”, hoy son el “peronismo piola” o “moderno, competitivo
y funcional. También en el 45’ la CGT dudaba en lanzar un paro en defensa de
Perón (que era defender a los trabajadores) porque su dirigencia aducía que “otros coroneles
no van a faltarnos”.
El peronismo sigue vigente porque mucho más que
una tradición política, es una marca de identidad cultural para millones de
argentinos; porque es el Pulqui y el ARSAT, el voto femenino y el voto joven,
las máquinas de coser y los juguetes de la Fundación y las netbooks de Conectar
Igualdad, las charlas de Discepolín con Mordisquito y los videos del Daddy
Brieva y Capusotto, las “zonceras” diseccionadas por Jauretche y las leyendas refutadas por
Dolina, los chalecitos californianos de los cuadros de Daniel Santoro y las
viviendas del PROCREAR, el Estatuto del Peón de Campo y la ley del personal de
casas de familia, la equiparación de derechos para los hijos extramatrimoniales
y el matrimonio igualitario, el aguinaldo y las paritarias, la tercera posición
y el no al ALCA, el IAPI y las retenciones, el Estado y no los bancos manejando
el Banco Central, con el cuento de la “autonomía”.
El propio Perón hablando de la
necesidad de adaptarse a los tiempos distinguía la doctrina y sus grandes
principios (sinttizados a su vez en las "tres banderas"), de las formas de ejecución. Da la impresión que bajo el pretexto de
discutir las segundas, algunos en el peronismo quieren introducir de
contrabando el replanteo de los primeros.
El peronismo desaparecerá cuando
sea superado históricamente, y eso ocurrirá cuando otros sepan expresar mejor
que él a ese pueblo que se movilizó aquel 17 de octubre del 45’ en defensa de sus
derechos; porque -parafraseando a Galasso, que lo toma de Pirandello- eran los
personajes de la obra, que habían encontrado al autor que los interpretara.
La Argentina “visible y audible”
(al decir de Pepe Rosa) no vio venir las masas del 17 porque se regodeaba en el
éxito de la “marcha de la Constitución y la libertad” de unos días antes, y porque Perón estaba en
Martín García, sin futuro político posible; tal como hoy se celebra a sí misma
en el “foro de mini Davos” y en el coloquio de IDEA; expresando su optimismo
ante todo “por el fin del populismo”: si algo nos enseña la historia es que en
ella nada está escrito de antemano, y todos los finales son posibles.
Aun en medio de las traiciones,
se puede celebrar la lealtad, mientras haya leales. A todo ellos, feliz día.
Acabo de leer una nota de Martin Rodriguez en "le monde", que entre muchas opiniones fundadas y subjetivas, como al pasar, en algún renglón del medio, se refiere a "como bramó Cristina..." (el día de su despedida multitudinaria el 9 de diciembre del 15) y me pareció que el verbo elegido -dado el contexto aludido- escupía misoginia. Esto viene a cuento porque pienso que en esta actualidad, a la deslealtad de siempre se le suma una misoginia importante que rebalsa hasta en los discursos más "cool", ni que hablar en los de otro tipo.
ResponderEliminarSaludos a los que conforman este blog tan, tan interesante. Alicia
" para los trabajadores ser leales a Perón significó siempre ser leales a ellos mismos, y a sus propios intereses. Eso explica que esa lealtad se mantuviera en los años de la proscripción, la resistencia y el “luche y vuelve”: sin el peronismo en el poder los trabajadores estuvieron peor, y no mejor."
ResponderEliminarEs para hacer un cuadrito.O afiches, y salir a pegarlos cada 17.
El Colo.
Muy bueno, muy de acuerdo.
ResponderEliminarDe hecho, yo siempre lo sentí como el día en que la única razón para ir a la Plaza era para agradecerle a Perón su lealtad al pueblo.