martes, 7 de agosto de 2018

LOS GLORIA SON EFÍMEROS


Ante cada nuevo escándalo generado desde las usinas comunicacionales del gobierno o el dispositivo de medios que lo sustenta para correr el eje del interés de la sociedad de las penurias de la vida cotidiana, se hace difícil a veces resistir la tentación de morder el anzuelo y prenderse en la discusión; y el bochorno de los cuadernos no es la excepción: muestras no tanto de la imbatibilidad de la maquinaria propagandística del oficialismo, como de que la concentración mediática es algo más que una consigna; y los mecanismos hegemónicos de producción y circulación de la información por algo son tales, es decir, hegemónicos.

También hay otra tendencia que persiste (y es más preocupante en términos políticos) y que es cierta sensación de desaliento y derrotismo entre quienes adversan políticamente a este gobierno espantoso, ante cada nuevo escandalete: la idea de que no importa cuan horrible sea el gobierno, siempre tendrá un conejo en la galera para sacar en el momento oportuno, para encantar a las audiencias y recuperar votos, de modo de volver a ganar las elecciones.

El dogma de la infabilidad duranbarista, digamos, que se apoya en la traspolación de una realidad parcial (la de un núcleo duro macrista, indemne a todo dato de la realidad que se interponga con sus propias creencias), al conjunto de la sociedad que está más atenta a otras cuestiones más acuciantes, como llegar a fin de mes, por ejemplo. Así las cosas, es más productivo enfocarse en el análisis de por qué pasan las cosas, que en las cosas (la reproducción sistemática y periódica de la mecánica del escándalo) en si.

En ese sentido, lo primero que hay que preguntarse es por que el gobierno y sus apoyos (mediáticos, económicos) se ven forzados, una y otra vez, a apelar a las mismas herramientas, y la respuesta es tan sencilla que todos la conocemos de antemano: porque la gestión es desastrosa por donde se la mire, y no tiene ningún resultado plausible que ofrecer, desde la perspectiva de la porción mayoritaria de la sociedad. Si lo tuvieran, no necesitarían apelar a berretadas como la de los cuadernos.

La segunda pregunta se deriva de la primera, y es si es posible que en un futuro mediato o mediato las cosas cambien, y Macri y su gobierno ya no necesiten apelar a sacar los conejos de la corrupción K de la galera, porque tienen algo mejor para mostrar; y la respuesta se nos antoja también sencilla: no, porque se embarcaron solos en un rumbo económico (del cual el acuerdo con el FMI no es más que el broche) que solo puede esperarse que empeore, y produzca un deterioro aun mayor de las condiciones de vida de la mayoría de los argentinos. De las dos preguntas anteriores, se infiere que las cosas seguirán así hasta las elecciones, y hay que prepararse para afrontarlas con esos datos en mente.

Muchos se preguntan también como es posible que el nivel de las operaciones sea cada vez más berreta, y la respuesta es clara: porque todos los recursos que se utilizan con frecuencia (como es el caso del gobierno y las denuncias por corrupción de la gestión anterior) se gastan, y en consecuencia los que están disponibles a la mano son menos, por lo general, los más berretas: el juez más berreta, los fiscales ídem, el periodismo más impresentable, los relatos y circunstancias más inverosímiles.

Este punto (el de la escasez de recursos políticos disponibles a la mano que tiene el gobierno) es un eje vertebral para entender el panorama general, porque aunque parece que tener a su plena disposición todo un aparato de medios, jueces, fiscales y servicios de inteligencia entraña una fortaleza, en rigor está rebelando una debilidad: puede descreerse de los modos tradicionales de hacer política (los acuerdos, la movilización callejera, la militancia), pero no desdeñarlos o descartarlos de plano como recursos. Tampoco se puede acumular una deuda tan grande con factores de poder que -a la larga o a la corta- te la van a querer cobrar.

Algunos de esos recursos incluso (como los acuerdos con parte de la oposición) este mismo gobierno los ha empleado con frecuencia, pero ya no le están tan asequibles. Ni hablar de los resultados de gestión: si siendo gobierno no hay muchos para mostrar, a la larga o a la corta uno estará en problemas.

Ante esto alguno puede apuntar que, aun desgastados o previsibles, esas recursos siguen teniendo eficacia; conclusión que se acepta acá si se matiza señalando en que sectores, que no son otros que los que ya apoyaban al gobierno, y sobre los que éste machaca con el empleo de esas herramientas, por otra debilidad sobreviniente: la pésima gestión también los afecta en sus intereses, y los hace flaquear en sus certezas. El famoso “si no podemos darles pan, démosles presos”. Lo que perdió hace rato el oficialismo es la capacidad de captar voluntades, y ampliar su núcleo duro de adhesiones, y nada indica que lo vaya a recuperar.

Es decir entonces que a la limitación de medios, el gobierno le suma la limitación de las audiencias con las que esos medios pueden emplearse con eficacia y provecho político, lo cual también deja una importante enseñanza para la praxis política de los que estamos de éste lado de la grieta: es inconducente desperdiciar esfuerzos rebatiendo las operaciones del oficialismo ante la “audiencia redundante” del macrista convencido, o reacio a “arrepentirse”, más aun a decirlo. En contraste, es mucho más productivo concentrarse en los sectores que se muestren menos permeables a las berretadas folletinescas sobre la corrupción, y más preocupados por el deterioro constante de sus condiciones materiales de existencia, como consecuencia de las políticas del gobierno.

Hay allí un amplio campo para la praxis política y militante, cuya magnitud es lo suficiente importante como para terminar incidiendo en el resultado y en el modo de resolución de la elección presidencial del año que viene en términos constitucionales (primera vuelta o balotaje), porque tampoco es que se trate de convencer a la mitad más uno del padrón electoral; sino a aquellos que el gobierno ya no puede seducir, porque no tiene nada para ofrecerles, salvo ajuste y noticias policiales berretas.

Tenemos mucho más para ganar discutiendo sobre las políticas públicas del gobierno y las que serían necesarias para salir de la crisis, que enzarzándonos en discusiones sobre la corrupción política, o la novela del momento, y no precisamente porque tengamos muertos en el placard, y en consecuencia sea una discusión que nos convenga rehuir.

Por el contrario, el nivel de precariedad, de los relatos que se orquestan (que parecen por momentos un loop de eterno retorno a los Fariña, Eláskar y las bóvedas) da para pensar que la meneada “corrupción K” estuvo bastante lejos del conocido “se robaron un PBI”, cuantitativa y cualitativamente. De lo contrario y tras 12 años de gobierno, no estarían apelando a las fotocopias de los cuadernos desaparecidos de un remisero, a Bonadío y al arrepentimiento del primo Calcaterra.

Y tampoco se debe perder de vista por que se elige como blanco sistemático de las operaciones orquestadas desde el gobierno al kirchnerismo en general, y a Cristina en particular; y no es solo porque la polarización les haya dado hasta acá buenos dividendos; sino porque el resto de la oposición (en especial el “peronismo racional”) sigue sin aparecer en el radar electoral, ni convertirse en una alternativa real, concreta y disponible para derrotar a “Cambiemos”, y cerrarle a Macri el camino a la reelección.

Del mismo modo que muchos asocian el ascenso de Cristina en las encuestas con este rebrote de operaciones en su contra, aun sin haber proclamado formalmente su candidatura (de hecho, uno de los objetivos de la ofensiva es disuadirla de que lo haga, con la amenaza de sacarla de carrera metiéndola presa), hay ciertos movimientos convergentes que se están dando hacia el interior del peronismo (Uñac, De La Sota, los intendentes bonaerenses, antes Verna), dando a entender que ya no tiene “bolilla negra” para competir, ni es la peste de la que hay que despegarse como sea, en una lectura más o menos parecida a la que dejamos expuesta.

En ese contexto hay que leer también -entendemos- el final de la intervención del PJ y la reposición de Gioja y las autoridades del Consejo Nacional, y hasta la candidatura de Pichetto, un anzuelo para tentar al candidato real del "peronismo racional", que construya la colectora peronista de “Cambiemos” que cumpla el rol que cumplió Massa en el 2015: dividir el voto opositor, para facilitar el triunfo del oficialismo. Una colectora que podría tener algo que ver con la opereta de los cuadernos, o que no vería con desagrado que dañe electoralmente al kirchnerismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario