jueves, 27 de septiembre de 2018

LOS CIPAYOS Y EL SER NACIONAL


Si hubiera que juzgar por las reacciones sociales que generó la decisión del gobierno de Macri de volver a endeudar al país con el FMI y atarlo a sus designios económicos, pareciera que aquellos tiempos en los que Néstor Kirchner cancelaba la deuda del país con el organismo, y como consecuencia de esa decisión su imagen positiva en la opinión pública llegaba al tope; tanto como crecía el rechazo de buena parte de los argentinos a una institución a la que -con justicia- se asociaba como co-responsable de la implosión de la convertibilidad, y el estrepitoso fracaso del gobierno de De La Rúa.

Alguien podría acotar que lo constatado no sorprende, porque la misma llegada de Macri al poder por el voto popular está hablando a las claras de un indulto social a la Alianza, y sus principales protagonistas, entre ellos la UCR, y estaría en lo cierto.

Pero volvamos al Fondo: en pocos años pasamos de no deberles un peso y que cerraran su oficina en Buenos Aires (a tal extremo llegó su grado de alejamiento del proceso de toma de las decisiones económicas del país), a pedirles más de 50.000 millones de dólares, que pongan y saquen funcionarios del gobierno, y que el presidente nos pida que todos nos enamoremos de Christine Lagarde; lo cual -reiteramos- no sería tan grave como en sí mismo lo es, si no hubiera una parte importante de la sociedad argentina a la cual esas muestras de genuflexión le son indiferentes, y otra no menor, que las considera correctas, adecuadas o necesarias para que el país crezca y prospere.

Así, el decadente ballet de Macri en cada paso de su penoso desempeño reciente en los Estados Unidos (que incluyó un bochornoso discurso en la ONU en el que se sumó a la ofensiva imperial contra Venezuela), si bien genera rechazo y vergüenza ajena en muchos argentinos, es visto por otros con simpatía, o como el precio que hay que pagar para “volver al mundo”, lo cual es a su vez -parece- una condición sine qua non para tener destino y futuro como país.

Algo parecido ocurrió ya cuando, nada menos que en los festejos del los 200 años de la declaración de la independencia, Macri protagonizó aquel papelón del “Querido rey”, que quedará en la historia triste de nuestro país; y otros tantos episodios por el estilo, que se podrían citar, en estos tres años de gobierno de “Cambiemos”.

Con lo dicho hasta acá estamos anticipando opinión respecto a que no atribuimos todos los males del país al extranjero, a las grandes potencias y poderes económicos dominantes en la esfera internacional (que por supuesto aportan lo suyo a ellos), sino en nuestras propias falencias como sociedad; o por lo menos de una parte importante de la misma. Como decía Jauretche (a quien vamos a citar seguido en estos temas) “si es malo el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende”.

Una vez más se nos propone como único futuro posible para el país un destino apendicular, rotulado como “inserción inteligente en el mundo”, pero que no es más que ofrecernos como paraíso fiscal, granero colonial y territorio liberado para la penetración del capital financiero especulativo, o la inversión multinacional depredadora. No parece haber en la mente de Macri, su gobierno y la coalición social y política que lo sustenta, más que ese estrecho rol para la Argentina.

La derecha argentina, llámese conservadora, liberal o neoliberal, tiene una larga tradición colonial que se remonta a los orígenes mismos de nuestra organización nacional (sustentada en una derrota nacional, la de Caseros, vendida como una gesta libertaria); y si se quiere ver más atrás, incluso a los tiempos de la Revolución de Mayo y las luchas por la independencia: siempre hubo en el país sectores que confiaron toda nuestra suerte a oportunas alianzas con el extranjero, en las que este imponía las condiciones, más que en las propias fuerzas y capacidades del país y de sus hijos, para labrar por sí mismos su propio destino.

El cipayismo es, entonces, casi una marca de fábrica de buena parte de la sociedad argentina, que atraviesa toda nuestra historia política y fue sistematizada teóricamente por Sarmiento en el “Facundo”, el Evangelio fundacional de nuestro complejo de inferioridad cultural; lo que Jauretche llamaba las zonceras de autodenigración, y que en tiempos más modernos está muy bien representado por Luis Solari, el personaje de Capusotto, que “no viajó pero le contaron”·como afuera hacen todo mejor que acá, siempre.

De allí viene también esa tara cultural de no confiar ni creer en nuestras propias capacidades si no son elogiadas o validadas desde el extranjero, o prestar atención todo el tiempo a “como nos ven desde afuera”; rasgo este compartido por muchos sectores de izquierda o “progresistas”. 

El cipayismo es entonces una cosmovisión cultural, con consecuencias sociales: se manifiesta en el deseo aspiracional de trabajar para una multinacional extranjera como símbolo de status social, o de sacar la doble ciudadanía para irse del país a la primera de cambio, el afán por obtener la “green card”, una beca o pegar un programa de intercambio cultural; comportamientos todos donde la línea entre el legítimo deseo de progreso o perfeccionamiento individual o familiar, y el abandono de todo compromiso con el país y su destino, se torna borrosa.

No hablamos, claro está, de aquel que se ve forzado a buscar otros rumbos empujado por la crisis y la falta de perspectivas, sino del que lo hace aun en tiempos de bonanza, y mientras tanto vive exiliado en su propio país, del que nada le gusta ni lo conforma, y por eso no ve con malos ojos que un gobierno le plantee como proyecto político dejar que otros decidan por nosotros, para poder así ser tal vez como esos otros.

Un rasgo constitutivo -por paradójico que parezca- de nuestro ser nacional, si tal cosa existe y puede ser aprehendida; un destino de país satelitario de un sistema de poder extraño y ajeno, una colonia cuyo rumbo definen otros, y que no depende de lo que nosotros queramos, sepamos o podamos hacer; porque nos han convencido que no podemos ni sabemos, y en consecuencia no importa lo que queramos. 

Mirá si nosotros vamos a ser capaces de lanzar satélites al espacio, o construir reactores nucleares, ni tan siquiera de tener nuestra propia marina mercante: Sarmiento (cuyo nombre lleva el buque escuela de nuestra Armada) se reía de la "ocurrencia de los gauchos al timón".

Como decíamos más arriba, una mentalidad arraigada entre nosotros, que presupone un pesado lastre social, político y cultural para la construcción de un gran país, un país que sea -como dicen las banderas originales del peronismo, sin ir más lejos- justo, libre y soberano. Y a ese país (he allí el desafío) hay que hacerlo con todos adentro, incluso con ese lastre de los que no quieren que seamos siquiera un país, digno de ese nombre.

1 comentario:

  1. Estoy pasando por un momento de profundo asco y el cipayismo me enferma al punto que se me está soltando la cadena...hoy en un servicio tecnico de movistar la empleada dice elyi por LG la marca del celu muy calentito le dijo ele g en castellano nuestro idioma por ahora...

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