No hacía falta el sincericidio de la bocazas Carrió para darse cuenta como venía la mano: el pedido de expulsión de De Vido y el veto posterior a la candidatura de Menem son globos de ensayo para acumular precedentes de cara a lo que verdaderamente les interesa: impedirle a Cristina asumir su banca en el Senado; o en el menor de los casos, embarrarla por lo que resta de la campaña, u obligarla a "pedirle favores" al pichettismo para poder asumir.
Tratan de "emblocar" al PJ (incluyendo al que hasta acá les ha resultado funcional) haciéndolo aparecer como protector de los corruptos, mientras ellos son los inmaculados defensores de la moral, con la inestimable colaboración de los jueces de turno, en más de un sentido: si Menem no tiene aun una condena firme, es porque la Corte macrista no se ha expedido sobre su recurso extraordinario; y los camaristas electorales han sentado un precedente que el día de mañana podría blandirse contra cualquier, en especial contra los opositores al gobierno.
Cuando Menem (con las mismas causas judiciales y condenas a cuestas) ocupó su asiento en el Senado para votar a favor el acuerdo con los fondos buitres, el blanqueo de capitales o los pliegos de los jueces de la Corte o el de Sturzenegger en el Banco Central, no les importó porque entonces les servía, como les sirve hoy, para otros propósitos.
Del mismo modo que los que hoy acompañan a "Cambiemos" lo hacen en buena medida porque replica las políticas del menemato (corregidas y aumentadas, para mal), cuando lo veían al riojano rubio y de ojos azules; y la corrupción del presidente o sus funcionarios le parecían un mal menor, tolerable en tanto el programa de gobierno que llevaba adelante les llenaba los bolsillos.
Este jueguito del pan-radicalismo (que incluye a Carrió, Stolbizer y el nuevo líder de la UCR, o sea Macri) que se autoatribuye la condición de guardián de la república, la ética y las instituciones es tan viejo como mear en los portones, como decía Perón. O tan viejo como el peronismo, cuando el diputado Sammartino (el del "aluvión zoológico") decía allá por los 40' en el Congreso que el peronismo era comparable a "Alí Babá y los 40 ladrones", o que el presidente Perón y sus seguidores "practicaban como Panurgo, las cuarenta formas del hurto".
Consiste en despojar a la política de su contenido intrínseco (es decir, las visiones ideológicas contrapuestas, los proyectos políticos en disputa, los diferentes intereses y sectores sociales que se representan), para convertirla en un "buenos contra malos", donde los puros purísimos e inmaculados están siempre de un lado, y los malos corruptos impresentables, del otro. En esto los radicales de todos los tiempos son grandes especialistas, acaso tomándose la revancha de lo que decían de ellos en tiempos del yrigoyenismo, los conservadores.
Que la división coincida con el hecho de que los "buenos" son los que se atribuyen a su vez el derecho a decidir quien pertenece o no al club, y tengan desde tiempo inmemorial sus tentáculos metidos en los aparatos estatales que pueden darle a la división valor legal (como en la justicia) es pura casualidad; del mismo modo que también es casual que los estigmatizados con el sambenito de la corrupción (siempre que convenga, claro) que los excluye de la condición de adversarios políticos para recluirlos en la de delincuentes comunes, dignos del trato correspondiente, sean los que hayan capturado tradicionalmente el voto de los sectores populares, también respondería estrictamente a la ley de las casualidades.
Es la traslación a la política del fenómeno sociológico de las clases medias que, con todas las necesidades materiales básicas resueltas (lo que atribuyen, claro, a su propio esfuerzo, de un modo que en la mayoría de los casos no se corresponde con la realidad) levantan el dedo acusador desde el púlpito moral contra los sectores populares; que canjearían principios éticos por un plato de lentejas que les ofrece el populismo "que los mantiene pobres para tenerlos como electorado cautivo".
El dilema por supuesto es falso como una moneda de dos caras: esos mismos sectores han apoyado (con gobiernos civiles y militares) sin mosquearse a los verdaderos saqueadores del país, e incluso los han justificado ampliamente, sobre la base de que sus intereses de clase son los de la patria misma. Y la prueba de ello es que han votado a Macri, el contrabandistas de autopartes y miembro conspicuo de la patria contratista que desangró al Estado por décadas, y asumió la presidencia estando procesado.
Puesto en esos términos el conflicto político (una confrontación moral del bien contra el mal), se sienten autorizados para apelar a todos los medios a su alcance para fijar ellos las reglas de juego de la disputa, y determinar quien puede y quien no ser parte de ella: para el caso valen lo mismo -según las épocas y los contextos- golpear la puerta de los cuarteles, practicar el fraude, la proscripción del adversario, la instauración del delito de opinión o el carpetazo judicial.
Son los herederos del Decreto 4161/56 de Aramburu que penalizaba la manifestación de la condición de peronista en todas sus formas, del Plan Conintes de Frondizi y de su veto a la asunción de Framini tras haber ganado la elección en la provincia de Buenos Aires en 1962 (¿repetirán ahora el exabrupto histórico con Cristina, impidiéndole asumir su banca?), o de las gestiones de Illia ante el gobierno de Brasil para impedir el retorno de Perón al país en 1964.
Lo que nunca pudieron resolver (haciendo política de patrulleros y expedientes judiciales) es el dilema de gobernar para satisfacer los intereses del 5 o 10 % de la población del país, y legitimarse democráticamente con el pronunciamiento mayoritario de las urnas; y cuando todo indica que es difícil que logren repetir el batacazo del 2015, es que se multiplican estas histerias, que hay que verlas como lo que son: síntomas de impotencia, debilidad y desesperación.
Corta y al pie: "El Peronismo es el hecho maldito del país burgués". Para bien o para mal. Nunca podrán escapar.
ResponderEliminarLa ballena cautiva tiene abstinencia. Esto se soluciona con cinco kilos de chinchulines y una torta de diez kilos.
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