Los 29 meses transcurridos del mandato de
Macri comprueban cuan cierto es aquello de lo diferente que es estar en campaña
de gobernar, más aun habiendo llegado al gobierno siendo oposición.
La eficacia de la
maquinaria montada por Barba para leer el humor social (e influir en él, con el
inestimable apoyo del complejo de medios hegemónicos), diseñar la campaña en
consecuencia y ganar elecciones está fuera de discusión; pero arroja un fuerte
contraste con la desastrosa gestión del gobierno, aun medida bajo sus propios
términos de “éxito”, como lo comprueba la actual crisis cambiaria.
Dando por sentado
que el gobierno está “haciendo lo que vino a hacer” (no seremos nosotros, que
lo advertimos en campaña, los que neguemos los propósitos y prioridades
centrales de Macri y “Cambiemos”), los niveles de chapucería con los que
encaran problemas estructurales serios y previsibles bajo el modelo en curso no
dejan de sorprender: la inflación no cede y tiene a espiralizarse, las
inversiones esperadas no llegaron y las alentadas se están yendo, el rojo
fiscal se agrava por los pagos del endeudamiento.
Todo eso sin considerar las consecuencias sociales del modelo sobre el empleo, los salarios y el consumo, simplemente porque no entran entre las prioridades del plan sino para reducirlo, deprimirlo y plancharlo, respectivamente.
Todo eso sin considerar las consecuencias sociales del modelo sobre el empleo, los salarios y el consumo, simplemente porque no entran entre las prioridades del plan sino para reducirlo, deprimirlo y plancharlo, respectivamente.
Basta ver las
reacciones de lo economistas del mainstream y la cada vez más indisimuladas
soltadas de mano de los hasta ayer incondicionales, o el fuego amigo de
consultoras, calificadoras de riesgo y fondos de inversión, para advertir que
las cosas no están resultando como fueron planeadas en el laboratorio; algo que
si bien es común a los experimentos neoliberales en cuanto lugar del
capitalismo periférico (y aun central) han sido ensayados, en el caso argentino
lo que sorprende es la velocidad del deterioro.
En campaña y para
ganar elecciones, cualquiera fuerza política necesita intuición, sutileza y
capacidad de percepción para captar quiebres en las tendencias del
comportamiento social, cambios, expectativas, humores coyunturales o más
profundos, e incluso sutiles disociaciones entre los intereses concretos de
cada sector, y sus percepciones subjetivas acerca de como cree que son las
cosas.
Una vez en el
gobierno, se trata de administrar intereses, arbitrar conflictos, determinar el
espacio de autonomía de la política, conducir las lógicas corporativas, y
perfeccionar las rutinas de gestión para poner en marcha aquello que se diseñó
en la teoría; tomando nota de las rispideces de la realidad, que es
problemática por definición.
Es de lógica
elemental tomar nota (y la reflexión nos parece especialmente pertinente
aplicada al gobierno de Macri) que todo aquello que se debe ocultar en campaña
porque “pianta votos”, si se ejecuta desde el gobierno resta adhesiones, aunque
no se vote: aquello de la víscera más sensible de la que hablaba Perón no será
en estos tiempos la única razón que determina las opciones electorales o los
apoyos políticos de una sociedad como antes, pero tampoco ha desaparecido por completo
como factor determinante.
Por el contrario,
todo indica que en la medida que las crisis se profundizan afectando más
gravemente las condiciones objetivas y materiales de existencia, se vuelve otra
vez -en razón de proporcionalidad directa a la velocidad y magnitud de
aquellas- un elemento de primer orden en la configuración de las percepciones
sociales, y sus proyecciones políticas y electorales.
Eso en la estricta
teoría comprobada en el país y en todos lados en un sinnúmero de casos, pero en
la práctica y desplegando un modelo de valorización financiera con las
fragilidades que tiene el actual y han sido abundantemente descritpas, se hace
más difícil aun, como lo comprueba la crisis actual, el sueño neoliberal de
desplumar a la gallina sin que grite; y excluir el conflicto social mientras se
crean las condiciones objetivas para que crezca y se reproduzca.
La crisis es
económica, pero sobre todo es política: la denostación contra la “vieja
política” que es el sello de agua del PRO y está en el corazón del discurso
duranbarbista, oculta que hay cuestiones que solo la política (en el sentido
más profundo y genuino del término) puede resolver, o intentar resolver. Ni
nueva ni vieja, entonces, política, simplemente.
Si se ve en medio
de la bruma, queda claro que Macri y su equipo están resolviendo todo a los
bandazos, convocando para resolver una crisis económica provocada claramente
por la desconfianza en la fragilidad del modelo y en la capacidad del gobierno
para lidiar con los problemas, a los radicales y a Carrió; que representan en
la memoria social la hiperinflación, el derrumbe de la convertibilidad, el
mesianismo y la nula experiencia de administración, en ese orden.
O apelar a la
eterna benevolencia del peronismo dialoguista (¿no se han cansado de decir
acaso que es una máquina de perseguir el poder?) o del sindicalismo
conciliador, obligado a representar los intereses de sus afiliados bajo pena de
perder sus sillones: ¿no han dicho miles de veces que se aferran a los mismos
desde hace años?
O -para redondear- apelar al consejo de Cavallo y al salvataje del FMI, cuando fue precisamente el haber seguido a pie juntillas su hoja de ruta lo que nos ha llevado hasta este punto en que estamos.
O -para redondear- apelar al consejo de Cavallo y al salvataje del FMI, cuando fue precisamente el haber seguido a pie juntillas su hoja de ruta lo que nos ha llevado hasta este punto en que estamos.
El mejor equipo de
los últimos 50 años ha demostrado ser bastante chambón en economía (no para sus
negocios y los del “círculo rojo ampliado”, sí para mantenerse a flote sin
hacer olas), y por lo visto, también en política, aunque gane elecciones.
O precisamente por
eso: a apenas seis meses de haberse revalidado en las urnas pese al ajuste
descargado sobre buena parte de la sociedad argentina, están metidos en un
quilombo del que no se pude vislumbrar si podrán salir. Acaso podrían probar
convocando a Durán Barba para conducir el Banco Central.
Ni hablemos de las penosas escenas de absoluta desorientación discursiva, delirios paranoides y teorías conspirativas que estamos viendo por estas horas, que por sí solas ameritarían un post.
Ni hablemos de las penosas escenas de absoluta desorientación discursiva, delirios paranoides y teorías conspirativas que estamos viendo por estas horas, que por sí solas ameritarían un post.
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