miércoles, 9 de mayo de 2018

DURÁN BARBA AL BANCO CENTRAL



Los 29 meses transcurridos del mandato de Macri comprueban cuan cierto es aquello de lo diferente que es estar en campaña de gobernar, más aun habiendo llegado al gobierno siendo oposición.

La eficacia de la maquinaria montada por Barba para leer el humor social (e influir en él, con el inestimable apoyo del complejo de medios hegemónicos), diseñar la campaña en consecuencia y ganar elecciones está fuera de discusión; pero arroja un fuerte contraste con la desastrosa gestión del gobierno, aun medida bajo sus propios términos de “éxito”, como lo comprueba la actual crisis cambiaria.

Dando por sentado que el gobierno está “haciendo lo que vino a hacer” (no seremos nosotros, que lo advertimos en campaña, los que neguemos los propósitos y prioridades centrales de Macri y “Cambiemos”), los niveles de chapucería con los que encaran problemas estructurales serios y previsibles bajo el modelo en curso no dejan de sorprender: la inflación no cede y tiene a espiralizarse, las inversiones esperadas no llegaron y las alentadas se están yendo, el rojo fiscal se agrava por los pagos del endeudamiento. 

Todo eso sin considerar las consecuencias sociales del modelo sobre el empleo, los salarios y el consumo, simplemente porque no entran entre las prioridades del plan sino para reducirlo, deprimirlo y plancharlo, respectivamente.

Basta ver las reacciones de lo economistas del mainstream y la cada vez más indisimuladas soltadas de mano de los hasta ayer incondicionales, o el fuego amigo de consultoras, calificadoras de riesgo y fondos de inversión, para advertir que las cosas no están resultando como fueron planeadas en el laboratorio; algo que si bien es común a los experimentos neoliberales en cuanto lugar del capitalismo periférico (y aun central) han sido ensayados, en el caso argentino lo que sorprende es la velocidad del deterioro.

En campaña y para ganar elecciones, cualquiera fuerza política necesita intuición, sutileza y capacidad de percepción para captar quiebres en las tendencias del comportamiento social, cambios, expectativas, humores coyunturales o más profundos, e incluso sutiles disociaciones entre los intereses concretos de cada sector, y sus percepciones subjetivas acerca de como cree que son las cosas.

Una vez en el gobierno, se trata de administrar intereses, arbitrar conflictos, determinar el espacio de autonomía de la política, conducir las lógicas corporativas, y perfeccionar las rutinas de gestión para poner en marcha aquello que se diseñó en la teoría; tomando nota de las rispideces de la realidad, que es problemática por definición.

Es de lógica elemental tomar nota (y la reflexión nos parece especialmente pertinente aplicada al gobierno de Macri) que todo aquello que se debe ocultar en campaña porque “pianta votos”, si se ejecuta desde el gobierno resta adhesiones, aunque no se vote: aquello de la víscera más sensible de la que hablaba Perón no será en estos tiempos la única razón que determina las opciones electorales o los apoyos políticos de una sociedad como antes, pero tampoco ha desaparecido por completo como factor determinante.

Por el contrario, todo indica que en la medida que las crisis se profundizan afectando más gravemente las condiciones objetivas y materiales de existencia, se vuelve otra vez -en razón de proporcionalidad directa a la velocidad y magnitud de aquellas- un elemento de primer orden en la configuración de las percepciones sociales, y sus proyecciones políticas y electorales.

Eso en la estricta teoría comprobada en el país y en todos lados en un sinnúmero de casos, pero en la práctica y desplegando un modelo de valorización financiera con las fragilidades que tiene el actual y han sido abundantemente descritpas, se hace más difícil aun, como lo comprueba la crisis actual, el sueño neoliberal de desplumar a la gallina sin que grite; y excluir el conflicto social mientras se crean las condiciones objetivas para que crezca y se reproduzca.

La crisis es económica, pero sobre todo es política: la denostación contra la “vieja política” que es el sello de agua del PRO y está en el corazón del discurso duranbarbista, oculta que hay cuestiones que solo la política (en el sentido más profundo y genuino del término) puede resolver, o intentar resolver. Ni nueva ni vieja, entonces, política, simplemente.

Si se ve en medio de la bruma, queda claro que Macri y su equipo están resolviendo todo a los bandazos, convocando para resolver una crisis económica provocada claramente por la desconfianza en la fragilidad del modelo y en la capacidad del gobierno para lidiar con los problemas, a los radicales y a Carrió; que representan en la memoria social la hiperinflación, el derrumbe de la convertibilidad, el mesianismo y la nula experiencia de administración, en ese orden.

O apelar a la eterna benevolencia del peronismo dialoguista (¿no se han cansado de decir acaso que es una máquina de perseguir el poder?) o del sindicalismo conciliador, obligado a representar los intereses de sus afiliados bajo pena de perder sus sillones: ¿no han dicho miles de veces que se aferran a los mismos desde hace años?

O -para redondear- apelar al consejo de Cavallo y al salvataje del FMI, cuando fue precisamente el haber seguido a pie juntillas su hoja de ruta lo que nos ha llevado hasta este punto en que estamos.

El mejor equipo de los últimos 50 años ha demostrado ser bastante chambón en economía (no para sus negocios y los del “círculo rojo ampliado”, sí para mantenerse a flote sin hacer olas), y por lo visto, también en política, aunque gane elecciones.

O precisamente por eso: a apenas seis meses de haberse revalidado en las urnas pese al ajuste descargado sobre buena parte de la sociedad argentina, están metidos en un quilombo del que no se pude vislumbrar si podrán salir. Acaso podrían probar convocando a Durán Barba para conducir el Banco Central.

Ni hablemos de las penosas escenas de absoluta desorientación discursiva, delirios paranoides y teorías conspirativas que estamos viendo por estas horas, que por sí solas ameritarían un post.

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