viernes, 25 de mayo de 2018

BATALLAS CULTURALES


Decíamos hace poco acá que el gobierno de Macri se había encerrado solo en un laberinto a partir de las groseras inconsistencias de su plan económico, que estallaron en forma de crisis política; y que la única salida que hasta ahora había imaginado era profundizar el rumbo, y responder con represión a los que se opongan, lo cual generaba dudas sobre la viabilidad a mediano plazo del experimento de derecha que gobierna el país.

En ese contexto, los diarios de ayer daban cuenta que como condición para destrabar su asistencia financiera, el FMI presiona al gobierno para que achique el déficit fiscal por dos frentes: reduciendo los gastos o recomponiendo sus ingresos; y allí apareció la idea de reimplantar las retenciones al trigo y al maíz, y suspender el cronograma de rebajas a las de la soja.

La reacción del “campo” no se hizo esperar, y si la cosa fuera más allá de un simple bluff para lograr que los productores liquiden la cosecha retenida, los exportadores traigan las divisas al país o no aumenten los precios de los productos de la canasta básica, es difícil predecir hasta donde puede escalar el menos pensado de los conflictos; entre un gobierno que daría marcha atrás con la única promesa de campaña que hasta acá cumplió (“sacarle el pie de encima al campo”), y una parte importante de su núcleo duro electoral.

Un detalle no menor: en diciembre pasado el oficialismo festejaba con bombos y platillos el vencimiento de la ley de emergencia económica, que es la que permitió la delegación de facultades del Congreso en el presidente para fijar los derechos de exportación (las retenciones), de modo que reponerlas hoy exigiría una ley, porque no se puede legislar por DNU en materia tributaria. Lo mismo pasaría si quisiera restablecer la obligación de los exportadores de liquidar las divisas en el país.

¿Habrá en ese caso un “voto no positivo” de Michetti ante un proyecto de Macri de restablecer retenciones, Lousteau ya arrimó al gobierno la idea de hacerlas móviles, la Gendarmería de Patricia Bullrich reprimirá piquetes de los agrogarcas, que hará en tal caso De Angeli, Etchevehere será más leal al gobierno que integra, o a la Sociedad Rural a la que debe su puesto en el gabinete? En fin, se nos llena el culo de preguntas.

Pero no es el único problema que hoy por hoy enfrenta el gobierno: las imposiciones del FMI para que los números cierren también lo pondrían ante un posible conflicto con las petroleras por la reimplantación de las retenciones a las exportaciones de crudo (desacoplando así los precios del mercado interno del internacional), o la fijación de un “barril criollo” por debajo de los precios internacionales, para moderar el alza de los combustibles y su impacto en la inflación; dando así marcha atrás con la liberalización del mercado de los combustibles decretada en diciembre del año pasado.

En tanto, la UIA se queja por la suba de las tasas, que benefician las ganancias de los bancos; y eso sin contar con que la presunta pelea del gobierno contra los formadores de precios y la nueva “ley de defensa de la competencia” han sido hasta acá más bombas de humo que otra cosa; porque si fueran en serio lo enfrentarían con otro de sus principales apoyos, a menos que estén embarcados en una inesperada reivindicación de Guillermo Moreno.

Los apoyos del PJ vienen resultando cada vez más esquivos y costosos, por aquello de acompañar hasta la puerta del cementerio pero no entrar; y la rosca con la impresentable conducción de la CGT no alcanza para aprobar la ya podada reforma laboral, ni para disipar del todo la amenaza de un paro general, que se viene imponiendo hace rato por fuerza de los acontecimientos.

Menos que menos puede pensar el gobierno en profundizar otras reformas previsionales  pedidas por el Fondo (como la suba de la edad, o la baja de la tasa de sustitución), cuando fue justamente el cambio de la fórmula de movilidad de los haberes lo que detonó en diciembre del año pasado la crisis de credibilidad de Macri, y el tobogán de su imagen y la del gobierno.

Los hechos señalados se prestan a más de una lectura provechosa, en primer lugar sobre los riesgos del “fuego amigo” (que si se incrementa por los factores descriptos pondría al gobierno al borde de una crisis orgánica y terminal); y en segundo lugar para una reflexión sobre la capacidad de la política de arbitrar entre intereses en conflicto, sobre todo cuando gobierna la llamada por algunos “derecha moderna y democrática”, que prometía en campaña terminar -como por arte de magia- con los enfrentamientos entre los argentinos; a los que tildaba de artificiales e innecesarios.

Y no hablamos solo sobre los conflictos entre el capital y el trabajo, sino también de los que se dan hacia el interior de las diferentes fracciones del capital, que suelen ser mucho más peligrosos en términos sistémicos. Ese es precisamente el desafío ante el cual se encuentra el gobierno de los CEO's, el experimento de un país atendido por sus propios dueños: dar muestras claras de que puede ejercer la autoridad del Estado democrático para algo más que reprimir huelgas y protestas, o asistir impávido a la descomposición final de un régimen que se soñó (y lo vendieron) como hegemónico a largo plazo, sobre la base de un modelo económico excluyente y absolutamente insustentable, por donde se lo quiera mirar.

Vistas las cosas desde el otro lado, del opositor, la ratificación plena de lo que se supo desde el principio, y algunos prefirieron ignorar, suponiendo el advenimiento de un ciclo prolongado de hegemonía neoliberal: oponerse frontalmente, sin concesiones ni agachadas, al modelo que gobierna el país desde diciembre del 2015, era la única actitud digna y políticamente correcta; y en términos estrictamente pragmáticos (según quedó demostrado en octubre del año pasado), el mejor negocio electoral. Lo era entonces y cuando Macri asumió, con mucha más razón lo es hoy, a la vista de los acontecimientos.

Acontecimientos que marcan que las “batallas culturales” que según algunos no había que dar, están atravesando todas las discusiones de estos días, y se ganaron, o están en eso: la inflación como resultado de la puja distributiva, las retenciones como recurso para el financiamiento del Estado y para desacoplar los precios internos de los internacionales, el rol de los formadores de precios y su necesario control por el Estado, la importancia del desendeudamiento para ganar autonomía para el diseño de una política económica que sirva a los intereses de las grandes mayorías nacionales, la necesidad de preservar la autonomía de la política frente a las lógicas corporativas, lo nocivo de estrechar relaciones con el FMI. 

Si hasta los macristas están hablando hoy del rol de los medios, y como influyen en el debate político; y no pocos votantes de "Cambiemos" se movilizaron para defender la fórmula de movilidad jubilatoria diseñada por Boudou y aprobada durante el gobierno de Cristina.

Los temas apuntados son algo más que reivindicaciones de un gobierno o un ciclo histórico como el kirchnerismo (de eso se ocupa, y muy bien, acá la propia Cristina): son ratificaciones que aporta la realidad para sentar las bases posibles de una convergencia opositora, y de un futuro programa de gobierno para sacar al país de la crisis. Es que aunque la quieren vender como un simple producto de márketing electoral, y de más o menos acertadas ingenierías publicitarias, la política siempre termina siendo una disputa social por el sentido, se la plantee explícitamente como tal o no.

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