jueves, 28 de diciembre de 2017

EL ROMPECABEZAS OPOSITOR


La foto de apertura en aquella madrugada en la que fracasó el primer intento del gobierno por aprobar la reforma previsional en Diputados entusiasmó a más de uno, porque expresaba la posibilidad de un nuevo escenario de convergencia opositora más amplia para frenarlo, o dificultarle avanzar en el Congreso.

Pero el entusiasmo duró poco: inmediatamente después -en la continuidad de la misma sesión- al tratar la reforma tributaria y luego el presupuesto, el massismo volvió a las andadas; y los números del oficialismo fueron más holgados: el Congreso fue así un claro reflejo de lo mucho que aun falta por avanzar en la construcción de una oposición en condiciones de disputarle agenda al gobierno; y de construir más adelante una alternativa electoral para el 2019.

Se vienen por delante dos años de tensión y conflictividad social en creciente aumento, sin elecciones a la vista, con segura proliferación de protestas y movilizaciones callejeras, y con un Congreso que está por verse cuanto, cuando y como funciona: la maratón legislativa de fin de año está a punto de terminar, y todo parece indicar que luego el gobierno optará por clausurarlo; apelando para ello a las delegaciones legislativas y habilitaciones reglamentarias contenidas en el presupuesto (sobre todo en materia de endeudamiento), como bien explica acá Sebastián Soler.

Aun así, seguirá revistiendo importancia como tribuna de exposición de los mensajes políticos, siempre que el blindaje mediático pueda ser perforado: ver si no lo sucedido con la primera exposición de Cristina en el Senado, que hizo que dos más dos volviera a ser cuatro al sostener que a los opositores se los vota -justamente- para que se opongan al gobierno. Los opositores (la mayoría, al menos) podrán converger en el Congreso y eventualmente en la calle, si deciden poner el cuerpo en el acompañamiento de la segura protesta social contra el ajuste.

Dentro del amplio espectro opositor hay que diferenciar a su vez a la izquierda del resto; porque por las particularidades de su construcción política e incluso por su propia visión ideológica de como son las cosas, es poco probable que se preste a confluir en una unidad opositora amplia, más allá de algún voto compartido en el Congreso. En el amplio mundo de "los peronismos" que va desde el kirchnerismo hasta el massismo en reformulación, en cambio, el panorama es distinto.

Claro que eso exige algunas definiciones de determinados actores políticos como Sergio Massa o Florencio Randazzo. ¿Seguirá el Kennedy de Nordelta, ya sin la visibilidad de una banca en el Congreso, apostando a hacer macrismo "con preocupación social", pretendiendo morderle voto al oficialismo con su mismo discurso de denigrar en bloque a la experiencia kirchnerista de la cual fue parte hasta el 2013, mientras le presta gobernabilidad al gobierno?

¿Randazzo volverá a tomarse un año y medio sabático de silencio para reaparecer en el próximo turno electoral, blandiendo aspiraciones personales de máxima innegociables, y reclamando una interna para saldarlas; o por el contrario tomará una participación más activa contra el gobierno, aunque no le reporte beneficios en lo personal? Por lo pronto su único diputado ("Bali" Bucca) se acaba de sumar al "bloque federal" de los gobernadores, y votó a favor el presupuesto, la reforma tributaria y el pacto fiscal.

Conste que ni siquiera se les reclama -como correspondería- algún pronunciamiento o definición condenando la existencia de presos políticos en el país, o las constantes degradaciones al estado de derecho provocadas o alentadas por el gobierno. Basta simplemente con acordar una estrategia opositora en la coyuntura, y eventuales coincidencias en un programa para salir de la crisis, en el próximo turno electoral.

En el inventario del espectro opositor no sería del todo correcto incluir al grupo de gobernadores del PJ que se han mostrado tan incapaces de construir liderazgos y referencias alternativas a Cristina, como útiles antes que para construir oposición, para suplementar al oficialismo, en especial en el Congreso. 

Apurado por Servini de Cubría que amenazaba con cancelarle la personería electoral, el PJ cerró a principios del gobierno de Macri una lista de unidad "con todos adentro" de la que el kirchnerismo no aceptó participar, y en la que Pichetto fue designado "secretario de Acción Política" para "articular los reclamos de los gobernadores ante el gobierno nacional"; pero terminó convertido en el Paladino del Lanusse Macri, sin que se vislumbre por contrpartida del otro lado el Perón que conduzca la estrategia de vinculación con el gobierno.

Aunque más no sea por las mismas razones de índole burocrática (es el partido al fin y al cabo el que debe decidir el sello bajo el cual competir en elecciones, las posibles alianzas electorales y la plataforma a impulsar), el Consejo Nacional del PJ debería reunirse al menos de vez en cuando para dar signos de vida; y especialmente para darse una discusión política que permita ordenar esa bolsa de gatos donde el presidente formal (Gioja) revista en el bloque opositor en el Congreso y critica al gobierno, y la mayoría de los consejeros aprueban o respaldan todos los proyectos de ese mismo gobierno.  

Algo similar ocurre con la CGT, donde se suceden los intentos por resucitar al triunvirato de su crisis terminal (ahora salen a la palestra los artífices originales del acuerdo de unidad, como Moyano y Barrionuevo), mientras la rebelión crece desde abajo, en las delegaciones regionales y la Corriente Federal; y experiencias como la del Movimiento Obrero Santafesino (donde confluyen sectores de la CGT y las dos CTA) se replican en Entre Ríos y la Patagonia, demostrando que la reacción de las bases afectadas por el ajuste supera la complicidad de los dirigentes con el mismo.

Claro está que las transformaciones en las organizaciones del movimiento obrero vendrán más dadas por la dinámica sindical que por la política, y es lógico que así sea: tienen por delante desafíos cruciales como la reforma laboral y el intento de diseminarla hacia la flexibilización de cada convenio colectivo, y paritarias que se avirozan durísimas en un contexto de inflación en alza e intención del gobierno de ponerles cepo a los reclamos salariales. Pero más tarde o más temprano esos dos universos opositores -el sindical y el político- tendrán que confluir, y no solo en la movilización callejera.

Sin embargo más allá de los posibles acuerdos de cúpulas y de dirigentes, a lo que hay que prestarle atención preferente es a los cambios de humor que se están verificando en la sociedad, a medida que el gobierno profundiza el contenido regresivo de su gestión, y pierde apoyos que no provienen del núcleo duro de los convencidos.

Una propuesta opositora no puede basarse simplemente en la denuncia o la simple crítica del proyecto gobernante: está visto que los numerosos casos de corrupción no le hacen mella, y es muy posible que insistir en ellos termine alimentando la antipolítica más que la migración al voto opositor; mientras que el señalamiento puntual de los estropicios económicos y sociales que causan las políticas oficiales -que sin dudas debe seguirse haciendo- requiere que los eventuales interlocutores empiecen a sentirlos en carne propia; pues de lo contrario podemos quedar como el cuento del pastorcito y el lobo, o como Carrió durante el kirchnerismo anunciando el apocalipsis inminente a cada paso.

Es imprescindible alumbrar -junto con una arquitectura opositora competitiva- una propuesta, que implique una salida al desastre neoliberal para el país, y una luz al final del túnel para millones de argentinos: nadie logra que lo voten, si no consigue enamorar con su propuesta.

No podemos caer en el error de suponer que todos los enojados con el gobierno vendrán  mágicamente hacia nosotros, o volverán al compás de los desastres macristas los que nos votaron el 54 % del 2011 y luego se fueron; del mismo modo que los demás sectores opositores (el massismo y los otros sectores del peronismo en primer lugar) deben desechar por absurda la idea de borrar el kirchnerismo de la historia y de la memoria, como si no hubiera existido.

No se trata de reclamar una reivindicación en bloque de ese proceso histórico, ni siquiera de sus figuras principales como Néstor y Cristina; sino de sostener ideas, concreciones, políticas, derechos y avances que constituyeron un piso de avance hacia una democracia inclusiva; tanto como la plataforma desde la que ensayar la defensa de hoy contra el avance neoliberal, y la construcción de la propuesta de mañana para salir del embrollo en el que nos han colocado Macri y su gobierno. 

Las candidaturas que la encarnen -un debate que suele dividir y fragmentar, cuando lo que se necesita es acumular masa crítica opositora- vendrán mucho después, y como consecuencia. Lo contrario sería poner el carro antes de los caballos.

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