Plantear una ley
que reprima con la cárcel el clientelismo político. Impulsar otra ley
para que los sindicalistas presenten la declaración jurada de sus bienes.
Reinstalar el
debate por la pena de muerte. Ensalzar
públicamente a la policía de gatillo fácil.
Agitar el fantasma
del terrorismo y supuestas organizaciones subversivas que amenazan nuestra
seguridad.
Revolear denuncias
sobre intentos de desestabilización y golpes de Estado. Pedir la renuncia de Zaffaroni, y de paso echarle la culpa de todo.
Sacar un decreto
para combatir el nepotismo en el Estado y anunciar una reducción sustancial de
los cargos políticos, o el congelamiento salarial para los funcionarios.
Dedicar la mitad del tiempo de una conferencia de prensa presidencial sobre la nada misma a analizar un fallo judicial con argumentos de cola de verdulería, para validar el manodurismo.
Dedicar la mitad del tiempo de una conferencia de prensa presidencial sobre la nada misma a analizar un fallo judicial con argumentos de cola de verdulería, para validar el manodurismo.
Todas bombas de
humo que el gobierno vino lanzando sin parar desde las elecciones de octubre
del año pasado, para acá.
Cada una de ellas
es una mezcla de disparate descomunal, con asuntos de bajísima prioridad en la
escala de los problemas más apremiantes del país, y solución chapucera para los
que verdaderamente lo son.
Cada una puede ser
perfectamente rebatida en debates que -hablando en serio- no deberían insumir
más de diez minutos, y en algunos casos menos; como el de la pena de muerte.
Todas, por
supuesto, tienen el objetivo central de distraer la atención de la opinión
pública sobre los preocupantes indicadores que arroja la economía a diario, y
sus consecuencias sociales; y -como no, de paso- sobre los escándalos de
corrupción que semanalmente salpican al gobierno.
Y cuando se apuntan
estas cuestiones, desde “este lado” se repite como un mantra “son cosas para la
gilada que los vota”, “están hablándole a su núcleo duro”, “con los propios les
funciona”, sin extraer de esas afirmaciones -que son ciertas- la conclusión
política correcta.
Que es ni más ni
menos y como se dijo acá que Macri, su gobierno, y
“Cambiemos” como proyecto político, han perdido hace rato la capacidad de
“enamorar”, y la posibilidad de “vender futuro”, o generar esperanza.
Todas y cada una de
esas burradas o idioteces, y todas ellas juntas, son la confesión más perfecta
por parte del gobierno que de la economía no se pueden esperar buenas noticias,
que no hay segundos semestres, ni brotes verdes, ni luz al final del túnel.
Por el contrario: por delante solo queda más por sufrir y privarse, y ellos mismos te lo están diciendo, si sabés ver.
Y es fácil también constatar que todo eso está empezando a hacer mella en el voto propio, como lo reflejan algunas encuestas que registran la caída de imagen de Macri y su gobierno; y comno lo demostró también el rotundo fracaso del papagayazo convocado anoche en torno al obelisco en su apoyo.
Por el contrario: por delante solo queda más por sufrir y privarse, y ellos mismos te lo están diciendo, si sabés ver.
Y es fácil también constatar que todo eso está empezando a hacer mella en el voto propio, como lo reflejan algunas encuestas que registran la caída de imagen de Macri y su gobierno; y comno lo demostró también el rotundo fracaso del papagayazo convocado anoche en torno al obelisco en su apoyo.
Pero esos signos también son un
llamado de atención a la oposición, para que no suponga que podrá capitalizar
automáticamente esa situación, sino que deberá generar una propuesta que tenga
-precisamente- la virtud de recuperar lo que el gobierno ha perdido: la
capacidad de ofrecer futuro, de generar entusiasmo, y -sobre todo- esperanza en
que podemos estar mejor que con ésta berretada que nos gobierna.
Ese es el gran
desafío para recoger electoralmente el desencanto social, antes de que decante
en el escepticismo y la anti política, como en el 2001.
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