La detención de Juan Grabois y otros
dirigentes de la CTEP este martes a la noche mientras intentaban defender a un
grupo de manteros senegaleses detenidos por la policía de Rodríguez Larreta
desató la inmediata reacción de un amplio arco de dirigentes opositores, que
fueron al lugar de los hechos a reclamar su liberación.
Desde Myriam
Bregman o Alejandro Bodart, pasando por Juan Carlos Schimd del triunvirato de
la CGT, dirigentes del kirchnerismo como el “Cuervo” Larroque o Luis D’Elíoa,
pasando por Emilio Pérsico del Movimiento Evita, o Felipe Solá, hasta
dirigentes de la CTA como Roberto Baradel, y muchos otros más.
La reacción
espontánea no tuvo tanto que ver con que la figura en sí de Grabois (con quien
muchos de ellos sostienen diferencias, pero las dejaron de lado), como en la
necesidad de marcar que con su detención el macrismo cruzaba un límite que es
intolerable cruzar en democracia, y precisamente allí radica lo valioso del
hecho: demostrarle al gobierno que no puede hacer lo que se le venga en gana,
sin que genere algún tipo de reacción.
Sería saludable que
la misma respuesta se sostenga por ejemplo en relación con la situación de
Milagro Sala, Julio De Vido, Fernando Esteche, Amado Boudou y todos los demás
presos políticos del régimen macrista, o contra la descarnada persecución
judicial de la que es objeto Cristina por el grupo de tareas de Comodoro Py,
respondiendo a las necesidades políticas del gobierno.
Al fin y al cabo,
la situación es exactamente la misma: groseras violaciones a los derechos
humanos elementales y a las garantías individuales consagradas por la
Constitución, cometidas por agencias estatales convertidas en fuerzas de choque
de la coalición oficialista gobernante, en perjuicio de opositores políticos o
sociales; un hecho de suficiente gravedad como para dejar de lado cualquier
diferencia política circunstancial que se pueda tener. Algo de eso hizo ayer Schmid, de la CGT, al reconocer que el proceso judicial contra Cristina está viciado desde el principio, y encubre una persecución política por motivos ideológicos.
En ese marco, poco
importa si la detención de Grabois estuvo directamente vinculada a sus
recientes acercamientos con Cristina (a la que acompañó cuando fue a declarar
al juzgado de Bonadío), porque lo que debe juzgarse en el caso son -por su
gravedad- los hecho, más allá de sus motivaciones: lo que se busca en todos los
casos es escarmentar a los díscolos, aplastar cualquier atisbo de reacción social
o política contra un proyecto de exclusión, que supone a la represión de los
que protestan como la consecuencia lógica y natural de ese proyecto excluyente.
De allí que el
razonamiento de los que fueron a pedir su libertad haya sido el correcto, y la actitud tomada en su consecuencia, la que las
circunstancias exigían. Las mismas circunstancias que están imponiendo replicar
las mismas actitudes en relación con las políticas económicas y sociales del
gobierno de Macri, para cuya ejecución como se dijo, se despliega el aparato
represivo intimidador. Algo como lo que se vio cuando se discutía en el
Congreso la reforma previsional, sin ir más lejos.
En breve ese mismo
Congreso empezará a discutir el presupuesto nacional para el año que viene, que
vuelca en su contenido el ajuste convenido por el gobierno de Macri con el FMI;
y cada recorte o cercenamiento de derechos, cada retiro del Estado de sus
funciones básicas e indelegables que allí se contemplan, tienen su correlato en
la previsible protesta de los afectados, y la más previsible aun respuesta
represiva del gobierno.
De allí que no haya
forma de disociar ambos aspectos, pues como tantas veces se ha dicho y hay que
repetir hoy, con más razón que nunca, el neoliberalismo es incompatible con la
democracia, y los modelos que intenta imponer a las sociedades no cierran sin
represión; y así como no puede haber matices ni contemplaciones en la defensa
del estado de derechos y las libertades y garantías consagradas por la
Constitución (no hay en ese plano violaciones tolerables y otras que no),
tampoco puede haberlas en la oposición firme a un programa económico que no se
torna sustentable o socialmente inclusivo porque se le hagan un par de retoques
al presupuesto, “para mejorarlo”.
La Argentina está
hace tres años en manos de un gobierno del odio, que ejecuta una revancha
social y de clase para hacernos retroceder al estadio anterior al peronismo, y
que cohesiona a partir de allí el apoyo de una parte importante de la sociedad;
mientras amplía de hecho los bordes de la coalición político formal en la que
se sustenta: massistas y “peronistas racionales” son, hoy, de hecho y a los
fines prácticos, parte de la misma. En todo caso con pretensiones de sucederla,
para administrar el país mas ó menos bajo los mismos parámetros, con
diferencias de matices que no cambian el fondo de la cuestión.
Un bloque de poder
tal (que suma además a los aparatos represivos del Estado, el Poder Judicial,
los medios hegemónicos y los intereses económicos y políticos de Estados Unidos
y sus socios globales) no puede ser enfrentado con divisiones secundarias,
respecto de la contradicción principal, ni con sectarismo basados simplemente
en especulaciones por posicionamientos electorales a futuro.
Lo electoral (las
alianzas, las candidaturas, los acuerdos) aparece en este contexto y a 11 meses
de las PASO, lejos y abstracto en medio de un país que está en llamas, y de un
gobierno que solo arrima nafta al incendio con cada medida que toma. Por eso es que no importa si la confluencia que se dio en la calle en el rechazo a la
reforma previsional o a la detención de Grabois se proyecta después a ese plano, o no.
Para defender los
derechos humanos y el estado de derecho y para resistir el saqueo y el
vaciamiento del país enfeudándolo ante el FMI para financiar con deuda la fuga
de capitales, nadie debe dejar de pensar como
piensa en todo lo demás, basta simplemente con que acuerde en este punto
esencial: el macrismo debe ser detenido ahora, antes de que sea demasiado
tarde, y que los daños que cause sean irreversibles.
Y eso exige
articular los roles institucionales en el Congreso y los roles sociales en la
calle, convirtiendo a las representaciones institucionales en caja de
resonancia de las protestas y reclamos sociales; como cuando hace poco los
diputados del FPV recibieron al sector sindical de Pablo Moyano que pugna por
llegar a la conducción de la CGT, y los dirigentes sociales (incluyendo al
sindicalismo, claro está) deben darle volumen a las posiciones parlamentarias
opositoras,como acaba de hacer Hugo Moyano en La Plata, yendo a solidarizarse con los trabajadores del astillero Río Santiago, al mismo tiempo que a reunirse con los diputados provinciales del kirchnerismo en la legislatura bonaerense, para comprometer su apoyo en las movilizaciones contra el ajuste que plantea Vidal en el presupuesto provincial en el presupuesto provincial, en espejo con el nacional.
Del mismo modo y como hicieron con Grabois muchos de ellos, los que tienen responsabilidades institucionales tienen que poner el cuerpo en la calle, acompañando las protestas y los reclamos en defensa de los derechos que el gobierno quiere cercenar. Después habrá tiempo para hablar de elecciones, internas, candidaturas y alianzas, o en todo caso: no hay mejor modo de construirlas que la unidad en la lucha, y en la resistencia a este régimen de ajuste y represión.
Del mismo modo y como hicieron con Grabois muchos de ellos, los que tienen responsabilidades institucionales tienen que poner el cuerpo en la calle, acompañando las protestas y los reclamos en defensa de los derechos que el gobierno quiere cercenar. Después habrá tiempo para hablar de elecciones, internas, candidaturas y alianzas, o en todo caso: no hay mejor modo de construirlas que la unidad en la lucha, y en la resistencia a este régimen de ajuste y represión.
La diferencia entre Grabois y el resto es que lo detuvo la cana. A la cana casi cualquiera la enfrenta. A los jueces les tienen miedo.
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