Ante cada nuevo
escándalo generado desde las usinas comunicacionales del gobierno o el
dispositivo de medios que lo sustenta para correr el eje del interés de la
sociedad de las penurias de la vida cotidiana, se hace difícil a veces resistir
la tentación de morder el anzuelo y prenderse en la discusión; y el bochorno de
los cuadernos no es la excepción: muestras no tanto de la imbatibilidad de la
maquinaria propagandística del oficialismo, como de que la concentración
mediática es algo más que una consigna; y los mecanismos hegemónicos de
producción y circulación de la información por algo son tales, es decir,
hegemónicos.
También hay otra
tendencia que persiste (y es más preocupante en términos políticos) y que es
cierta sensación de desaliento y derrotismo entre quienes adversan
políticamente a este gobierno espantoso, ante cada nuevo escandalete: la idea
de que no importa cuan horrible sea el gobierno, siempre tendrá un conejo en la
galera para sacar en el momento oportuno, para encantar a las audiencias y
recuperar votos, de modo de volver a ganar las elecciones.
El dogma de la
infabilidad duranbarista, digamos, que se apoya en la traspolación de una
realidad parcial (la de un núcleo duro macrista, indemne a todo dato de la
realidad que se interponga con sus propias creencias), al conjunto de la
sociedad que está más atenta a otras cuestiones más acuciantes, como llegar a
fin de mes, por ejemplo. Así las cosas, es
más productivo enfocarse en el análisis de por qué pasan las cosas, que en las
cosas (la reproducción sistemática y periódica de la mecánica del escándalo) en
si.
En ese sentido, lo
primero que hay que preguntarse es por que el gobierno y sus apoyos
(mediáticos, económicos) se ven forzados, una y otra vez, a apelar a las mismas
herramientas, y la respuesta es tan sencilla que todos la conocemos de
antemano: porque la gestión es desastrosa por donde se la mire, y no tiene
ningún resultado plausible que ofrecer, desde la perspectiva de la porción
mayoritaria de la sociedad. Si lo tuvieran, no necesitarían apelar a berretadas
como la de los cuadernos.
La segunda pregunta
se deriva de la primera, y es si es posible que en un futuro mediato o mediato
las cosas cambien, y Macri y su gobierno ya no necesiten apelar a sacar los
conejos de la corrupción K de la galera, porque tienen algo mejor para mostrar; y la respuesta se nos antoja también sencilla: no, porque se embarcaron solos
en un rumbo económico (del cual el acuerdo con el FMI no es más que el broche)
que solo puede esperarse que empeore, y produzca un deterioro aun mayor de las
condiciones de vida de la mayoría de los argentinos. De las dos preguntas
anteriores, se infiere que las cosas seguirán así hasta las elecciones, y hay
que prepararse para afrontarlas con esos datos en mente.
Muchos se preguntan
también como es posible que el nivel de las operaciones sea cada vez más
berreta, y la respuesta es clara: porque todos los recursos que se utilizan con
frecuencia (como es el caso del gobierno y las denuncias por corrupción de la
gestión anterior) se gastan, y en consecuencia los que están disponibles a la
mano son menos, por lo general, los más berretas: el juez más berreta, los
fiscales ídem, el periodismo más impresentable, los relatos y circunstancias
más inverosímiles.
Este punto (el de
la escasez de recursos políticos disponibles a la mano que tiene el gobierno)
es un eje vertebral para entender el panorama general, porque aunque parece que
tener a su plena disposición todo un aparato de medios, jueces, fiscales y
servicios de inteligencia entraña una fortaleza, en rigor está rebelando una
debilidad: puede descreerse de los modos tradicionales de hacer política (los
acuerdos, la movilización callejera, la militancia), pero no desdeñarlos o
descartarlos de plano como recursos. Tampoco se puede acumular una deuda tan grande con factores de poder que -a la larga o a la corta- te la van a querer cobrar.
Algunos de esos recursos incluso (como los acuerdos con parte de la oposición) este mismo gobierno los
ha empleado con frecuencia, pero ya no le están tan asequibles. Ni hablar de
los resultados de gestión: si siendo gobierno no hay muchos para mostrar, a la
larga o a la corta uno estará en problemas.
Ante esto alguno
puede apuntar que, aun desgastados o previsibles, esas recursos siguen teniendo
eficacia; conclusión que se acepta acá si se matiza señalando en que sectores,
que no son otros que los que ya apoyaban al gobierno, y sobre los que éste
machaca con el empleo de esas herramientas, por otra debilidad sobreviniente:
la pésima gestión también los afecta en sus intereses, y los hace flaquear en
sus certezas. El famoso “si no podemos darles pan, démosles presos”. Lo que perdió hace rato el oficialismo es la capacidad de captar voluntades, y ampliar su núcleo duro de adhesiones, y nada indica que lo vaya a recuperar.
Es decir entonces
que a la limitación de medios, el gobierno le suma la limitación de las
audiencias con las que esos medios pueden emplearse con eficacia y provecho
político, lo cual también deja una importante enseñanza para la praxis política
de los que estamos de éste lado de la grieta: es inconducente desperdiciar
esfuerzos rebatiendo las operaciones del oficialismo ante la “audiencia
redundante” del macrista convencido, o reacio a “arrepentirse”, más aun a
decirlo. En contraste, es
mucho más productivo concentrarse en los sectores que se muestren menos
permeables a las berretadas folletinescas sobre la corrupción, y más
preocupados por el deterioro constante de sus condiciones materiales de
existencia, como consecuencia de las políticas del gobierno.
Hay allí un amplio
campo para la praxis política y militante, cuya magnitud es lo suficiente
importante como para terminar incidiendo en el resultado y en el modo de
resolución de la elección presidencial del año que viene en términos
constitucionales (primera vuelta o balotaje), porque tampoco es que se trate de
convencer a la mitad más uno del padrón electoral; sino a aquellos que el
gobierno ya no puede seducir, porque no tiene nada para ofrecerles, salvo
ajuste y noticias policiales berretas.
Tenemos mucho más para
ganar discutiendo sobre las políticas públicas del gobierno y las que serían
necesarias para salir de la crisis, que enzarzándonos en discusiones sobre la
corrupción política, o la novela del momento, y no precisamente porque tengamos
muertos en el placard, y en consecuencia sea una discusión que nos convenga
rehuir.
Por el contrario,
el nivel de precariedad, de los relatos que se orquestan (que parecen por
momentos un loop de eterno retorno a los Fariña, Eláskar y las bóvedas) da para
pensar que la meneada “corrupción K” estuvo bastante lejos del conocido “se
robaron un PBI”, cuantitativa y cualitativamente. De lo contrario y tras 12
años de gobierno, no estarían apelando a las fotocopias de los cuadernos
desaparecidos de un remisero, a Bonadío y al arrepentimiento del primo Calcaterra.
Y tampoco se debe
perder de vista por que se elige como blanco sistemático de las operaciones
orquestadas desde el gobierno al kirchnerismo en general, y a Cristina en
particular; y no es solo porque la polarización les haya dado hasta acá buenos
dividendos; sino porque el resto de la oposición (en especial el “peronismo racional”) sigue sin aparecer en el radar electoral, ni convertirse en una
alternativa real, concreta y disponible para derrotar a “Cambiemos”, y cerrarle
a Macri el camino a la reelección.
Del mismo modo que
muchos asocian el ascenso de Cristina en las encuestas con este rebrote de
operaciones en su contra, aun sin haber proclamado formalmente su candidatura
(de hecho, uno de los objetivos de la ofensiva es disuadirla de que lo haga, con la amenaza de sacarla de carrera metiéndola presa),
hay ciertos movimientos convergentes que se están dando hacia el interior del
peronismo (Uñac, De La Sota, los intendentes bonaerenses, antes Verna), dando a entender que
ya no tiene “bolilla negra” para competir, ni es la peste de la que hay que
despegarse como sea, en una lectura más o menos parecida a la que dejamos
expuesta.
En ese contexto hay
que leer también -entendemos- el final de la intervención del PJ y la
reposición de Gioja y las autoridades del Consejo Nacional, y hasta la
candidatura de Pichetto, un anzuelo para tentar al candidato real del "peronismo racional", que
construya la colectora peronista de “Cambiemos” que cumpla el rol que cumplió
Massa en el 2015: dividir el voto opositor, para facilitar el triunfo del
oficialismo. Una colectora que podría tener algo que ver con la opereta de los cuadernos, o que no vería con desagrado que dañe electoralmente al kirchnerismo.
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